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La bajada de donaciones amenaza a las despensas solidarias en verano

La bajada de donaciones amenaza a las despensas solidarias en verano
Madrid —

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Madrid, 21 ago (EFE).- La bajada de donaciones amenaza la actividad de las despensas solidarias de la Comunidad de Madrid este verano, hasta el punto de provocar el cierre temporal de algunas de ellas, aunque sus responsables advierten de que la necesidad por parte de las personas sin recursos sigue siendo la misma.

Entre las despensas solidarias que han tenido que cerrar temporalmente al tener menos donaciones están la Casa Vecinal de Tetuán y Somos Malasaña, en Madrid capital, que también se ha visto afectada por la escasez de voluntarios en los meses de verano al coincidir con las vacaciones.

“A base de donaciones aguantas un tiempo, pero somos humanos”, cuenta a Efe Ángel, uno de los voluntarios de Casa Vecinal de Tetuán, que interrumpió su actividad el 1 de julio.

En el caso de la red Somos Tribu Vallecas, que recientemente recibió uno de los premios Premio Ciudadano Europeo 2020 por su ejemplo de solidaridad durante la pandemia, estuvieron a punto de paralizar los repartos de julio y agosto.

“Es difícil encontrar a voluntarios que vayan a los sitios, entonces lo que hemos hecho es en vez de dar una cesta quincenal, hacer una entrega mensual”, explica a Efe Eva, una de las voluntarias.

Para paliar la bajada de donaciones de alimentos y otros productos de primera necesidad, han recogido aportaciones de dinero de vecinos y un supermercado de la zona para dar una cantidad a las familias “para que con ella puedan ir comprando, salir del paso”.

LOS NUEVOS PERFILES

La red vecinal Somos Tribu Vallecas surgió, como tantas otras, en marzo de 2020 con la idea de hacer la compra a aquellas personas del distrito madrileño de Puente de Vallecas que tenían dificultades para salir de casa en el principio del confinamiento.

“Empezamos a recaudar dinero porque vimos que había personas que no sólo no podían hacer la compra, sino que no podían afrontar el gasto de la compra”, cuenta Eva.

Así surgieron las despensas solidarias, en las que los propios beneficiarios de las donaciones de cestas de productos colaboran también como voluntarios en los repartos.

Eva comenta que a lo largo de la pandemia ha cambiado el perfil de estas personas, ya que antes era principalmente vecinos cuyos trabajos se paralizaron por la crisis sanitaria y ahora hay también gente con trabajos “precarios” que no llegan a fin de mes o que ha solicitado el ingreso mínimo vital y todavía no se les ha concedido.

“Hay unas situaciones bastante graves”, lamenta.

LA NECESIDAD SIGUE AUNQUE HAYA MENOS DONACIONES

En el Banco de Alimentos de Madrid, que recibe ayuda de empresas y particulares, coinciden en que con la llegada de las vacaciones “la necesidad no baja, pero las ayudas sí”.

De 130.000 beneficiarios al mes en 2019, el Banco de Alimentos ha pasado a dar servicio a 190.000 personas en Madrid –210.000 en el pico de la pandemia- una crisis alimentaria para la gente que ha perdido su trabajo o que, por diferentes circunstancias, se ve obligada a pedir ayuda para sacar a su familia adelante.

“Nosotros antes de la pandemia estábamos distribuyendo un millón de kilos al mes y ahora mismo estamos distribuyendo dos millones” cuenta Elena, una de las responsables del Banco de Alimentos de Madrid, que mantiene abierto este verano tres de sus cuatro almacenes.

AL MENOS UN PLATO DE COMIDA CALIENTE

Vania es coordinadora del comedor social de Remar en Carabanchel, una de las ONG que reciben ayuda del Banco de Alimentos. Cada día, de lunes a sábado, acuden “unas cien personas pero cada una se lleva para cinco o seis, los que son en casa”, explica a Efe.

Atienden a personas en exclusión social, personas sin hogar y otras que “no tienen posibilidad de cocinar en casa porque no tienen recursos para pagar la luz ni el agua”.

Les dan un plato de comida caliente, postre, fruta, verduras y pan, para que puedan prepararse la cena por la noche.

“Siempre ha habido necesidad pero con el tema del covid se ha multiplicado visiblemente, ha bajado un poquito, pero seguimos repartiendo mucha comida”, dice Tatiana, que lleva más de 12 años como voluntaria a tiempo completo en Remar.

Entre las personas que acuden con asiduidad al comedor está Fernando, de 68 años. Coloca minuciosamente su carro en la cola varios minutos antes de que se abran las puertas y aprovecha el tiempo de espera para saludar a voluntarios como Vania.

Es viudo y tiene una pensión “pequeñita” de autónomo que no le da para pagar la comida además del alquiler de su casa, el agua, la luz y el gas, por lo que tiene que ir “por fuerza” al comedor.

“Gracias a ellos comemos todos los días”, dice Fernando en referencia a los voluntarios.

Maeva, procedente de Venezuela, tiene 59 años y aunque trabaja pero “no puede cubrir la parte de la comida”, por lo que acude al comedor social de Remar en Carabanchel desde hace más o menos un año.

Vive con su hermana y con la comida que recogen aquí pueden comer las dos.

Es otro de los rostros de las denominadas 'colas del hambre' que no cesan, tampoco en vacaciones.

Amaia Echevarria

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