Cuando Hitler y Franco fracasaron en su intento de cazar al primer lehendakari

Mayo de 1941. El panameño José Andrés Álvarez contempla en silencio las banderas con la cruz gamada que adornan la estación de Friedrichstrasse, en pleno corazón de Berlín. A su alrededor se mueve una bulliciosa multitud de civiles y de jóvenes sonrientes, vestidos con el uniforme de la Wehrmacht. Intentando aparentar una tranquilidad que se le escapa por momentos, el hombre recorre el andén confiando en que su aspecto físico, en las antípodas del modelo ario, no llame la atención de algún agente de la Gestapo. Aunque tiene en su bolsillo el pasaporte de Panamá, sabe que la policía política del Reich podría descubrir su verdadera identidad.

Él está en el punto de mira de Franco, que ha implicado en su cacería a su principal aliado internacional, Adolf Hitler. Y todo porque él no es un evadido cualquiera. Él tuvo que escapar de Bilbao, de Santander y de Catalunya ante las sucesivas ofensivas de las tropas franquistas. Él se refugió en Francia y en Bélgica hasta que los soldados alemanes la invadieron en mayo de 1940 y se vio forzado a emprender su última y más épica fuga. Él no es panameño ni se llama José Andrés. Él es José Antonio Aguirre, el primer lehendakari de la historia. 

¿Cómo y por qué se metió Aguirre en esa boca del lobo que era Berlín en 1941? ¿De qué manera logró atravesar buena parte de la Europa controlada por el III Reich mientras las policías franquista y nazi le pisaban los talones? A estas y otras muchas preguntas responde el historiador alemán Ingo Niebel en su último libro: A la caza del primer lehendakari; Franco, Hitler y la persecución europea del primer presidente vasco (Ediciones B, SineQuaNon, 2022).

Nacido en Colonia, Niebel es un gran conocedor de la realidad histórica española en general y vasca en particular. “Tenía nueve años cuando, en 1975, mis padres, alemanes los dos, decidieron que pasaríamos por primera vez las vacaciones de verano en Gernika —explica el historiador a elDiario.es—. Antes de partir de Colonia, mi padre me dijo: 'Quiero que sepas que Gernika fue destruida y que lo hicieron los alemanes”. Sus palabras me sorprendieron porque rompió el gran tema tabú de la familia: el nazismo y la guerra. Le pedí un libro, en alemán y con fotos, sobre el bombardeo. Me respondió que no había ninguno. Así fui consciente de que iba a veranear en una ciudad extranjera destruida por alemanes y de cuyo bombardeo se sabía muy poco. Años más tarde supe convertir esa curiosidad infantil en interés académico y científico“.

Perseguido por la Gestapo y por la policía franquista

Niebel ha manejado en su investigación documentos hasta ahora inéditos como los que guardaba en su archivo personal Manuel de Ynchausti, la persona que financió la fuga de Aguirre. Gracias a ellos ha reconstruido el recorrido europeo del primer lehendakari. Un recorrido que empezó a pie, en Bélgica, en medio de un virulento bombardeo de la Luftwaffe. “Conseguimos recoger a las mujeres y a los niños, que se habían puesto a correr enloquecidos por el pánico, obligándoles a refugiarse bajo los árboles”, relató Aguirre en su diario, citado por Niebel. 

El historiador detalla minuciosamente el periplo del lehendakari, al que acompañaban amigos y buena parte de su familia, por un continente en guerra. El grupo fue testigo de la batalla de Dunkerque; testigo y víctima ya que en uno de los bombardeos alemanes dos de sus hermanas resultaron heridas y falleció uno de sus colaboradores.

Cuando Hitler consumó la ocupación de toda Europa occidental, Aguirre tuvo que separarse de su familia, destruir su documentación y quemar la ropa en la que estaban bordadas sus iniciales. El presidente vasco se dejó bigote, se compró unas gafas “de 10 francos” y, gracias a un diplomático panameño, logró un pasaporte que le confirió una falsa identidad. Comenzaba la segunda etapa de una huida que le llevaría hasta Berlín.

“El presidente vasco tenía de su lado a diplomáticos latinoamericanos y a un amigo millonario en EEUU —apunta Niebel—; en su contra, dos dictaduras con sendos aparatos represivos cuyos tentáculos llegaban hasta el exilio republicano y vasco”. Con la Gestapo y la policía franquista siguiendo sus pasos, Aguirre permaneció meses escondido en diversas ciudades de Bélgica y de Alemania. Finalmente logró un visado sueco que le sirvió de verdadero salvoconducto frente a una muerte segura. Con él llegó a la Suecia neutral desde la que pudo embarcar hacia Brasil.

La odisea de Aguirre, abogado católico y nacionalista vasco, fue mucho más que una mera lucha por la supervivencia. El lehendakari creía que si lograba escapar demostraría que el nazismo no era invencible. “Pensaba que el mundo democrático necesitaba obtener una pequeña victoria en su lucha contra la ideología fascista que, desde 1939, no cesaba de triunfar en todos los frentes”, resume Niebel. El historiador desmonta en su obra la tesis, poco aceptada pero persistente, de que Aguirre pudo haber sido cómplice de los nazis hasta el punto de negociar políticamente con ellos: “No existe ninguna base documental que sostenga dichas afirmaciones. Algunas de ellas las considero productos de la postverdad neofranquista. Si los alemanes hubieran detenido a Aguirre en 1940 o 1941 le hubieran entregado a España como hicieron con Companys”. 

Franco, aprendiz y cómplice de Hitler

La epopeya de Aguirre obliga y, a la vez, permite a Niebel describir la forma en la que Franco y Hitler colaboraron en la persecución y represión de sus adversarios políticos e ideológicos. El dictador español vio en la ocupación alemana de Europa occidental la oportunidad perfecta para capturar a los dirigentes republicanos que se habían refugiado en Francia y, de paso, castigar a las decenas de miles exiliados españoles que huyeron al país vecino tras su victoria. Mientras el lehendakari lograba permanecer escondido, las fuerzas policiales españolas, alemanas y francesas colaboracionistas capturaban a personajes tan relevantes como el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, el ministro Julián Zugazagoitia o, años más tarde, el expresidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero. Niebel aporta numerosos detalles de esa enorme cacería política que terminó con la ejecución sumarísima de algunas de las víctimas. 

Paralelamente, Hitler no paró de ayudar a Franco a perfeccionar su sistema represivo. Niebel revela suculentos detalles de la visita que el director general de la Seguridad franquista, José Finat y Escrivá de Romaní, realizó a Berlín en agosto de 1940. En ella recorrió el campo de concentración nazi de Sachsenhausen y tuvo ocasión de ver la enfermería, los barracones y los lugares donde los deportados trabajaban en condiciones infrahumanas: “Himmler dedicó personalmente todo un día en Sachsenhausen para mostrarle a Finat cómo funcionaba su sistema de campos —afirma Niebel—. Después le enseñó el corazón de su sistema represivo. Lugares como el cuartel general de la Kripo (Kriminalpolizei), la Academia de Oficiales de la Policía y la Escuela Técnica de la Policía”. El Völkischer Beobachter, órgano de propaganda del partido nazi, resumió así el resultado de esa visita: “La minuciosidad y la metodología de las completas experiencias criminalísticas han dado muchas inspiraciones a los huéspedes españoles”.

El historiador concede también mucha importancia a la visita a Berlín, un mes después, de Ramón Serrano Suñer, ministro de la Gobernación y cuñado de Franco: “Himmler le explicó con detalle los principales métodos para controlar a la sociedad: fichar a todos, especialmente a los «enemigos» para, si se convertían en un peligro real, encerrarles y matarles trabajando en un campo, sacándoles de paso un rendimiento económico”.

Una de las consecuencias más terribles de este viaje de Serrano Suñer fue la orden cursada por la Oficina de Seguridad del Reich (RSHA) mientras el dirigente franquista aún se encontraba en la capital alemana. En ella se pidió a la Gestapo que localizara a los miles de españoles cautivos en campos de prisioneros de guerra y los trasladara al letal campo de concentración de Mauthausen.

Niebel reproduce la comunicación interna en la que el comandante general SS, Heinrich Müller, explica el motivo que le llevó a firmar dicha orden: “El Gobierno español no se interesa por los combatientes rojoespañoles que actualmente se hallan en Francia y solo quiere que se le entreguen a aquellas personas que se menciona en una lista que se ha mandado hasta aquí”. 

Niebel espera que esta obra arroje más luz sobre nuestra historia reciente. Como historiador, como alemán y como conocedor de la realidad española pasada y presente, considera que nuestra “desmemoria histórica” tiene su origen en la Transición: “Estuvo marcada por diferentes violencias políticas, garantizó los privilegios de las élites del sistema anterior y conservó los principales valores del Estado franquista: nación, unidad y el papel «protector» de las Fuerzas Armadas”.

“A diferencia de Alemania, la Ley de Amnistía de 1977 evitó que el franquismo tuviera su Núremberg. Por eso su impunidad y la apología son caras de la misma moneda. La anomalía es esta ley. Dado que ni Franco ni nadie ha tenido que rendir cuentas por los crímenes cometidos entre 1936 y 1978 se sigue 'como siempre”. Esta actitud no permite aprender del pasado, blanquea métodos e ideas criminales de entonces, los eterniza, y evita así hacer los cambios que cualquier sociedad y Estado han de realizar para adaptarse a las nuevas circunstancias“, remata.