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Nos quieren secuestrar la convivencia

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Me gusta pensar que Andalucía es como el curso de mis hijas. Hay un compañero francés, otro sirio, una amiga de madre japonesa, y otra de padre alemán. En escasos metros cuadrados conviven con Marruecos, Perú, Argentina, México. Y con Cataluña, Madrid, Huelva y Sevilla. Sus familias son de todas partes y es lo que menos importa. Lo que importa es que van juntos a clase, tienen problemas que resolver como grupo (con más o menos éxito), tienen que aprender a convivir y aprender que nadie se puede quedar atrás. Y todos desayunan pan con aceite el Día de Andalucía.

Nos han tocado tiempos complejos, de trazo grueso. Los partidos políticos enarbolan el cartel de fake news para cualquier noticia que no les guste alimentando la desconfianza en los medios, mientras siembran discordia y encienden debates a sabiendas de que muchos de ellos no tienen fundamento alguno, restando credibilidad a la política. “El juego político es así”, me decían unos amigos el otro día al señalar incoherencias. Sin embargo, llevamos más de un año de pandemia y se echa de menos sentido de Estado, se echa de menos seriedad, se echan de menos miradas de luces largas. Alguien que no esté pensando en el beneficio estratégico inmediato. En Andalucía también.

Porque se está jugando con fuego. Nos están echando a pelear. Nos están contando que nuestro enemigo es nuestro vecino o vecina. Que pensar distinto es un motivo para echar, expulsar, despreciar. Y no solo pensar distinto: ser diferente es la excusa para ser señalado por problemas que no somos capaces de arreglar. Se están buscando culpables para todo pero sin ofrecer soluciones. Nos están secuestrando la convivencia justo en un momento en el que la convivencia es frágil porque la Covid nos tiene sin respiración.

Solo hace falta mirar hacia atrás en la historia para comprender que dividir no es buena idea. Que las ideologías extremas crecen en un caldo de cultivo así, y que nunca nunca han traído nada bueno.

Y Andalucía tiene un magnífico antídoto casi sin saberlo. Su pasado intercultural, que no hace homogéneo ni siquiera su acento, es ejemplo de integración. Su pasado reciente nos enseña que se puede querer no quedarse atrás, crecer, mejorar y salir de la pobreza sin arremeter contra nadie como hizo cuando reivindicó su autonomía. Que da igual cuál sea tu origen para apreciar el valor y el corazón del flamenco con orgullo. Y que todos al final, desayunaremos pan con aceite. Juntos. Que es como mejor salen las cosas.

Me gusta pensar que Andalucía es como el curso de mis hijas. Hay un compañero francés, otro sirio, una amiga de madre japonesa, y otra de padre alemán. En escasos metros cuadrados conviven con Marruecos, Perú, Argentina, México. Y con Cataluña, Madrid, Huelva y Sevilla. Sus familias son de todas partes y es lo que menos importa. Lo que importa es que van juntos a clase, tienen problemas que resolver como grupo (con más o menos éxito), tienen que aprender a convivir y aprender que nadie se puede quedar atrás. Y todos desayunan pan con aceite el Día de Andalucía.

Nos han tocado tiempos complejos, de trazo grueso. Los partidos políticos enarbolan el cartel de fake news para cualquier noticia que no les guste alimentando la desconfianza en los medios, mientras siembran discordia y encienden debates a sabiendas de que muchos de ellos no tienen fundamento alguno, restando credibilidad a la política. “El juego político es así”, me decían unos amigos el otro día al señalar incoherencias. Sin embargo, llevamos más de un año de pandemia y se echa de menos sentido de Estado, se echa de menos seriedad, se echan de menos miradas de luces largas. Alguien que no esté pensando en el beneficio estratégico inmediato. En Andalucía también.