Las herramientas de inteligencia artificial requieren grandes volúmenes de agua para funcionar porque los centros de datos que las sostienen necesitan refrigeración constante. Cada servidor libera calor de forma continua, y el modo más habitual de disiparlo es mediante sistemas de enfriamiento que dependen directamente del uso de agua.
Esta demanda se ha convertido en un factor importante en el debate sobre sostenibilidad tecnológica, ya que el despliegue masivo de modelos de IA en buscadores, asistentes virtuales o generadores de contenidos multiplica el número de operaciones y, con ello, la extracción de recursos hídricos.
Google intenta frenar las críticas con cifras muy concretas sobre Gemini
El informe presentado por Google sobre Gemini intentó responder a esta preocupación con números concretos, aunque limitados al proceso de inferencia de texto. La compañía calculó que una consulta promedio requiere apenas 0,26 mililitros de agua, el equivalente a cinco gotas, y que la mayor parte se emplea en la refrigeración de sus servidores. Además, indicó que este nivel de gasto es muy inferior a las proyecciones que se habían manejado en estudios externos, en los que se hablaba de entre 10 y 50 mililitros por interacción.
La publicación no pasó de puntillas porque se trataba de la primera vez que una empresa tecnológica de esa magnitud ponía sobre la mesa datos oficiales de consumo hídrico vinculados a la IA. Sin embargo, diversos expertos cuestionaron que la estimación no incluyera aspectos fundamentales como el agua utilizada para producir la electricidad que alimenta los centros de datos.
Según recogió The Verge, el profesor Shaolei Ren, de la Universidad de California, criticó directamente el planteamiento de Google al afirmar que “simplemente ocultan información crucial. Esto transmite un mensaje erróneo al mundo”.
Otro ángulo de crítica estuvo relacionado con el alcance del análisis, ya que solo midió las solicitudes de texto y no las funciones multimodales, como la generación de imágenes o vídeos, que requieren mucha más energía y, en consecuencia, más agua en los procesos de refrigeración. Tampoco se especificó el número exacto de consultas que procesa Gemini en un día ni qué entiende la compañía por una “interacción promedio”. Esta falta de transparencia impide conocer con certeza el volumen total de agua consumido por el sistema en un contexto real de uso masivo.
El debate no se limita a Google. La Universidad de California publicó un estudio que estimaba que la demanda de agua de sistemas como Gemini podría, para 2027, superar la mitad de la extracción anual del Reino Unido. Se trata de una proyección basada en el crecimiento acelerado del sector y en la falta de información concreta de las compañías.
A ello se suma un análisis de Alex de Vries, fundador de Digiconomist, que advierte que la huella energética de la IA crecerá de forma acelerada en los próximos cuatro años, lo que inevitablemente se traduce en mayor consumo hídrico.
La perspectiva empresarial tampoco ofrece señales tranquilizadoras. Una investigación del Instituto de Investigación de Capgemini expuso que solo el 12% de los ejecutivos asegura medir el impacto ambiental de la IA en sus compañías y apenas el 38% reconoce tener conciencia sobre este aspecto. En palabras de Cyril Garcia, director de Servicios de Sostenibilidad Global de Capgemini, “si queremos que la IA genere un valor empresarial sostenible, es necesario que se establezcan normas para todo el sector”.
Las previsiones sobre el futuro energético del sector van en la misma línea. Goldman Sachs calcula que la demanda de los centros de datos se incrementará un 160% hacia finales de la década y que la IA representará aproximadamente un 27% de ese consumo eléctrico en 2030. Este panorama refuerza la necesidad de incorporar estándares comunes que definan cómo medir y reportar tanto el gasto de electricidad como el uso de agua.
El futuro de la inteligencia artificial dependerá de cómo se gestionen los recursos básicos
Mientras Google defiende que el consumo de Gemini equivale a acciones tan ligeras como encender un televisor unos segundos, otros sostienen que esa comparación distrae del problema central. Lo que importa, subrayan los analistas, no es la huella de una sola consulta, sino la escala total que alcanzará esta tecnología cuando se despliegue en todos los ámbitos posibles.
La conclusión que se desprende de este debate es que el agua se ha convertido en un elemento tan determinante para la inteligencia artificial como la electricidad. Y en un mundo donde ambos recursos se tensan cada vez más, el futuro de la IA dependerá tanto de sus algoritmos como de la capacidad de sus promotores para gestionar esa sed tecnológica sin agotar las reservas que sostienen la vida.