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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cuando la tradición ofende a la mujer

La compañía Jaizkibel desfila en el alarde de Hondarribia.

Pablo García de Vicuña

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Muchas creencias se apoyan en el prejuicio y en las tradiciones (R.Descartes)

Recientemente las redes sociales se hacían eco de la correspondencia mantenida entre la Federación de Servicios a la Ciudadanía (FSC) de CC.OO. y el diario AS sobre la utilización de estereotipos sexistas en la prensa deportiva. El sindicato reclamaba al director del periódico el cese de publicación de imágenes de contenido erótico que no representan a la mujer y fomentan, por el contrario, conceptos distorsionados. No es una polémica reciente ni se agotará tras este último episodio, lo que no impide una reflexión al respecto.

No entraré en la manida controversia entre libertad de expresión e invasión de intimidad, cada una de las posturas con fervientes defensores de mostrar los límites entre lo público y lo privado. Prefiero detenerme en la argumentación principal que utiliza el Sr. Alfredo Relaño, director del diario deportivo AS, en contestación a la carta de la FSC para justificar la permanencia de las fotos aludidas: “Son viejas tradiciones del periódico”. Alarmante, sin duda.

Si acudimos al diccionario de la RAE, deberíamos ir hasta la quinta acepción del término –dejando en el camino por inservibles las que le preceden: “transmisión de noticias” “noticias de un hecho antiguo”, “costumbre conservada en un pueblo”,…-para encontrar una cierta relación con lo que probablemente el periodista quiso decir: Conjunto de rasgos propios de unos géneros o unas formas literarias o artísticas que han perdurado a lo largo de los años. Es decir, que lo importante para mantener esta posición por parte del diario deportivo es su persistencia temporal; el seguir utilizando imágenes sexistas para representar a la mujer, se justifica porque el tiempo le ha conferido esa pátina de credibilidad que preserva de cualquier otra interpretación. Lo añejo es insustituble, parece querer convencernos el osado director. Y no le faltarán adeptos que confirmen sus palabras. Incluso fuera del entorno deportivo.

Sólo así entenderemos el arraigo social que tiene el concepto “tradición”. A lo largo de la historia ha convocado en torno suyo ideologías, partidos y sociedades enteras. Bajo su nombre se ha combatido (el “Dios, Patria, Rey” del Carlismo ¿recuerdan?), perseguido (desde la publicación de las célebres 95 tesis de Lutero, un sinvivir) y segregado (el KKK americano, por citar un clásico, o Mandela, otro más reciente). Países enteros han depositado temporalmente su destino en manos de ideólogos convencidos de que la defensa a ultranza de la tradición era la mejor prevención ante los mensajes “modernistas” que pretendían mover las sillas del poder establecido.

La tradición ha sido el freno constante al cambio social, político o económico. Se ha aludido a ella para castigar a Galileo por la osadía de su teoría heliocéntrica, para impedir el nacimiento de los partidos politicos en la Francia prerrevolucionaria y para evitar el uso de las locomotoras del siglo XIX, por ejemplo. La tradición explicaba el orden correcto de las cosas, el movimiento del mundo, la tranquilidad de las élites.

Aparantemente esta posición está más debilitada hoy en día. La ciencia – aun con sus agujeros negros inextricables-, la democracia –incluso con sus imperfecciones representativas- y la propia sociedad –pese a sus eternas dudas solidarias- han minimizado el peso de la tradición, hasta convertirla en un deseo nostálgico, aparentemente inofensivo.

Pero no es así. La tradición y sus defensores continúan en la brecha. Marine Le Pen, Nigel Farage o el propio Trump están removiendo el árbol de la nostalgia con ese mismo objetivo. Y a un nivel más local, menos político, actitudes como las defendidas por personajes como el Sr. Relaño. Es cosa del tiempo, justificaba el director.

No dudo de que hemos sido muchas las personas a las que tal comentario nos ha indignado, por lo que encierra en el fondo: la constatación de que tenemos muy arraigada la idea de que el tiempo, nuestra historia colectiva, no cuestiona en profundidad desigualdades actuales. Seguramente muy pocos defenderían hoy en día algunos de los episodios citados que fueron hechos en nombre de la tradición; sin embargo, cuestiones como la referida al machismo latente en nuestra sociedad siguen formando parte de nuestra realidad cotidiana sin que se nos despierten las alarmas. Pondré algunos ejemplos, de aquí mismo, sin ir más lejos.

Las guías turísticas sobre Euskadi citan entre otras características la singularidad de las sociedades gastronómicas, un rasgo típicamente vasco. Las más de mil quinientas registradas como tales entre Bizkaia, Gipuzkoa y Álava representan el sentir de muchas personas que ven en estos lugares templos de esparcimiento desde los que comer sucintamente, hablar de futbol y jugar al mus son mandamientos de obligado cumplimiento. Alguna de estas guías turísticas hasta explica que en el origen estas sociedades-txokos prohibían expresamente la presencia de mujeres, a las que se privaba de tal ocio. Su lugar estaba en otras cocinas, las propias, con sus hijos/as y el resto de la familia. El templo gastronómico quedaba para el varón, según alguna teoría chirene, recluido así por el poder del matriarcalismo vasco antiguo, que le excluía socialmente de otras tareas. Aquellos antiguos reglamentos, ciertamente se han ido modificando, (fueron entrando las mujeres en días concretos, siempre acompañadas de socio varón, pudieron empezar a comer, siempre que no cocinaran, y algunas, en fechas ya más recientes, incluso han llegado a ser socias…) pero quedan aún sociedades, especialmente en Gipuzkoa, qua atesoran como una tradición inquebrantable la prohibición de presencia femenina.

Y no están solos, quienes así piensan. Por ejemplo, Irún y su Alarde (La lucha por la igualdad sigue veinte años después. Azumendi, E. eldiarionorte.es 29-06-20161). Lo que era una fiesta organizada en torno a la conmemoración de la victoria española sobre las tropas francesas en los siglos XVI-XVII ha derivado con el tiempo en un día de crispación social con un futuro cada vez más incierto. El origen de la discordia que divide al pueblo guipuzcoano no es otro que el empeño de un grupo de mujeres por reivindicar su espacio propio en la fiesta, promoviendo una compañía mixta de soldados en los que tuviesen ellas cabida. Y se armó la marimorena. ¡Eso era romper la tradición! ¿Qué pintaban las mujeres en un desfile de hombres? Ocurrió hace veinte años y aún hoy, cada 30 de junio, las calles irunesas ven con asombro desfilar dos alardes (el tradicional y el mixto) ante la cobardía institucional por unificarlos (¿Se imaginan a Ayuntamiento, Diputación , e incluso Gobierno Vasco, desafiando la tradición?). Y así sigue la vida, pese a las recomendaciones del Ararteko o de Emakunde -en clave de integración para superar lo que continúa siendo una flagrante discriminación- que siguen cayendo en saco roto.

Sin embargo, no todos los problemas vienen por el mantenimiento de la tradición. Alguno puede aparecer por el intento de recuperar tradiciones perdidas, tras una etapa que –se pensaba- había conseguido superarlas. Me refiero concretamente al debate abierto en torno a la moda de crianza con apego.

Desde hace unos años ha ido creciendo la teoría acuñada por el psiquiatra William Sears según la cual el establecimiento de un fuerte vínculo emocional entre los padres y la criatura en sus primeros años es garantía de desarrollo de una personalidad firme y autosuficiente, que tendrá efectos positivos durante su niñez, adolescencia y madurez. La teoría ha ido ganando adeptos de todo tipo, algunos de los cuales se han decantado hacia un tipo de vida más natural, parto natural, alimentación maternal, colecho, en contacto permanente con la naturaleza, educado/a exclusivamente por la propia familia… Otras opciones menos radicales se plantean una crianza con apego ceñida básicamente al primer año de vida de la criatura, centrándose básicamente en sus necesidades físicas iniciales.

Sea como fuere, la crianza con apego significa una trato diferenciado de la madre con la criatura, una dedicación mayor de la mujer hacia esa nueva vida y, por tanto, un cambio del papel que la mujer estaba conquistando con tanto esfuerzo en la sociedad. De ahí el cuestionamiento que ciertas organizaciones feministas hacen de tal teoría por lo que consideran un paso atrás y un intento de devolver a la mujer a su rol secundario con respecto al varón (El neomachismo, Amparo Rubiales. El País, 20102). Desde este punto de vista, tras perder el hombre –machoalfa- la batalla de la igualdad, preconiza nuevas teorías que disminuyan –o ralenticen- el acceso de la mujer a lo público. Es un paso atrás necesario para que la tradición se imponga: la vuelta de la mujer al círculo familiar del que no debería haber salido. Son las ideas pos, neo o micromachistas que siguen enturbiando diariamente el paisaje de la convivencia social.

No fueron afortunadas las explicaciones del director del “As” cuando recurrió a la tradición para justificar lo injustificable. Pero como sigue teniendo audiencia, conviene recordar la opinión al respecto del filósofo K. Popper: Hay que estar contra lo ya pensado, contra la tradición, de la que no se puede prescindir, pero en la que no se puede confiar.

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