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Adelaida García Morales, donde habite la sombra

'El espíritu de la colmena' es una de las películas basadas en un cuento de Adelaida García Morales.

Mercedes de Pablos

Se dice en los círculos cinematográficos que Víctor Erice anda preparando un proyecto del que no se sabe absolutamente nada… a excepción del título: Cazadores de sombras. Una maravilla, como todos los nombres de sus escasas y formidables obras: desde la última El sol del membrillo a la primera El espíritu de la colmena, pasando por la que le dio celebridad y reconocimiento unánimes, el Sur, de un cuento de Adelaida García Morales.

Qué curioso que como un Alfa y Omega el cineasta ande ocupado en buscar sombras porque si el olvido nos convierte en sombras, la que fuera su pareja y cómplice era ya una sombra hace años. Tanto que la noticia de su muerte ha sido casi pura literatura, una lectora encuentra una esquela con el nombre y apellidos exactos, ve que coincide la fecha aproximada de nacimiento y pregunta a amigas periodistas. La noticia vuela, como una sombra, por los teléfonos, los wasap y busca desesperadamente en las redes una confirmación. La madrugadora, y un poco siniestra, wikipedia la da por viva. Nadie sabe si es un fake y estamos matando a la escritora antes de tiempo mientras ella, tal vez, viva una vida ajena a los tristes augurios que tejen quienes la aman, la admiran, la añoran.

Siempre fue una mujer tímida e introspectiva, tanto como esa literatura certera y parca que evocaba atmósferas más que relatos. Tal vez por eso la magia del sur que no aparece nunca en la película de Erice es tan Adelaida, tan esa manera de ser Andalucía desde la insinuación y no desde lo obvio. Ella había nacido en Badajoz pero se trasladó muy pronto a Sevilla donde se construye como joven y como mujer de la cultura. Su paso por el veterano grupo de teatro Esperpento no fue largo (nada fue largo entonces aunque tenga tanto peso que marca como una eternidad la memoria cultural de Andalucía) pero la marcó y marcó.

La firma de ese grupo que revolvió la cultura como un fenómeno atmosférico deja huella en gentes que luego se ocuparon en otros quehaceres como Amparo Rubiales, o Carmen Reina, o Alfonso Guerra, o Gualberto, el genial músico entonces de Smash. Años después, cuando Adelaida recibió el premio Herralde por El silencio de las sirenas (qué manera de retratarse tan poética) y apareció discretamente en los medios de comunicación y en los círculos literarios, muchos la reconocieron. La bella muchacha de ojos oscuros y óvalo perfecto, con una mirada tan triste como enigmática.

En Sevilla conoce a García Calvo, en la facultad de Filosofía, y en Madrid a Erice que sería tantos años su pareja y con el que tendría al menor de sus hijos. Pero su vida privada era tan discreta como discreto ha sido el reconocimiento que el mundo de las letras le debe a una de sus más singulares autoras.

Aunque más prolífica que Erice su obra no es muy extensa. Precisamente sin el éxito de la película El Sur tal vez Herralde no le habría publicado ese primer libro de relatos, al que nos arrojamos todos deslumbrados por el tándem del vasco y la andaluza, con un cuento muy hermoso de matute, Bene. El silencio de las sirenas, laureado, o la Señorita Medina tuvieron éxito y reconocimiento. Aunque sea tal vez la Lógica del Vampiro, publicada en 1990, la novela que más y mejor ha retratado a una generación de mujeres y a una ciudad innombrada, Sevilla, en relaciones que a todos se nos descubrieron tan verosímiles, tan dolorosamente parecidas a las nuestras.

Según le ha contado su hijo mayor Galo Almagro a la periodista Charo Ramos ella andaba recluida de la literatura propia y ensimismada con la ajena. No estaba satisfecha de su última producción, perfeccionista radical, y prefería leer a Paul Auster o Patricia Highsmith. Y ver películas, volver al cine que le dio luz, la suficiente para que la viéramos, la necesaria para sacarla de detrás de las cortinas donde gustaba de habitar.

De la misma manera que se refugió en las Alpujarras, los últimos años de Adelaida Gracia Morales han sido un misterio. A menudo nos hemos preguntado dónde estaría, si había encontrado ya su lugar en el Sur, en una vieja casona, en un piso de suelo de madera y techos altos, sobre todo después del mutis radical que siguió a su última novela publicada hace ya trece años. Lo hacía con su hijo y su silencio muy cerca de Sevilla, en Dos Hermanas.

No ha habido bombo ni platillos ni lágrimas públicas. Pero quedarán para siempre las privadas. Esas que el lector, ahora o dentro de cincuenta años, pueda celebrar (sí, celebrar el dolor) cuando la lea.

Una sombra que permanece más que todos los focos y todas las pantallas.

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