Las leyendas urbanas ya corrían por las calles de Grecia y Roma y cuatro relatos antiguos lo demuestran

Los narradores antiguos se reunían en plazas, banquetes o tribunales para dar voz a episodios que pretendían sonar reales. Una mirada cómplice, un gesto solemne o una descripción minuciosa bastaban para crear expectación en torno a una historia que circulaba de boca en boca.

El efecto era inmediato, porque los oyentes aceptaban con facilidad relatos extraños que parecían ocurridos a alguien cercano. En ese contexto aparecieron historias inverosímiles que, siglos más tarde, llegarían a ser escritas por autores griegos y romanos.

Un investigador rastreó las raíces de estos relatos en textos clásicos

El profesor Lowell Edmunds examinó cómo este fenómeno aparece en cuatro relatos conservados en textos antiguos. Su estudio, publicado en la revista académica Arethusa, parte de testimonios recogidos por autores como Esquines, Aristóteles, Ateneo, Petronio, Tertuliano y Minucio Félix.

Según este análisis, estos ejemplos constituyen auténticas leyendas urbanas de época clásica, con la misma intención de ser creídas que las que hoy circulan en redes sociales.

Una de las narraciones más conocidas es la que trata de una joven ateniense encerrada junto a un caballo como castigo por haber mantenido relaciones antes del matrimonio. El orador Esquines escribió que “incluso todavía los cimientos de esta casa sobreviven en vuestra ciudad, y este lugar se llama Junto al Caballo y la Joven”. La mención buscaba otorgar verosimilitud al episodio al remitir a un lugar tangible.

Aristóteles recogió una variante en la que el padre de la muchacha se llamaba Hipomenes y la hija Leimone. Otras versiones posteriores introdujeron un giro macabro, al convertir al caballo en verdugo de la joven.

Otro relato con tono festivo circuló en Sicilia en el siglo III a.C. Jóvenes de Acragas celebraron una juerga en una casa hasta perder la noción de la realidad. Creyeron encontrarse en un barco de guerra en plena tormenta y lanzaron muebles por las ventanas para aligerar peso. Cuando llegaron las autoridades, los confundieron con tritones y prometieron levantarles altares. El resultado fue que la vivienda acabó con el nombre de Trirreme, ejemplo de cómo una anécdota servía para explicar un topónimo.

En el Satiricón de Petronio aparece un episodio de corte terrorífico. Niceros contó en un banquete que un soldado, al pasar por un cementerio, se desnudó, orinó en círculo y se transformó en lobo. Más tarde, la mujer a la que iba a visitar relató que un lobo había atacado al rebaño y había recibido una herida en el cuello. Al día siguiente, el soldado apareció en cama con la misma lesión. El narrador insistió en su autenticidad con frases como “por favor, no penséis que estoy bromeando; no mentiría sobre esto por ninguna fortuna en el mundo”.

El cuarto ejemplo fue usado como acusación contra los primeros cristianos. Escritos de Tertuliano y Minucio Félix se hacen eco de la historia para refutarla. La leyenda describía supuestos ritos iniciáticos que incluían el asesinato de un bebé escondido en pan o en grano, su descuartizamiento y la ingestión de su sangre, seguido de un banquete con apagón de luces y desenfreno sexual. Minucio Félix afirmó que “y de su banquete es bien conocido, todo el mundo habla de ello en todas partes”.

Las historias antiguas circularon con la misma fuerza que hoy tienen en internet

Edmunds analizó estas cuatro narraciones para determinar qué las convierte en leyendas urbanas. Todas se desarrollan en entornos reconocibles, incluyen sucesos verosímiles para la mentalidad de la época, mantienen brevedad y se transmiten con la expectativa de ser creídas. En el caso de Petronio, aunque forma parte de una obra de ficción, su construcción reproduce el patrón de una experiencia real compartida en voz de un testigo.

El estudio concluye que estas leyendas no comparten un esquema único, sino elementos concretos que conviene analizar de forma individual. Edmunds dedicó especial atención al relato de la joven y el caballo. La tradición literaria coincide en que existía en Atenas un lugar conocido con ese nombre.

Para el investigador, una posible explicación reside en hallazgos arqueológicos. Se conocen tumbas de la Edad del Bronce en Lefkandi y Creta donde una mujer de alto rango fue enterrada junto a caballos sacrificados.

Según esta hipótesis, el hallazgo fortuito de una tumba semejante en Atenas pudo originar la historia. Con el tiempo, la anécdota habría tomado forma de castigo ejemplarizante, unida al nombre de Hipomenes, que significa fuerza de caballo, y a la figura de Leimone, cuyo nombre remitía a los prados donde pastan estos animales. El recuerdo de una práctica funeraria remota habría sobrevivido transformado en un relato macabro.

La investigación subraya que los antiguos compartían este tipo de narraciones por razones muy diversas. Servían para explicar topónimos, para advertir de las normas sociales, para atacar a comunidades emergentes o simplemente para entretener. Edmunds afirma que “tres de las cuatro historias que se han resumido fueron, en primer lugar, orales y son accesibles ahora porque llegaron a escribirse por una razón u otra”.

Ese recorrido académico confirma que las cadenas de relatos que circulan hoy a través de móviles y redes digitales tienen antecedentes lejanos en las calles de Atenas o Roma. Los antiguos ya practicaban lo que ahora se llamaría viralidad, con historias que aún suenan igual de vivas que cuando fueron pronunciadas en voz alta.