La tensión se podía cortar con cuchillo. Había ojos clavados en la nueva estructura, manos apuntando aquí y allá, miradas buscando grietas que no existían. Durante semanas se había hablado del riesgo de cruzar. Aquello podía no aguantar y venirse a bajo si las circunstancias eran las apropiadas.
Nadie quería ser el primero en decirlo en voz alta, pero la sospecha ya estaba desatada: el puente de Brooklyn parecía demasiado ambicioso para ser seguro. Solo le faltaba una prueba definitiva para demostrar que no se iba a caer. Y la tuvo, aunque no vino precisamente del mundo de la ingeniería. La verificación se desarrolló el 17 de mayo de 1884, cuando una manada de 21 elefantes avanzó sobre el asfalto recién instalado, seguida de cerca por 17 camellos que venían desde el ferry de Courtlandt Street.
A su paso, los tranvías no cesaban su ritmo y el puente vibraba levemente con cada pisada. La comitiva la cerraba Jumbo, el elefante africano más famoso del mundo, comprado en Londres por P.T. Barnum. El empresario había conseguido que su desfile sirviera como prueba de carga pública y espectáculo monumental a la vez. Fue su manera de demostrar que, pese a todas las dudas, la estructura no tenía nada que temer.
La estampida que convirtió el miedo en tragedia
Un año antes, el 30 de mayo de 1883, la historia había sido muy distinta. Apenas unos días después de la inauguración del puente de Brooklyn, una caída sin mayor importancia provocó un grito, el grito una estampida, y la estampida un balance trágico: 12 personas murieron aplastadas entre la masa de peatones.
El puente acababa de abrir su conexión entre Manhattan y Brooklyn, y la idea de que podía no soportar a tanta gente empezó a circular como una amenaza. A partir de ahí, todo lo relacionado con su seguridad se puso bajo sospecha.
Las autoridades no habían aceptado una oferta inicial que Barnum había lanzado para desfilar por el puente con sus animales. Propuso 5.000 dólares para convertir su caravana en la primera en recorrer los 486 metros de vano principal, en un recorrido publicitario disfrazado de ensayo estructural. En aquel momento rechazaron la idea. La tragedia cambiaría las tornas.
Barnum y su desfile animal como gesto redentor
El puente, diseñado por John Roebling y concluido por su hijo Washington y su mujer Emily tras la muerte del primero, ya era una proeza técnica incluso antes de inaugurarse. Su uso de cables de acero, su tamaño y su estilo de construcción lo convertían en una rareza arquitectónica.
Cuando finalmente se abrió al paso, era el puente colgante más largo jamás construido. Y ese dato, más que dar tranquilidad, inquietó a quienes no sabían en qué confiar: si en los ingenieros o en sus propios nervios.
Ante la presión pública, las autoridades buscaron un gesto contundente que zanjara la polémica. Ahí es donde entró Barnum. Su desfile no solo cruzó el puente. Lo hizo entre vítores, ante una multitud entusiasmada y con el beneplácito oficial que un año antes no había conseguido.
Según relató The New York Times en su crónica del día siguiente, el desfile partió a las 9:30 desde Manhattan y muchos describieron la imagen como “si el Arca de Noé estuviera vaciándose sobre Long Island”.
La elección del propio Jumbo, el elefante más famoso del mundo, para cerrar el desfile no fue casual. Con un peso de más de cinco toneladas, su presencia aseguraba que la estructura quedaría validada incluso por el más escéptico. Los camellos y los dromedarios, aunque menos pesados, aportaban color y volumen a una caravana que muchos no sabían si mirar como espectáculo o como experimento técnico.
Ese mismo día se cancelaron los peajes del puente. El superintendente de peajes declaró que “la cuestión de cuánto debía pagar un elefante o un dromedario resultó imposible de resolver”. Fue un gesto simbólico que acompañó al desfile con un aire festivo, mientras los animales avanzaban entre los raíles del tranvía, levantando las trompas cuando pasaban los trenes.
Con el desfile terminado y la estructura intacta, la seguridad del puente quedó públicamente validada. La ciudad había logrado disipar las dudas, y Barnum, una campaña de promoción sin precedentes. Aquel día, los animales no solo cruzaron un río. También ayudaron a sostener la credibilidad de una obra que hoy es uno de los emblemas más fotografiados de Nueva York.