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Las colmenas de la Concepción y cómo el diseño urbano condiciona la vida de los barrios

Las Colmenas de la ampliación de Barrio de la Concepción, junto a la M-30 y Ventas, en un fotograma de '¿Qué he hecho yo para merecer esto!' (Pedro Almodóvar, 1984).

Guillermo Hormigo

Madrid —

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Cuando en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) Pedro Almodóvar quiso reconstruir la vida obrera en el Madrid de los ochenta, el día a día de una ama de casa asfixiada por la rutina a la que daba vida Carmen Maura, decidió ambientar su historia en las colmenas de Ciudad Lineal. Con esa referencia al mundo de las abejas por el aspecto que le otorga la concentración de viviendas se conoce popularmente a la ampliación de Barrio de la Concepción, un proyecto iniciado en 1958 y comandado por el promotor inmobiliario José Banús (con inspiración en el brutalismo de Le Corbusier).

Frente al oropel de Puerto Banús en Marbella, esta decena de edificios enjambrados se planteó para alojar a una creciente población migrante en Madrid, principalmente de clase trabajadora. A lo largo de varias fases, se levantaron unas 5.000 viviendas homogéneas en su tamaño (de entre 55 y 60 metros cuadrados). Todos los bloques contaban con locales comerciales en sus bajos, con lo que se intentaba conseguir el concepto de ciudad autónoma, donde no hace falta salir a comprar a otros barrios y la mayoría de servicios básicos pueden satisfacerse a pie.

Porque el diseño urbano condiciona la vida social y vecinal. Es lo que expuso el pasado jueves 11 de enero el sociólogo urbano José Ariza de la Cruz, en un coloquio celebrado en el centro cívico Zigia 28 de Ciudad Lineal. Sus conocimientos teóricos tuvieron una traslación práctica con las experiencias de Pablo Lago, vecino de las colmenas. En ellas nació, creció y sigue viviendo tanto él como gran parte de su familia. “La ciudad de los 15 minutos ya existe aquí, la de los 5 incluso”, bromea Pablo sobre uno de los conceptos de planificación urbana más comentados en los últimos años.

Entre 8.000 y 9.000 personas habitan actualmente estos inmuebles edificados entre el resto del Barrio de la Concepción y la M-30, que en el momento de su construcción todavía ocupaba el curso del arroyo Abroñigal. Ahora es la vía de circulación la que separa estas viviendas y Ventas, como si un Madrid prefiriese mirar desde una distancia prudencial a otro Madrid.

La ciudad en la ciudad

Los padres de Pablo se mudaron a las colmenas en 1979, una época en la que todavía formaban parte de una periferia madrileña mal conectada. “Por ello y por su enorme densidad de población era necesario que la ampliación fuera autónoma en la satisfacción de necesidades”, apunta Ariza de la Cruz.

La mayoría de servicios comerciales (del zapatero al tapicero pasando por el dentista) pueden cubrirse en menos de 5 minutos a pie y por ello estos negocios sobreviven mejor que en otras áreas. El objetivo era “generar una vida social rica”. El sociólogo recuerda que el enclave fue concebido a finales de los cincuenta, una época de rentas bajas generalizadas y en la que el uso del coche todavía no había eclosionado en España (lo haría en la década siguiente).

Algo de esa concepción original permanece varias décadas después, pese a las ingentes transformaciones urbanas experimentadas por la ciudad. Ariza de la Cruz lo ejemplifica al comparar el porcentaje de desplazamientos a pie en Barrio de la Concepción (más del 40%), frente al de otros cercanos con una población más dispersa. En Piovera, distrito de Hortaleza, se sitúan en torno al 25%.

En urbanizaciones cerradas, a diferencia de lo que pasa en entornos como las colmenas, no aprendes a pasear por el barrio

Otros aspectos, sin embargo, han sucumbido al nuevo modelo habitacional. Pablo recuerda que cuando sus padres se mudaron a las colmenas en el 79 pagaban unas 9.000 pesetas (54€) mensuales: “Con ese alquiler podían permitirse ahorrar y formar una familia”. Una rápida consulta a Idealista permite observar que actualmente ningún piso en alquiler de la zona baja de 1.000 euros al mes.

Pero las resistencias a los procesos de gentrificación o especulación, aunque estos existan, son mayores que en áreas con un desarrollo histórico equivalente como Arganzuela (ambas fueron periferia antes de que la ciudad se siguiera expandiendo). La M-30 explica en parte estas diferencias, ya que según Ariza de la Cruz “la carretera impide que esta zona cambie tanto como Madrid Río”. Los residentes disfrutan de menos zonas verdes y espacios culturales o recreativos, pero a cambio la no tan acusada revalorización de sus viviendas reduce un proceso de continuas subidas de precios que ha expulsado de Arganzuela a muchos vecinos.

“Todo es homogéneo dentro de lo heterogéneo”

A lo largo de los años también ha cambiado el perfil de la población de estas colmenas, cuenta Pablo: “Todavía queda mucha gente de esa emigración venida de Extremadura o Andalucía, tanto mayores como sus hijos y nietos. Pero también han llegado parejas más jóvenes con hijos y mucha población latina o de Europa del Este, como en toda Ciudad Lineal. Incluso profesionales franceses o británicos que trabajan en la multinacional Amadeus, con una gran sede muy cercana”. Este vecino destaca de las colmenas que gracias al tamaño y dotaciones tan similares de las viviendas “no existen jerarquías, todo es homogéneo dentro de lo heterogéneo”. “Las clases sociales suelen vivir separadas en Madrid, pero Barrio de la Concepción es una excepción y actualmente hay cierta mezcolanza”, apunta Ariza de la Cruz.

Una diversidad que Pablo observa también en el grupo de amigos de su sobrina, amistades forjadas en las calles del barrio entre niños y niñas que proceden de familias muy dispares y estudian en colegios de perfiles distintos. “Todo esto permite conocer otras realidades, algo que no ocurre con el modelo de urbanización cerrada”. En su opinión, “tener a la familia y los amigos tan cerca crea un sentimiento de arraigo muy especial”. Dice echar de meno “esa calidez” cada vez que se marcha. La misma calidez que desprendían la abuela, su nieto y su lagarto en ¿Qué he hecho yo para merecer esto!, con las colmenas siempre como telón de fondo.

Ariza de la Cruz destaca “la densidad de relaciones sociales y apoyo mutuo” en un entorno como las colmenas: “Un tejido comercial fuerte y ese sentimiento de comunidad son dos cosas que podrían resentirse en el futuro y deben protegerse”. Se queda con el “sentimiento de pueblo” aunque reconoce que estos planteamientos urbanos pueden incitar a a la segregación. Subraya un aspecto que suele perderse en otros modelos habitacionales: “En urbanizaciones cerradas, a diferencia de lo que pasa en entornos como las colmenas, no aprendes a pasear por el barrio”.

Porque el personaje de Carmen Maura vivía asfixiada en estas colmenas, pero para muchas otras personas supone un refugio que no es inmune a los problemas de todo Madrid, pero sí es capaz de frenar algunas de sus transformaciones más perjudiciales. Aunque sea simplemente por facilitar un flujo de relaciones humanas muy cercanas. Una mujer que intervino al final del coloquio lo sintetizó a la perfección: “En mi edificio viven mis padres, mi hermano y también sigo viviendo yo porque casualmente me enamoré de mi vecino”.

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