EEUU pone fin a la neutralidad de la Red: estas son las consecuencias

EEUU se prepara ya para un nuevo paradigma. La neutralidad de la Red ha perdido y las empresas han ganado. La manera de entender las comunicaciones y las nuevas relaciones que se establezcan entre usuarios y proveedores de Internet a partir de este jueves se darán en un marco injusto y viciado por el mercado, los poderes económicos y los intereses políticos. Internet ya nunca volverá a ser como era.

El destino de la Red se encontraba escrito en 210 folios, los mismos que el jueves presentó Ajit Pai, el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) nombrado por Donald Trump en enero de este año, ante su propia comisión. La votación no arrojó ninguna sorpresa y ganó el nuevo texto.

“Si se revocan las leyes de neutralidad de Red en EEUU (...) los proveedores de Internet (...) podrían decidir qué empresas tendrán éxito en Internet, qué voces son oídas y cuáles son silenciadas”, escribe en eldiario.es Tim Berners-Lee, uno de los padres de la World Wide Web.

La neutralidad de la Red es el principio que impide que Internet se convierta en un negocio. Es la barrera que evita que los proveedores de Internet (habitualmente conocidos como ISPs o Internet Service Providers) se enriquezcan modificando la calidad de los accesos, su disponibilidad o la velocidad. En definitiva, es la ley no escrita que obliga a estos proveedores a tratar todo el tráfico por igual, independientemente de donde venga.

¿Cuáles serán las consecuencias?

Serán muchas, pero las más importantes afectarán directamente a la forma de navegar en Internet de los usuarios estadounidenses. Los chicos y chicas de Break the Internet, una organización activista contra el fin de la neutralidad de la Red, han imaginado cómo será Internet después del día 14 de diciembre.

En primer lugar, los grandes proveedores de telecomunicaciones de los EEUU, entre los que se encuentran Comcast, Verizon y AT&T podrán bloquear contenido, ralentizar servicios y establecer un Internet de dos velocidades. Y todo esto sin olvidar la proliferación de servicios de zero rating.

En el paquete de medidas se incluye la más que previsible prohibición de BitTorrent, el programa para descargar archivos a través de P2P (peer to peer). Es la segunda parte de un capítulo que ya enfrentó en 2008 a Comcast contra el software de intercambio de archivos, a pesar de que por aquel entonces la FCC disuadiese al proveedor de comunicaciones de seguir adelante en su intento de bloqueo.

Esto es importante en un país en el que más de la mitad de los norteamericanos (el 51%) no tienen opción a la hora de decidir qué compañía de Internet contratan. El fin de la neutralidad de la Red también permitirá que los ISP puedan elegir qué servicios quieren ofrecer y cómo. El quién, naturalmente, será el usuario; que en función de lo mucho (o poco) que pague accederá a una oferta más o menos variada de servicios.

Y de la misma forma que un ISP podrá optar por cerrar o abrir más el ancho de banda, también podría crear un Internet de dos velocidades. Uno para los ricos y otro para los pobres, uno con autopistas de peaje y otro con carreteras comarcales, donde las grandes empresas fueran tratadas mejor por el simple hecho de ser multinacionales prestigiosas, en contra de las pequeñas con no tantos medios ni recursos a su disposición para pagar un Internet “premium”.

La neutralidad de la Red es lo que garantiza que el ISP trate de la misma forma un contenido de Netflix que otro de Movistar+, por eso el acuerdo en ciernes entre Time Warner y AT&T (el segundo ISP en EEUU) atenta contra ese principio. Hace varias semanas, la Justicia estadounidense bloqueó la fusión entre ambas al considerar que vulneraba la competencia.

¿Cómo nos afecta en España?

El profesor en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Deusto e investigador en el grupo Deusto LearningLab, Pablo Garaizar, explicaba hace unos días en la Cadena SER que “hay algunos motivos para preocuparse”. Se refería sobre todo al creciente dominio de las grandes empresas de Internet y a la cada vez mayor penetración de las Redes sociales en casi todos los ámbitos para explicar la falsa ilusión de “variedad en la oferta” que estas dan y cómo, al final, todas pertenecen a unas pocas empresas donde “el ganador se lo lleva todo”.

Una consecuencia son los llamados servicios de zero rating, donde el proveedor de Internet ofrece un “paquete” con un coste muy por debajo del mercado, segmentando así su oferta y a sus usuarios, que en función del servicio que quieran (o que puedan pagar) disfrutan de una u otra cosa. Es lo mismo que Vodafone anunció este verano a través de sus “pases”, en los que oferta un pack de servicios determinado en base a los gustos del usuario. El problema llega cuando se están primando unos servicios sobre otros en función del pase escogido, se cobra más al elegir una oferta con contenidos HD o la misma empresa acota qué entra en cada categoría.

A pesar de que España, al considerarse parte de la Unión Europea, está sometida a una legislación diferente, grandes cantidades de tráfico se intercambian diariamente con proveedores estadounidenses. Por poner un ejemplo, Adobe, Pepsi y Unilever fueron multadas en julio del año pasado al ser cazadas transfiriendo ilegalmente nuestros datos con EEUU.

Las tres empresas actuaron dentro siguiendo las directrices del Safe Harbour, el antiguo acuerdo de protección de datos que en octubre del 2015 fue prohibido gracias a Max Schrems, que demostró que nuestros datos no estaban seguros en suelo estadounidense. En el verano del año pasado se aprobó el Privacy Shield como sustituto del anterior, algo que tampoco convenció a expertos, working parties (grupos de trabajo) ni al propio Schrems, que calificó a la UE y al gobierno de Barack Obama de “miserables”.

El Internet que conocemos ya no volverá a ser el mismo. Al menos siempre nos quedará ese magnífico texto de Martin Niemöller que empieza diciendo eso de “primero vinieron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista...”.