Ni me gusta la estética de los que dan la cara en esta formación política -yo soy un pijo con Lacoste y jersey por encima de los hombros, que me entretengo jugando al golf y al pádel-, ni me creo sus promesas imposibles, ni me agrada ese aire de superioridad moral que se gastan. No creo que les preste mi voto nunca.
Dicho esto, entiendo la ilusión que están despertando en tantísima gente y no entiendo a los que no dejan de acosarlos si no es que tienen un interés partidista. Qué hartazón con que van a implantar aquí un régimen venezolano, boliviano o cubano. Que si son comunistas con cuernos y rabo. Jovenzuelos violentos y totalitarios. Esta música ya me la conozco.
De momento ya han conseguido que los dos grandes partidos se tomen más en serio las sinvergonzonerías de algunos de sus mandameses. Han conseguido que les vean las orejas al amigo de Caperucita y que no tengan más remedio que portarse mejor de ahora en adelante.
Que Podemos sea la que arrastre a los indignados, a los desheredados, a los desencantados, a los desahuciados, y que les haya regalado un poco de esperanza ya hace que cuenten con todo mi respeto.
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