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Químicos en busca del envase del futuro: debe aguantar en el micro y convertirse en abono

El bioplástico que fabrica la empresa valenciana ADBioplastics

Analía Plaza

El martes pasado, mientras se celebraba en Madrid la segunda jornada de la Cumbre del Clima  —y Coca-Cola pedía en sus anuncios que por favor no la compraras “si no vamos a reciclar juntos”—  el equipo de la empresa española ADBioplastics viajaba a Berlín. Allí tenía lugar otra conferencia, más pequeña, sobre otro de los temas que más preocupan respecto al futuro del planeta: el desmesurado consumo de plástico y su dificultad para eliminarlo. Concretamente, el evento lo organizó la Asociación Europea del Bioplástico, compuesta por cerca de un centenar de fabricantes de bioplásticos, distribuidores e investigadores de nuevos materiales. 

“A nosotros nos falta montar una fábrica para producir a escala industrial”, explica Lorena García, jefa de marketing de la compañía. “La demanda es exagerada. Aunque nos juntáramos todas las empresas de bioplásticos del planeta, no la cubriríamos. Hacen falta más”.

García expresa uno de los principales sentimientos de la industria del envasado: todo el mundo busca alternativas al plástico (porque la gente está concienciada y lo pide y porque Bruselas ha dicho que en 2030 todos los plásticos deben ser reciclables) y el bioplástico se perfila como una de ellas. Según datos de esta asociación, los bioplásticos apenas representan un 1% de los más de 359 millones de toneladas de plástico que se producen anualmente. Pero la demanda crece y esperan superar los 2,4 millones de toneladas en 2024. Actualmente se producen 2,1, la mitad de las cuales se emplean para hacer paquetes y envoltorios.

Como vimos la semana pasada en esta misma sección, no es nada fácil encontrar envases con las propiedades del plástico, que conserven igual de bien los alimentos o productos en su interior.

¿Es el bioplástico la solución a todos nuestros problemas? Vayamos por partes...

Plásticos que se hagan compost

Los bioplásticos son plásticos derivados de productos vegetales, como el maíz, el trigo, las patatas o la remolacha. Algunos de estos son también biodegradables: pueden ser degradados por acción de la naturaleza. Otros, no necesariamente los mismos, son compostables: pueden convertirse en compost, abono obtenido por descomposición de residuos orgánicos. Hay una norma de la Unión Europea que describe los requisitos para llamar a un envase “compostable” o “biodegradable”

Uno de los bioplásticos más famosos es el PLA, un polímero con propiedades semejantes al PET (el plástico más común) procedente de almidón de maíz o de caña de azúcar. Lo que han hecho en ITENE, un centro tecnológico valenciano especializado en envases y embalajes, ha sido crear un aditivo que añaden al PLA y que mejora sus capacidades. La invención es de cinco ingenieras químicas, se patentó en 2014 y es la startup ADBioplastics, creada para ello, la que la lleva ahora al mercado.

“El PLA viene del maíz, la caña de azúcar o la remolacha. Cogimos el PLA como podíamos haber cogido cualquier otro”, continúa García. “Imagina que haces una botella con PLA. Si se cae al suelo se rompe, en el microondas no aguanta temperaturas altas... El PLAPremium es la parte mejorada del PLA: lo compramos, ponemos el aditivo y listo. Lo importante es que viene de una fuente renovable que no se agota nunca”.

¿Cuánta patata, maíz o remolacha hace falta para fabricar el PLA y su aditivo? Porque eso nos llevaría a otro paradójico problema de sostenibilidad, claro, si fueran necesarias cantidades industriales de cultivos para fabricar bioplásticos para terminar envolviendo esos y otros productos. Según explican desde ADBioplastics, con diez kilos de remolacha se saca un kilo de PLA. 

Una vez hecho el PLAPremium, desde la empresa se dirigen a fabricantes de envases de alimentación, cosmética y farmacia y envían la materia prima para prototipos. En general, el problema suele estar en meter un material nuevo en procesos y máquinas diseñados para el plástico. “La gente tiene miedo de poner en sus máquinas cosas que no sean plástico tradicional”, señala. “De momento, nos dicen que actúa como un plástico tradicional: no hay que hacer cambios de máquinas, solo ajustar temperaturas”.

En el mercado aún no hay ningún envase de su material.  “Estamos a la espera de hacer una venta importante y salir en febrero o marzo”, dicen. Eso sí, el que lo compre tendrá que pagar más del doble de lo que paga por el plástico.

“ El PET virgen está por debajo del euro. Esto es más del doble. Creemos que lo asumirá el fabricante del envase, que podrá venderlo al propietario como marca bio de origen, biocompostable y que cumple la normativa europea”, afirma García. “La gente viene desesperada, busca compostabilidad y les parece bien ese incremento”.

Segunda parte: la planta de compostaje

Para que el bioplástico se degrade o termine convertido en compost tiene que entrar en una planta de compostaje industrial, una condición que ha hecho que los grupos ecologistas lo rechacen al considerar que “causarán los mismos daños a la fauna marina que los plásticos convencionales” (Greenpeace). Además, estos materiales no atacan a la raíz del problema, el consumo masivo de plástico, y perpetúan el sistema. 

“Hay muchísimos 'papers' y pruebas de que los bioplásticos se degradan en las condiciones de las plantas industriales de compostaje, que alcanzan temperaturas muy altas. Ahí sí, en el compostaje doméstico y comunitario, no”, explica Carlos Arribas, responsable de residuos de Ecologistas en Acción. “El problema es si se desechan en el medioambiente marino: se comportan como un plástico. Y también tardan tiempo en degradarse, aunque menos que un plástico convencional”. 

Uno de las cuestiones importantes, señala Arribas, es que la ciencia recomienda que estos bioplásticos (que se tiran al contenedor marrón) fermenten durante ocho semanas para estabilizarse. “Pero no lo están casi nunca. Están tres o cuatro semanas y a correr. Muy pocas plantas generan compost ahora mismo, y solamente puede hacerse a partir de residuos separados”, dice.

En las plantas, lo que no se convierte en compost, apto para el cultivo, se queda en “material bioestabilizado”. ¿Y qué sucede con el material bioestabilizado? “La mayor parte se deposita en vertedero. No tiene salida comercial por la gran cantidad de impropios que tiene. Si allí tarda seis meses en degradarse, son seis meses que está emitiendo gases. Ninguna planta lo va a tener tanto tiempo”. 

Es la normativa europea que mencionábamos antes la que indica que, para ser considerado compostable, el material debe degradarse como mínimo en seis meses en un ambiente rico en CO2. Independientemente de la capacidad que luego tengan las plantas.

Los que ya han podido huir del plástico

Mientras fabricantes de envases y empresas establecidas buscan como locos alternativas, hay quienes nacen directamente libres. Volviendo a la industria alimentaria  —en la que grandes fabricantes como Florette o Grupo Alimentario Citrus ya buscan envases que conserven las propiedades del alimento y sean sostenibles — está el caso de Knoweats, un proyecto dentro del grupo alicantino Mendoza Gastronomía Colectiva que vende comida preparada. E sta es una categoría a la que hay que prestar atención, pues pese a los cantos a la sostenibilidad es uno de los segmentos de consumo que más crece en España. Casi todos los supermercados tienen ya su línea de 'tuppers' listos para comer hechos de plástico.

“Es uno de los pilares desde el inicio. Buscamos proveedores de la zona y recipientes sin plástico. Fue rápido, porque Mendoza está en una asociación en la que coincidió con un comercial de Packbenefit”, explica Daniel Pérez Barberá, responsable del proyecto. Packbenefit hace bandejas de origen vegetal, con celulosa y recubrimiento de almidón de maíz y patata para proteger los alimentos, además de biofilms. Aseguran que cumplen con la norma europea y que sus envases se degradan “en doce semanas”.

“Nos mandaron muestras y máquinas para poner los biofilms protectores”, continúa. “Estábamos un poco asustados, porque era complejo. El film necesita una temperatura diferente a los de plástico y es más complicado de manipular. Hicimos pruebas dentro de agua, enviando a Madrid y Barcelona, y pruebas de laboratorio para certificar que la comida aguanta hasta doce días”. A diferencia de lo que hace la madrileña Wetaca, con un modelo similar y mucho más volumen, en Knoweats no envasan la comida al vacío, solo la abaten (bajan rápidamente de temperatura). Este mismo envase no superó sus pruebas. “No nos conservaba la comida quince días y no superó la cocción a baja temperatura”, indican desde la compañía madrileña. 

“Tuvimos que adaptar y cambiar procesos y máquinas para que la comida se pudiera enviar con todas sus garantías”, añaden desde Knoweats. “Utilizar este tipo de envases es más delicado y complejo que usar plástico, que sería lo fácil, pero dejaríamos de lado una de las bases del proyecto”. Como ellos, la empresa vasca Xumuxua ha colaborado con el grupo de investigación Biomat, de la Universidad del País Vasco, para conseguir envasar su comida de quinta gama en bandejas de celulosa prensada y bagazo de caña de azúcar.

¿Termina la celulosa con recubrimiento de almidón hecha realmente compost? El responsable de Ecologistas en Acción explica que “tarda mucho en degradar” y que en las plantas de compostaje pasa desapercibida. 

“Sinceramente, no sabemos lo que pasa”, concluyen en Knoweats. “Depende de la planta de reciclaje. Estamos haciendo un experimento en el campo: hemos puesto una bandeja de plástico y otra de las nuestras, a ver cuánto tarda en degradarse. Creemos que es interesante, así que informaremos de ello”.

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