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Flujo óptico, el motivo para salir a caminar por la mañana

Darío Pescador

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Los humanos somos animales que miran. Los ojos son una parte esencial de cómo estamos en el mundo y cómo hemos sobrevivido. Nuestros ojos miran hacia delante, como la mayoría de los depredadores, en lugar de la los lados, como la mayoría de las presas. 

Pero lo que vemos no solamente nos sirve para orientarnos, sino que también puede “programar” nuestro cerebro. Por ejemplo, sabemos que la luz azulada de las pantallas por la noche inhibe la melatonina y altera el sueño. Del mismo modo, exponernos a la luz del sol por las mañanas nos despierta mejor que el café y mejora el sueño por la noche.  

La historia no termina aquí porque, además de la luz, nuestros ojos también son sensibles al movimiento. El neurólogo de la Universidad de Stanford Andrew Huberman ha descubierto en sus experimentos cómo el denominado “flujo óptico”, la sucesión de imágenes que reciben nuestros ojos cuando nos movemos en el espacio, puede influir en nuestro estado de ánimo.

El flujo óptico y el cerebro

Imagina que estás viendo una grabación de vídeo de una habitación. La imagen permanece estática al principio, pero de repente la mesa del fondo se hace más grande, la librería de la izquierda empieza a desaparecer por el lado de la pantalla, y el suelo se desplaza hacia atrás. La conclusión en tu cabeza es inmediata: la cámara se está moviendo hacia delante. 

Lo mismo ocurre con nuestros ojos: el cambio en las imágenes, y sobre todo, en la distancia percibida entre los objetos que nos rodean, nos informan de la dirección en que nos movemos. Esto es el flujo óptico. El procesamiento de estas imágenes por el cerebro nos permite movernos con precisión y mantener el equilibrio, pero no solo.

Los investigadores realizaron un escáner de la actividad del cerebro en ratones en movimiento. En concreto, estudiaron el reflejo optocinético, los ajustes que hacen los ojos automáticamente para estabilizar la imagen cuando se mueve la cabeza. Descubrieron que, entre otras cosas, estos movimientos desactivaban la amígdala y los circuitos implicados en la detección del miedo y la amenaza.

Según Huberman, este descubrimiento inesperado puede tener aplicaciones en el tratamiento de los traumas y los trastornos de ansiedad que, precisamente, están asociados con una amígdala hiperactiva.

¿Cómo funciona? Cuando tenemos la vista fija en una sola cosa, dejamos de ver lo que hay en la periferia. Esta incertidumbre activa los circuitos de vigilancia y excitación en el cerebro. No sabemos todo lo que hay ahí fuera, así que es previsible que estemos nerviosos, algo que en el pasado remoto seguramente nos salvó de muchos depredadores.

Por el contrario, cuando movemos la cabeza o cuando nos movemos en el espacio, el cerebro recibe a través de los ojos mucha más información. Este movimiento tiene la propiedad de relajarnos y darnos una sensación gratificante. 

Esto abre la puerta a una posible explicación de la terapia llamada EMDR (eye movement desensitization and reprocessing) usada por los psicoterapeutas para tratar el estrés postraumático. La terapia consiste en revivir el hecho traumático mientras se induce un movimiento de los ojos, lo que reduce la ansiedad. Esta terapia ha dado, en general, buenos resultados en las revisiones de estudios, y también para otros trastornos como el dolor crónico, entre otros. Sin embargo, no se ha descubierto un mecanismo de acción hasta el momento. La desactivación de la amígdala por el movimiento podría ser la explicación. 

Huberman y su equipo tienen una recomendación muy sencilla: al menos una vez al día, sal al exterior y muévete hacia delante, caminando, nadando o en bicicleta, por ejemplo. El flujo óptico no tiene que ser rápido, basta con dar un paseo para inducir una sensación, al mismo tiempo, calmante y vigorizante.

* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.

¿En qué se basa todo esto?