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“La sociedad sigue viendo a las que hemos vivido violencia de género como mujeres con el ojo morado”

Ana Bella Estévez / Luis Serrano

Marta Borraz

Dice que no se vio reflejada en el relato que sacudió al país el 4 de diciembre de 1997. Aunque aquel día Ana Orantes se plantó frente a las cámaras de Canal Sur para contar los 40 años de maltrato que había sufrido a manos de su exmarido, 17 días antes de ser asesinada por él, Ana Bella Estévez no dejaba de pensar: “¿Por qué esta mujer no se va de casa?”. 

La pregunta, que era a su vez un consejo, podría habérsela hecho a sí misma, dice ahora. Pero no lo hizo porque aquel día, sentada frente a la televisión, no era capaz de verse como una víctima de violencia de género. Ana Bella llevaba siete años siendo objeto de golpes y humillaciones por parte de su entonces marido, con el que se había casado recién cumplida la mayoría de edad.

“Quise ir a la universidad, pero renuncié por lo que creía que era amor”, recuerda. Cuatro años después de que la historia de Orantes removiera conciencias, Ana Bella le dijo a su agresor que quería divorciarse y, ante su negativa, llamó a un número de teléfono que había memorizado de un cartel del Instituto de la Mujer. “Pero llamé para preguntar si era posible divorciarse sin que la otra persona quisiera”, sostiene. 

Era 13 de septiembre de 2001 y la mujer, que después creó la fundación Ana Bella, una red de mujeres que ha ayudado a más de 1.400 víctimas de violencia machista, agarró a sus cuatro hijos y se montó en el coche. Entró en una casa de acogida, donde dice que lo más importante que le ocurrió fue “que me creyeran”. Allí estuvo nueve meses.

La dificultad del procedimiento judicial

Ana Bella denunció en Sevilla, aunque vivía en Marbella –“allí todo el mundo le conocía”– y le pusieron una orden de alejamiento. El juicio definitivo nunca se celebró porque se retiró del procedimiento. “Mi padre me suplicó que llegara a un acuerdo con él para que nos devolviera el dinero que nos debía, porque le iban a embargar el piso”, rememora. Pero estuvo varios años protegida con órdenes de alejamiento.

El alto número de renuncias a continuar con el proceso después de denunciar es todavía uno de los retos a los que se enfrenta el sistema. El 13,5% de las 37 mujeres asesinadas en lo que va de año, según las estadísticas ministeriales, rechazaron seguir con el procedimiento. Muchas, remarcan los expertos, lo hacen debido a la hostilidad que se encuentran y al propio proceso judicial, que se convierte en una traba.

Por eso Ana Bella asegura que “hay que ser una mujer muy fuerte para resistir el procedimiento judicial”. Aunque reconoce los avances, hace hincapié en que “todavía depende del personal que te toque, de su percepción de la violencia de género y lo formado que esté”. La dificultad del procedimiento, prosigue, también se asienta sobre la situación en la que se encuentran las propias víctimas.

“No quieres denunciar a tu marido y mucho menos al padre de tus hijos. Es algo que hace que te sientas culpable”, matiza. Por ello demanda que las mujeres dejen de enfrentarse a este tipo de juicios sin preparación y apoyo. En este sentido, algunos partidos como el PSOE proponían en su programa electoral poner en marcha un mecanismo de acompañamiento judicial personalizado.

“En una situación muy complicada están también las mujeres que sufren violencia psicológica”, añade. “Hay muy pocas sentencias en este sentido”. Ana Bella denuncia, además, que el mito de las denuncias falsas “se haya instalado tan fuertemente en parte de la sociedad”. Según la última memoria de la Fiscalía, solo un 0,0015% de las 129.292 denuncias que ha registrado en 2015, han resultado ser falsas.

Cambiar el enfoque: de víctima a superviviente

Para romper con la tendencia de contar asesinadas que durante muchos años perpetuaron los medios de comunicación, Ana Bella decidió comenzar a ser una cara visible de la lucha contra la violencia de género. A las pocas horas de salir por primera vez en televisión, cientos de mujeres la llamaron contándole historias similares a la suya. 

Una de sus prioridades ha sido siempre la de cambiar el paradigma con el que, dice, las instituciones siguen percibiendo a las mujeres maltratadas. “La sociedad sigue viendo a las que hemos vivido violencia de género como mujeres con el ojo morado”, ilustra. Para ello apunta como necesario el cambio de enfoque de las instituciones y algunos servicios públicos. 

“Las mujeres que hemos roto el silencio y salido de la violencia no somos víctimas para siempre, somos supervivientes y podemos ser dueñas de nuestras vidas”, indica Ana Bella, que pone el acento en que “si nos siguen nombrando como víctimas, salimos de las casas de acogida con riesgo de exclusión social”. Los servicios públicos, remarca, “deben ser transformadores y basarse en la atención individualizada donde se ponga a la mujer en el centro de la toma de sus propias decisiones”.

“Si no seguiremos pasando del dominio del maltratador, al dominio de otros familiares, de la sociedad o del Estado y eso hace que te creas ese rol de víctima”. Asegura que sigue esperando el día en que una directiva de una gran empresa o un alto cargo público “salga en los medios afirmando que es una superviviente de violencia machista”.

Y añade para rematar que “un maltratador nunca es un buen padre” y que los menores que viven violencia de género en sus casas “no son testigos, si no víctimas directas”. “Creo de verdad que los agresores pueden cambiar, pero deben trabajar mucho psicológicamente para ello”, concluye.

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