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'In situ' en Helsinki

Greenhouse

J.M. Costa

Se llega a Helsinki de la manera más inopinada. Invitado por la Sibelius Akatemia, uno de los más importantes conservatorios del mundo, con rango universitario y casi 1.700 alumnos de lo más internacional. El motivo principal era asistir a la inauguración de una ambiciosa obra de arte sonoro realizada por el finés Otso Lähdeoja y el español Josué Moreno, un músico joven pero bien conocido en España que se trasladó aquí hará un par de años.

También te preguntan si puedes quedarte otro día para dar en la misma Sibelius una charla sobre tu experiencia dentro de ese campo. Muy preocupados porque no te sientas obligado a escribir nada positivo. Incluso a escribir algo. Parecen sinceros cuando dicen que In situ: sonic greenhouse les parece importante y valoran opiniones externas.

Es difícil mantener un tono distante cuando, ya de entrada, el contraste entre la cotidianidad española y la generosidad sin alardes de un pequeño país en la otra punta de Europa produce un cierto estado de disociación y de irrealidad. Una sensación tan genérica y compartida por otros viajantes que deja de ser simplemente subjetiva. Hay otras formas de hacer las cosas.

Helsinki es una ciudad media europea, unos 630.000 habitantes. La capital de una nación de apenas 100 años que se cumplen el 2017 y que por ello anda en obras, desde el Parlamento hasta aparcamientos subterráneos. Es agradable, muy cara, se come regular (tirando a mal, vaya), tiene una cantidad de edificios sensacionales de los Saarinen, de Alvar Aalto, el nuevo Kiasma (arte contemporáneo)..., los servicios parecen funcionar como relojes, hay una buena oferta cultural y la gente es tirando a amable. Lo de la bebida es otra historia.

Una gran casa-altavoz de cristal

La primera etapa, a saltos de tranvía, conduce a uno de los lugares más populares de Helsinki, su Jardín de Invierno, alojado en un antiguo palacio de cristal construido a finales del siglo XIX. Se llama Talvipuutarha, ejemplo de que el finlandés es un lenguaje nada familiar. El enorme invernadero es allí la única posibilidad de ver según qué plantas exóticas que para un sureño son de los más familiar (agaves, aloes, ficus...) pero aquí no tanto. Según un local “la gente viene aquí en invierno para ver algo de verde”.

Talvipuutarha contiene In situ: sonic greenhouse y el trabajo es muy interesante. Lo que han hecho Lähdeoja y Moreno es transformar la gran casa de cristal en un resonador, un enorme altavoz. Esto se dice mucho más rápidamente que se hace. Las superficies de cristal se activan mediante transductores (o altavoces de contacto, si se prefiere). Pero no todos los paneles acristalados son accesibles y hay que colocar otro tipo de panales exentos con las características del cristal. Hay otro tipo de dispositivos en el suelo, prácticamente ocultos entre el verdor y responsables de frecuencias bajas. Existe un grado de aleatoriedad, además. Todo ello ha exigido el tendido de un par de kilómetros de cable, respetar las plantas, los trayectos de los visitantes, tener en cuenta de que allí se riega... Ese tipo de condicionamientos.

Una vez instalada, In situ emite una música tan compleja como discreta, con muchos tipos de referencias tanto formales como personales que, escuchada en ese ambiente, adquiere un carácter distinto al que tendría en una sala de conciertos. Da lo mismo sentarse en un banco que pasear, el sonido surge de ninguna parte y de todas pero no se impone, acompaña.

In situ, dentro de Pixelache

In situEl arte sonoro, como se verá esta misma semana en la Fundación Juan March de Madrid, puede funcionar entre las paredes de una institución. Pero su lugar, ya desde el Times Square de Max Neuhaus entre 1977 y 1992 (y desde el 2002 hasta el presente), altavoces dispuestos bajo la rejilla de una isleta de tráfico en la plaza, el arte sonoro encuentra su mejor expresión cuando es capaz de modificar el discurrir cotidiano de los espacios públicos y apelar a la sana curiosidad de las personas.

Y eso sucede con In situ. Frente a alguna aprensión sobre cómo se tomarían los habituales que su refugio sonara -todo el-, resulta que los primeros visitantes se lo tomaban muy bien. No hay nada que interfiera la mirada o el paseo y la música le da un nuevo carácter.

Retomando lo de cómo pueden funcionar las cosas, a alguien se le ocurrió que esta era una buena ocasión para animar a los ciegos a visitar el Jardín de Invierno, que no acostumbran. Así tendrían un atractivo además de olor (las plantas no pueden ser tocadas, sobre todo porque hay muchas espinosas). Dicho y hecho, en un día se realizaron los contactos con la asociación de invidentes.

Esto es posible porque realmente se entiende que algo fuera de lo común, como In situ puede tener un interés general, social. Desde los parroquianos del Jardín de Invierno al antiguo y casi mítico decano de la Escuela de Arquitectura, Juhani Pallasmaa, que tiene trabajos sobre arquitectura y sonido y se pasó a ver cómo funcionaba aquello.

Tampoco hay que idealizarlo todo. In situ se inauguraba en el marco de Pixelache, cuyo centro era un antiguo hospital cuya estructura y funcionamiento recordaba un poco a instituciones como la Bethanienhaus en Berlín, abiertas al mismo tiempo al barrio y a las artes.

La idea de Pixelache, dedicar unas jornadas con talleres, exposición, performances y presentaciones al tema Interfaces para la Empatía suena muy bien... Sobre el papel. En la práctica algunos apartados parecían sub-standard. Habría que haber asistido todos los días y a todas la sesiones, pero en un ligero espigueo se escucharon excursiones optimistas aunque no demasiado rigurosas sobre neuro-ciencia (todo nos empuja a la empatía y nosotros sin saberlo) o se presentaron algunas obras inacabadas y tirando a pobres. Como Bethanien, este festival no tiene un gran presupuesto, pero en Berlín seguramente no habrían permitido que se malograra una buena idea.

El final fue la susodicha charla y, sobre todo, una visita a las interioridades de la Sibelius, sus almacenes, sus estudios, sus aulas, salas de ensayo... Dado el origen de la visita, apenas fue posible echar un ojo de pasada a los almacenes de instrumentos de clásica o folk, pero aun así podían distinguirse ¿15? ¿20? pianos de cola en uno de ellos. De todos los tipos y tamaños. Claro que aparentemente en todas las aulas hay un piano Yamaha Disklavier (vertical, precio en torno a 12.000 euros). Y hay muchas aulas.

Conservatorio + artes + teatro

Los almacenes de electrónica siguen un patrón similar. Aparte de contener una estupenda colección de sintetizadores, samplers o efectos clásicos, todos funcionantes, es una cueva de Ali Baba con un tesoro de altavoces, micros, amplificadores, cables y demás parafernalia. Desde vintage a lo más puntero.

Los estudios han sido re-adaptados con una plena integración de lo digital y lo analógico y con máquinas notables, incluidos sintetizadores especialmente construidos para la Akatemia. Ya puestos, la Akatemia tiene un estudio de televisión para retransmitir en directo en otra sala (y potencialmente en TV) lo que suceda durante un concierto. Con ocho cámaras de control remoto y un montaje de micrófonos más efectivo que solo espectacular. Por supuesto, también se graba.

Todo esto cuesta dinero. Y hay otros lugares en el mundo que pueden alardear de un poderío semejante. Tampoco sería tan extraordinario. Lo que sí merece destacarse es que la Sibelius no gasta a ciegas. En realidad la institución procura recuperar dinero de muchas maneras. Desde la más obvia de las matrículas hasta conciertos diarios (más de 800, incluso óperas) y con buena asistencia. Pasando por el alquiler del material descrito más arriba. Sí, se tiene todo lo necesario para casi cualquier proyecto que pueda pensarse y si no, se compra (por ejemplo para In situ en torno a 20.000 euros aunque se reciclara mucho).

Pero ese material nunca esta utilizándose simultáneamente. ¿Por qué no hacerlo disponible? La inversión en equipamiento cultural puede optimizarse sin tener por qué entrar en compromisos artísticos o educativos. Resulta que la Universidad de las Artes en la que la Sibelius tiene un peso de casi el 70% (frente a Artes Visuales y Teatro) tuvo en el 2015 unos gastos de 76 millones de euros, por unos ingresos de 79 millones. ¡Rentabilizar un conservatorio + artes visuales + teatro manteniendo un nivel de enseñanza de los más elevados de Europa! Y una política de becas envidiable.

Al final uno se vuelve casi recordando a unos clásicos ahora muy lejanos, geográfica y conceptualmente. Maneras de vivir.

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