Un sanitario aplicó con calma una pequeña sanguijuela sobre la pierna de un soldado herido. El animal se aferró con movimientos precisos mientras el agua del recipiente temblaba sobre el suelo del hospital de campaña. El soldado observó la piel del animal oscurecerse al llenarse de sangre y, por un instante, el silencio sustituyó al ruido de los disparos lejanos.
Aquel gesto, aprendido de antiguos tratados médicos, sirvió para aliviar la congestión del tejido y redujo la presión en la zona dañada. Esa misma criatura, tan común en la medicina de guerra, guarda una historia que comenzó hace más de 400 millones de años y que acaba de reescribirse gracias a un hallazgo excepcional.
Un fósil antiguo obliga a reescribir la historia de las sanguijuelas
El descubrimiento del fósil de Macromyzon siluricus, publicado en la revista PeerJ y estudiado por Karma Nanglu de la Universidad de California en Riverside junto con Danielle de Carle de la Universidad de Toronto, ofrece la prueba más antigua conocida de una sanguijuela. Los investigadores dataron el ejemplar en unos 437 millones de años, lo que amplía en más de 200 millones el registro previo de este grupo.
La pieza, conservada de forma íntegra en la biota de Waukesha en Wisconsin, mostró una estructura blanda con ventosa posterior y cuerpo segmentado, rasgos que permitieron confirmar su identidad. Este hallazgo constituye el núcleo central de la nueva interpretación sobre el origen de las sanguijuelas.
El depósito fósil de Waukesha registró una fauna marina compuesta por trilobites, cangrejos herradura y gusanos de cuerpo blando. En ese entorno, el antepasado de las sanguijuelas modernas se desplazaba por el fondo del mar alimentándose de pequeños invertebrados. La conservación del ejemplar fue posible por la escasez de oxígeno y la rápida acumulación de sedimentos finos que envolvieron el cuerpo tras su muerte. Las condiciones químicas permitieron mantener incluso los pliegues externos, un hecho excepcional tratándose de un animal sin partes duras.
El estudio muestra que las sanguijuelas primitivas no se alimentaban de sangre
Los análisis indicaron que Macromyzon siluricus carecía de ventosa anterior, una estructura esencial en las especies hematófagas actuales. Esa ausencia sugiere que su dieta consistía en tragar presas enteras o succionar líquidos internos de animales blandos. En el ecosistema silúrico apenas existían vertebrados, por lo que la alimentación sobre sangre resultaba inviable.
Los autores concluyeron que la succión sanguínea evolucionó más tarde, cuando los vertebrados dominaron los hábitats acuáticos. Este cambio marca una transición ecológica dentro del linaje de las sanguijuelas y explica la diversidad de estrategias tróficas que presentan hoy.
El fósil también cuestiona la fiabilidad del llamado reloj molecular, herramienta que estima el momento de divergencia entre especies a partir de mutaciones genéticas acumuladas. Hasta ahora, los modelos situaban el origen de las sanguijuelas verdaderas entre 230 y 140 millones de años atrás.
La edad de Macromyzon siluricus adelanta esa fecha en más de 200 millones, lo que obliga a recalibrar las estimaciones y reconsiderar la evolución de los anélidos segmentados, incluidos los gusanos de tierra. El nuevo punto de referencia fósil aporta una base sólida para futuras comparaciones genéticas.
La evidencia apunta a un origen marino para las sanguijuelas actuales
El hallazgo también introduce un debate sobre el ambiente primitivo de estos animales. La mayoría de las sanguijuelas actuales habita en agua dulce, pero el fósil de Waukesha procede de un entorno marino. Los investigadores plantearon que los primeros linajes surgieron en el mar y que las especies posteriores se adaptaron de manera independiente a ríos y lagos. Esa hipótesis sugiere un origen marino del grupo y una diversificación múltiple hacia aguas continentales, proceso que pudo repetirse varias veces a lo largo del Paleozoico.
Por lo tanto, el mismo soldado que observaba cómo la sanguijuela cumplía su función sanitaria representaba, sin saberlo, la continuidad de una relación que comenzó hace cientos de millones de años entre el ser humano y un viejo parásito convertido en herramienta médica. Lo que para él fue un remedio en mitad del combate, para la ciencia constituye una ventana al pasado biológico del planeta.