Cada 11 de diciembre se celebra el Día Mundial del Algodón de Azúcar, una excusa perfecta para recordar que pocas cosas activan la memoria como ese bocado ligero, dulce y casi imposible de coger con las manos sin acabar pegajoso. El algodón de azúcar es un símbolo universal de ferias y carnavales, y aunque hoy parezca un capricho sencillo, su creación fue una pequeña revolución que combinó ingeniería, espectáculo y una buena dosis de azúcar fundido.
El aspecto infantil engaña: detrás de esos hilos rosados hay una maquinaria que transformó la forma de hacer dulces. Y sí, también una historia que viaja de los salones aristocráticos del siglo XV a las grandes ferias americanas del XX.
Un invento improbable
El origen del algodón de azúcar se remonta mucho más atrás de lo que imaginamos. En el siglo XV ya se elaboraba azúcar hilado, pero era un proceso costosísimo: se hacía a mano, quemaba dedos y solo las élites podían permitírselo. Fue un lujo efímero hasta que, a finales del siglo XIX, un dentista —sí, un dentista— decidió que aquello tenía futuro.
En 1897, William Morrison y John C. Wharton, confitero y socio en esta aventura, inventaron la primera máquina eléctrica capaz de fundir azúcar y expulsarlo en filamentos a través de diminutos orificios. Esa nube dulce se llamó inicialmente Fairy Floss y debutó en la Feria Mundial de San Luis en 1904. El éxito fue inmediato: más de 68.000 cajas vendidas, a 25 centavos cada una, en un momento en el que el precio ya daba pistas de lo especial que era el invento.
Con esa máquina, la historia del algodón de azúcar salió definitivamente del ámbito del lujo y se convirtió en un dulce popular. Por fin podía hacerse de forma rápida, vistosa y sin arruinar a nadie.
De las ferias locales al mundo entero
El invento funcionó tan bien que pronto cruzó fronteras. En Estados Unidos se convirtió en emblema de parques y festivales; en Francia lo rebautizaron como barbe à papa; en China pasó a ser za tang. En España, el algodón de azúcarllegó a las verbenas acompañado del ruido de los generadores y ese olor inconfundible que mezcla azúcar caliente y aire frío.
Su expansión global tuvo mucho que ver con la evolución de la maquinaria. Los primeros modelos eran frágiles y temblorosos; hoy, las máquinas son fiables, rápidas y capaces de producir nubes gigantes en minutos. No sorprende que siga siendo inseparable de las ferias y carnavales, donde el espectáculo de verlo hacerse es casi tan importante como comerlo.
Un dulce que sigue reinventándose
El Día Mundial del Algodón de Azúcar también sirve para recordar que este clásico no se quedó anclado en el pasado. En la actualidad aparece en postres de autor, en heladerías, en cócteles y hasta en restaurantes que lo utilizan como decoración efímera. El principio sigue siendo el mismo —azúcar, temperatura y aire—, pero los usos son cada vez más imaginativos.
Su capacidad para despertar algo infantil explica su permanencia: no importa cuántas modas pasen, siempre será fácil reconocer el gesto de un niño mirando cómo la nube rosa gira en el tambor de metal.