ENTREVISTA investigadora

Zira Box: “La regeneración de España que querían los falangistas pasaba por recuperar la 'virilidad perdida'”

Marta Borraz

27 de septiembre de 2025 22:31 h

0

Fueron claras las intenciones desde el principio: “Políticamente hay dos formas de entender la vida pública, de estar en un pueblo, dos formas de Estado”. Así arrancaba un editorial publicado en el órgano valenciano de Falange en mayo de 1939, solo unas semanas después del fin de la Guerra Civil. El texto seguía: una era la manera “viril, con serenidad y jerarquía” y la otra era “pasional, afeminada, zigzagueante e histérica”. Esta manera de contraponer dos mundos no fue una excepción, sino la forma en la que los falangistas dejaron claro cuál era la España que debían construir tras la victoria franquista y cuál debían dejar atrás.

Así lo detalla la investigadora Zira Box en La nación viril (Alianza), un libro en el que disemina el proyecto político de posguerra falangista para concluir que este no fue, ni mucho menos, ajeno al género. La loa a la virilidad y el rechazo del afeminamiento fueron constantes en sus discursos. “La idea de decadencia y regeneración forman parte del corpus ideológico de Falange, pero además la regereneración se interpreta con la recuperación de la virilidad perdida que consideran intrínseca a la nación frente a la decadencia del afeminamiento”, apunta Box, profesora de la Universitat de València y autora también de España, año cero. La construcción simbólica del franquismo.

El uso de los términos no es casual: virilidad y afeminamiento, no feminidad. ¿Por qué?

Ellos los utilizaban así, de hecho, empleaban feminoide también. Los falangistas no rechazaron lo femenino, sino lo afeminado, que entendían como lo distorsionado y degenerado. No algo radicalmente diferente, que sería lo femenino, sino lo que se esperaría que debe ser normativo y viril y acaba desviándose. Tras el discurso de afirmación de virilidad falangista siempre hay miedo a que España se afemine, se desvíe. Son ideas omnipresentes que Falange aplicó incluso a elementos que aparentemente nada tienen que ver con el género.

¿Cómo articulaba Falange estos dos conceptos en su forma de pensar esa Nueva España?

La virilidad fue muy transversal al régimen y a la cultura política falangista y tenía que ver con dos tipos de atributos: por un lado, la fuerza, la valentía o el arrojo, pero complementados con el autocontrol, la templanza, la sobriedad o la compostura. El afeminamiento se concibió de dos maneras: por defecto, que era la abulia, la pasividad, la inacción, lo cómodo y lo blando mientras que el afeminamiento por exceso englobaba lo histriónico, lo chillón, lo descontrolado. En el fondo, hablamos del orden frente al caos, frente a esa España en perpetuas vacaciones, apoltronada y frívola, como decían ellos, reclamaban la sobriedad y serenidad de la España franquista.

Hay muchos elementos, como los toros o el flamenco, que forman parte de esa España de pandereta y de españolada profundamente afeminada que Falange criticaba, pero de los que no se podía desprender.

En el centro de su discurso está la idea de decadencia y regeneración nacional, la construcción de una España totalitaria y fascista. ¿De qué manera lo asocian a la virilidad y al afeminamiento?

Esto es algo que otros colegas ya habían trabajado, cómo en los discursos eminentemente regeneracionistas está presente la idea del afeminamiento y de la virilidad perdida. Al aplicarlo a Falange vemos que para ellos la decadencia es fundamentalmente la España liberal y el siglo XIX, que sería un continuo que acabó en el paroxismo máximo de la Segunda República y, sobre todo, del Frente Popular. Hacen muchas referencias a esa España liberal aletargada, apoltronada y afeminada y, por ejemplo, muchas críticas directas al sistema electoral y al Parlamento, del que dicen que está lleno de 'cotorras' que pierden el tiempo y hacen que el país sea totalmente ineficaz cuando lo que se necesita es decisión, arrojo y acción, es decir, virilidad.

Hay algo que es importante entender y es que el análisis de género que hace no es un estudio diferenciado de hombres y mujeres, sino que va más allá.

Efectivamente. Al hablar de género puede dar la sensación de que hablo de hombres y mujeres, pero lo que hago es entender el género como un conjunto de significados culturales no necesariamente anclados en los cuerpos y que pueden ser aplicados a los sujetos, por supuesto, pero también a entidades políticas como la nación o a otras cuestiones que a lo mejor de primeras pensamos que nada tienen que ver con el género.

De hecho, ha analizado cómo esa virilidad falangista llegó a cuestiones dispares, desde la pintura, las fiestas o la arquitectura. ¿Qué hicieron con todo esto?

Lo que hay es una resignificación desde esa lente de virilidad. La cuestión es que hay muchos elementos, como los toros o el flamenco, que forman parte de esa España de pandereta y de españolada profundamente afeminada que Falange criticaba, pero de los que no se podía desprender. Como eran cosas que podían afeminarse, lo que hicieron fue darles otro significado.

¿Por ejemplo?

Ocurrió con Las Fallas. Los falangistas que llegan al Ayuntamiento valenciano reproducen esa idea de virilidad regeneracionista y conciben unas Fallas que no pueden ser esas fiestas excesivas, chabacanas y soeces propias del Gobierno republicano, sino que deben responder al buen gusto y a la sobriedad viril. Entre otras cosas, prohíben tirar tracas fuera de horario y además de la censura política imponen la censura estética. Así hicieron con el flamenco, con los toros... con todo lo que consideraban peligroso por formar parte de esa España de pandereta, afeminada, salvaje y pasional. En el mundo de los toros incorporaron la sobriedad, la voluntad, el rigor o la dirección como elementos clave.

Si cogemos una foto del 41 y una del 73, por poner dos fechas, lo que vemos es que muchos elementos contra los que luchaban los falangistas regresaron. Ese Alfredo Landa diciendo que a los turistas lo que les gusta es el sol, la paella, el flamenco y los toros hubiera horrorizado a los falangistas.

Comentábamos que no es un análisis que hable de hombres y mujeres, pero ¿cómo afectó este discurso a esos nuevos hombres y mujeres que el falangismo quería para España?

Los mismos atributos que piensan para la España regenerada los piensan para hombres y mujeres de manera similar. Por supuesto, diferencian absolutamente lo que son unos y otras y en este sentido es un régimen plenamente misógino. Pero, en muchos sentidos, la idea de estas mujeres tenía que responder a los atributos de virilidad, aunque fuera para ser madres o amas de casa. Tenían que serlo sin ñoñerías, sin lloriqueos, sin frivolidades.

Hay una emoción que se palpa constantemente en lo que los falangistas planteaban que es el miedo. ¿Dirías que tras su empuje y su discurso lo que había era fundamentalmente temor?

Si tuviese que hacer hipótesis sobre las emociones que sentían, el miedo sin duda estaría junto a otras emociones como el asco o la vergüenza. En el fondo, ese miedo puede tener que ver con una fragilidad. Si tú tienes miedo de que España se afemine de nuevo, es porque quizá no tienes tan claro que los valores viriles o la misma idea de virilidad sea una cosa que puedes lograr mantener para siempre.

Al final expone cómo el boom turístico que experimentó España en los 60 trajo consigo una vuelta a ese país de pandereta que explota los estereotipos folclóricos, el sol, la playa, el flamenco. Una imagen que los falangistas rechazaban. ¿Fracasaron?

Si cogemos una foto del 41 y una del 73, por poner dos fechas, lo que vemos es que muchos elementos contra los que luchaban los falangistas regresaron. Ese Alfredo Landa diciendo que a los turistas lo que les gusta es el sol, la paella, el flamenco y los toros hubiera horrorizado a los falangistas. Esa idea de España salvaje y folklorizada era la que ellos batallaban, pero en ese boom turístico lo que hay es una afirmación porque eso es lo que vende, esa diferencialidad.

Hay elementos del régimen franquista que se están cuestionando que no son opinables. No son verdad o mentira. El franquismo fue una dictadura y, como tal, es condenable sin ninguna duda.

Dando un salto a la actualidad, este noviembre se cumplen 50 años de la muerte de Franco. ¿Qué queda hoy de esa nación viril que plantearon los falangistas?

El marco interpretativo que propongo puede servir para analizar el discurso político actual. El ultranacionalismo de los falangistas, en el sentido de creer que España existe por sí misma en base a unos atributos y cualidades, sigue vigente en discursos y partidos políticos de la extrema derecha. Esa idea de impulso regeneracionista, que te hace creer que llegas para reconstruir algo que está en decadencia, también está vigente. Hace poco el CIS revelaba que los dos problemas principales para los votantes de Vox son la inmigración y el Gobierno. ¿Cómo puede ser que quienes nos gobiernan sea para ti peor que la crisis de la vivienda? Es una idea muy anclada en la sensación de decadencia y caos. Y, por último, también la idea de cierta grandeza. La extrema derecha es muy historicista y tiene mucha nostalgia de grandeza.

Pertenece a una generación de investigadoras de la Guerra Civil y el franquismo que ya no se enfrenta a las férreas resistencias de hace 20 o 30 años. Pero ¿hay obstáculos? No me refiero a los habituales de todo investigador, sino a los añadidos por el tema investigado.

Nos encontramos, como en tantos otros gremios, con que se pone en duda el conocimiento experto que se genera desde la investigación histórica. Es la idea de la posverdad, en el sentido de que hay cosas que ahora se consideran que son opinables cuando en realidad derivan de un método de investigación que es costoso y lleva tiempo. Hay elementos del régimen franquista que se están cuestionando que no son opinables, no son verdad o mentira. El franquismo fue una dictadura y, como tal, es condenable sin ninguna duda.