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Entrevista

Charlotte Vorms, historiadora del extrarradio y la infravivienda: “Los PAU de Madrid son una amnesia del territorio”

La historiadora Charlotte Vorms, en el número 10 de la calle Peironcely, junto a una reproducción de la icónica fotografía tomada por Robert Capa durante los bombardeos del bando franquista a Madrid.

Guillermo Hormigo

Madrid —

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Charlotte Vorms sabe que recorrer la historia es dudar de ella. Entender que siempre hay resquicios para la ambigüedad, que no todo pasado es de miseria ni todo futuro de bonanza. Tampoco al revés. Autora de La forja del extrarradio. La construcción del Madrid popular (1860-1936), publicado en 2022 por la editorial Comares, la historiadora y profesora de la Universidad de La Sorbona de París acudió el pasado 17 de abril al número 10 de la calle Peironcely. Un lugar convertido en memoria viva de la Guerra Civil, ya que Robert Capa inmortalizó en varias fotografías los bombardeos del bando franquista sobre este enclave del barrio de Entrevías, en Vallecas.

Las excavaciones que Alfredo González-Ruibal, científico titular del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, ha capitaneado en la parcela colindante (con el apoyo de la Fundación Anastasio de Gracia y la Plataforma Salvar Peironcely 10) rescataron una memoria que iba más allá de la represión. Y también despertaron el interés de Vorms, que acaba de ultimar un manuscrito sobre la infravivienda en Madrid.

Porque Peironcely no es solo un vestigio de la masacre. También lo es de modelos habitacionales cada vez más ajenos para una parte importante de la sociedad: el de las viviendas del extrarradio madrileño construidas sin planificación (en su mayoría por población emigrante), luego arrasadas en la Guerra, y el de los desarrollos chabolistas de los años cincuenta, perseguidos por las autoridades franquistas durante los sesenta y setenta.

Vorms duda, claro: Duda de que a estas últimas edificiaciones se las tache de “chabolas”, mientras las levantadas en los años veinte y treinta esquivan la etiqueta. Entre ambas construcciones pasaron apenas 30 años, pero en medio hubo más que un golpe de estado o el inicio de una dictadura: se produjo una transformación radical en la forma de entender la vivienda. Y en el modo en el que las autoridades la regulaban.

“Después de estudiar el proceso de autoconstrucción de viviendas a finales del siglo XIX y principios del XX para compararlo con el de lo que viene a llamar chabolismo, me di cuenta de que en realidad el proceso es el mismo”, cuenta. “La mayor parte de las que se instalan en Entrevías o El Pozo del Tío Raimundo son parcelaciones exactamente iguales, que también comparten una geografía arrabalera. La diferencia es la aprobación de un plan general urbanístico previo y de la Ley del Suelo de 1956. Solo cambia la legislación urbanística, el marco legal de urbanización. Pero como la situación económica e inmobiliaria no permitía a toda la gente entrar en ese mercado formal, la urbanización autónoma continúa aunque ya fuera de la legalidad, aunque al ser ilegal también se vuelve materialmente más pobre”.

Vorms, de hecho, comenzó su investigación sobre infravivienda madrileña reparando en la terminología, el instante en el que a muchas cajas bajas se les empezó a denominar chabolas: “La palabra chabola viene de Euskadi, pero la he visto usada muy raramente y solo en el argot obrero hasta los cincuenta. Antes se hablaba más de chozas o cuevas”. La historiadora explica que la extensión de su uso “está vinculada al momento en el que se construye la idea de que suponen un problema público” y aclara que ella tiene en cuenta “el valor estigmatizante de la palabra”, que no obstante utiliza porque “la incorporan quienes participan de la época”.

La informalidad de la autoconstrucción no regulada es un problema porque es injusta, cuando no hay reglas no hay justicia y además vuelve a cada cual presa de su propia precariedad. Y sin embargo, facilitó la posibilidad de hacerse un hueco en la ciudad

“En 1951, una España que ha pasado del campo de las disctaduras autárquicas al del anticomunismo atrae cada vez más diplomacia y turismo estadounidense o de otros países. Surge la idea de que hay que limpiar Madrid. Las primeras demoliciones se aprueban en un decreto de 1953, y se ejecutan en los tres años siguientes. El decreto se enfocaba principalmente en las chabolas situadas en las entradas de la capital y de otras grandes ciudades, además de aquellas en carreteras turísitcas”, expone.

Las infraviviendas del nordeste de Madrid, en el entorno de Cea Bermúdez, y las situadas en la carretera al aeropuerto a su paso por el hoy soterrado Arroyo Abroñigal sufren los primeros derribos. “Es entonces cuando cambia el discurso, la palabra chabola cristaliza como expresión de una problemática y al mismo tiempo se generaliza”. No se trata solo de una transformación etimológica u oral: “El término entra en el derecho y se convierte en una categoría administrativa sujeta a la expropiación”.

Según Vorms, la situación se recrudece a partir de 1954 y con la llegada del desarrollismo: “La ocupación del terreno por casas bajas es considerado un problema por las autoridades franquistas. Empieza un proceso que llaman de absorción para liberar terreno. La Ley del Suelo de 1956 y el Plan de Urgencia Social de 1957 terminan por apuntalar la construcción política del problema de las chabolas”.

“Esta nueva legislación urbanística en realidad lo que hace es oponerse al derecho de propiedad a través de la expropiación”, sentencia la investigadora. “Esto se acopla con la llegada de grandes constructores a un sector hasta entonces bastante artesanal. El Régimen, en colaboración con promotores como José Banús, pasa de la orientación privada del urbanismo de los propietarios a la de estos grandes empresarios”.

La dictadura franquista, en colaboración con promotores como José Banús, pasa de la orientación privada del urbanismo de los propietarios a la de los grandes empresarios

Los intereses económicos desembocan, según cuenta, en una actuación asimétrica a la hora de frenar los desarrollos autónomos: “Las zonas de intervención oficial, donde más se expropia y en las que hay implicados más intereses inmobiliarios con promociones públicas o privadas, se concentran en el Abroñigal, la carretera de Aragón o Chamartín”. Por contra, en el sur “no se producen tantas demoliciones y la mayoría se dan para levantar viviendas de realojo, aunque hay algunas importantes al borde en el Manzanares”.

Muchas de estas reubicaciones eran cubiertas económicamente por los propios promotores, como las de vecinos de los arrabales de lo que hoy es Barrio de la Concepción, que tuvieron que abandonar la zona hacia San Blas por las progresivas ampliaciones de las colmenas de la Concepción. “Surge así un nuevo tipo de periferia popular, con distintos niveles de calidad, equipamientos o preocupación por el espacio público. Un extrarradio en el que participan actores que están fuera de ese mismo medio social, ya no son solo vecinos y emigrantes que pasarán a ser vecinos, sino que existe una organización industrial detrás”, relata.

En su cronología de la vivienda periférica, Vorms avanza desde las casas autoconstruidas y los posteriores desarrollos urbanos planificados pero todavía con un importante peso popular hasta llegar a los PAU (Programa de Acción Urbanística). Con esta nomenclatura se conoce a los nuevos entramados urbanos de un extrarradio moderno, proyectados desde la burbuja inmobiliaria hasta la actualidad: Sanchinarro, El Cañaveral, Valdecarros, La Solana de Valdebebas... Un aislamiento mucho más premeditado, o al menos estructurado, dirigido a unidades familiares con rentas medias o altas.

“Lo normal no es el PAU, sino que es esto: la autoconstrucción”, sentencia la académica francesa mientras mira el histórico número 10 de Peironcely. “A lo largo de la historia, la ciudad se ha extendido como ha podido, con calles trazadas sin que hubiera una planificación institucional”. Para Vorms, “es muy difícil construir una ciudad nueva en medio de la nada y darle vida, darle historia”. Cree que los PAU de Madrid, como otros grandes conjuntos urbanísticos franceses, tienen en común “una amnesia del territorio, una tabula rasa del pasado que guarda”. Aclara después, fiel a su mirada ambigua, que estos espacios “han ido creando su propia historia con el paso del tiempo, hay vida en ellos, como en los demás barrios”.

Es muy difícil construir una ciudad nueva en medio de la nada y darle vida, darle historia

“El auge inmobiliario y las plusvalías cada vez más elevadas que ha ido generando este mercado han promovido además en España y muchos otros lugares un urbanismo que prioriza la construcción de vivienda mucho más rápido que los servicios y los equipamientos. No obstante, hay pocos ejemplos de nuevas ciudades o entornos en los que este tipo de dotaciones hayan conseguido no llegar tarde”, añade. Vorms resumió esta situación con un irónico vídeo publicado hace ya 15 años, cuando residía en Madrid.

Preguntada sobre cómo es posible que un proceso de desarrollos inmobiliarios supuestamente dirigidos a dinamizar el acceso residencial haya derivado en una crisis sistémica de la vivienda, Vorms dedica unos segundos a pensar. Quizá a titubear, no tiene miedo de ello. “Es una cuestión que medito mucho”, acaba por responder en primer lugar. “La informalidad de la autoconstrucción no regulada es un problema porque es injusta, cuando no hay reglas no hay justicia y además vuelve a cada cual presa de su propia precariedad. Y sin embargo, facilitó la posibilidad de hacerse un hueco en la ciudad. La primera generación de emigrantes del extrarradio, los primeros que construyeron en solares abandonados con una situación política y burocrática no muy clara, al final se han ganado su sitio”.

“Quienes vivían en estas casas, muchas de ellas categorizadas como infravivienda, eran en muchos casos gente muy pobre. Pero también hay que tener en cuenta la enorme diversidad de hogares, de emigración y de circunstancias económicas o sociales en general de estas personas que habitaron el extrarradio. Siempre digo a mis estudiantes que no hay que aplastar la complejidad de la realidad social. No creo que sea justo dar un retrato solo negro de lo que significó esa realidad, hubo vida y hubo gente que fue feliz. Disponían de flexibilidad total para reformar o hacer lo que quisieran con sus casas, mientras que un piso de protección oficial no lo puedes acondicionar con esa ligereza. Pero claro, a cambio tiene agua corriente y luz”. La situación en la Cañada Real, sin ir más lejos, sigue siendo dramática.

Charlotte Vorms duda y se hace muchas preguntas, sí, pero también es optimista. Cree que esa “amnesia del territorio” que atribuye a ciertos desarrollos urbanos modernos “va a cambiar”: “La toma de conciencia de la importancia de la memoria, de cómo la historia de un territorio no la marcan solo sus edificios o sus restos arqueológicos, sino también la distribución de las calles o la colocación de los árboles, posee un potencial del que somos más y más conscientes. Tengo la esperanza de que seamos cada vez menos amnésicos”.

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