Así era la superciudad nazi con la que Adolf Hitler quería eclipsar a París y Roma

El deseo de dominar el mundo ha estado presente en múltiples discursos autoritarios, pero pocas veces se ha traducido en planes arquitectónicos tan desmesurados como los que proyectó Adolf Hitler. Su objetivo no se limitaba a liderar un continente ni a imponer una ideología. Quería redibujar el mapa simbólico del poder, transformar el epicentro de Europa en el eje absoluto del dominio nazi y levantar una ciudad que no solo centralizara el gobierno, sino que funcionara como emblema visual de su supremacismo.

Esa ambición de control global cristalizó en la obsesión por levantar una capital que encarnara la hegemonía del Reich, cuya magnitud y diseño sirvieran de prueba física de su dominio. Bajo esa idea de centralidad total se concibió el proyecto de Welthauptstadt Germania.

La elección de Speer selló el estilo monumental que Hitler buscaba

Uno de los primeros pasos visibles se dio en 1939, cuando se completó la gran avenida Este-Oeste. Alineada con banderas nazis, conectaba la Puerta de Brandeburgo con la zona de Charlottenburg y se convirtió en el eje ceremonial del régimen. La Columna de la Victoria, que se encontraba cerca del Reichstag, fue trasladada al centro de la avenida para reforzar su nueva función propagandística. Ese desplazamiento fue una de las pocas obras que llegaron a materializarse del plan general para la futura capital imperial.

El arquitecto responsable del diseño de Germania fue Albert Speer, que ya había llamado la atención de Hitler con sus intervenciones monumentales en Núremberg. A finales de los años 30, Speer preparó una maqueta detallada de la ciudad soñada por el dictador, y varios obreros comenzaron las tareas iniciales en los terrenos seleccionados.

Hitler no se conformaba con igualar a las capitales imperiales europeas. Su intención era superarlas en escala, imponencia y carga simbólica. En su visión, Berlín debía dejar atrás el legado de París y eclipsar la herencia imperial de Roma, no solo en términos arquitectónicos, sino como epicentro cultural y espiritual del nuevo orden mundial que pretendía instaurar. El calendario fijado por Hitler aspiraba a tener todo terminado en 1950. Para entonces, confiaba en haber ganado la guerra y disponer de todos los recursos necesarios para culminar su visión.

Un gigantesco cilindro de hormigón desveló fallos en el subsuelo berlinés

Uno de los ensayos técnicos más evidentes fue el Schwerbelastungskörper, un enorme cilindro de hormigón que debía evaluar la capacidad del suelo berlinés para soportar el peso del futuro Arco del Triunfo.

Esa estructura, pensada como una de las cuatro patas del monumento, acabó hundiéndose más de lo previsto y reveló las limitaciones geotécnicas del terreno. Hoy sigue en pie, convertido en un resto tangible del delirio urbanístico del nazismo.

A lo largo de una avenida perpendicular al eje Este-Oeste, bautizada como Paseo de los Esplendores, Hitler imaginaba ubicar los principales monumentos de Germania. En el extremo sur estaría el gigantesco Arco del Triunfo, ideado para superar en tamaño al de París.

En el extremo norte se alzaría la Volkshalle, o Sala del Pueblo, concebida como un edificio con capacidad para 180.000 personas y una cúpula de proporciones colosales. Según explicó en 2008 Sascha Keil, portavoz del Senado de Berlín, en declaraciones recogidas por la revista TIME, “con los 180.000 asientos ocupados, el aliento condensado del público se habría acumulado bajo la cúpula y habría provocado una lluvia interior”.

Más allá de los elementos simbólicos, el proyecto implicaba un rediseño urbano completo. La circulación a nivel de calle habría desaparecido, ya que se proyectaban pasos subterráneos para peatones y una organización del tráfico dominada por la jerarquía monumental. El entorno construido estaba pensado para imponer, no para convivir con la ciudadanía. Esa lógica, aplicada incluso en su fase inicial, ya afectó directamente a miles de personas.

Los primeros trabajos utilizaron mano de obra forzada y campos cercanos

En junio de 1938, las autoridades alemanas ordenaron arrestar a personas sin domicilio fijo que pudieran ser útiles como mano de obra. Estas fueron forzadas a realizar trabajos pesados para las primeras obras de Germania. Al mismo tiempo, varios campos de concentración se ubicaron junto a canteras para extraer los ladrillos y las piedras que abastecerían los materiales de construcción.

En ese contexto, como documenta el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos, los presos de Sachsenhausen fabricaban ladrillos destinados a Berlín, y el transporte se realizaba por canales para abastecer las obras del régimen.

Albert Speer relató en sus memorias que Hitler quería que los visitantes del nuevo Palacio de la Cancillería recorrieran una galería el doble de larga que la de los Espejos en Versalles. En su libro Dentro del Tercer Reich, escribió: “Ascendía por una escalera exterior, atravesaba una sala redonda con una cúpula y se encontraba con una galería de 146 metros de largo”. Esa obra sí llegó a completarse, aunque acabó destruida por los bombardeos al final de la guerra.

Las críticas internas tampoco estuvieron ausentes. Hans Stefan, colaborador de Speer, dibujó en secreto caricaturas burlándose del proyecto. Según informó la revista Der Spiegel en 2008, una de sus viñetas mostraba a la diosa Victoria lanzándose en paracaídas desde la Columna de la Victoria, molesta por su nueva ubicación. Otra mostraba el Reichstag enganchado accidentalmente por una grúa que transportaba la maqueta de la Volkshalle.

La guerra detuvo los trabajos antes de que pudieran avanzar más

Los trabajos se paralizaron cuando los ataques aéreos aliados empezaron a afectar Berlín, aunque Speer consideraba que eso aceleraba el proceso al arrasar la ciudad antigua. La derrota nazi truncó definitivamente cualquier intento de reanudar el proyecto. A pesar del colapso, los planos, maquetas y documentos originales siguen conservados en instituciones como la Biblioteca del Congreso en Washington.

Hitler se suicidó en abril de 1945. Speer, en cambio, logró evitar la pena de muerte en los juicios de Núremberg y pasó dos décadas en la prisión de Spandau. El proyecto, sin embargo, ya había dejado una huella importante en la historia arquitectónica del siglo XX, aunque casi nada de lo planeado llegara a construirse.