Análisis

El otro aniversario de la boda real: 20 años de un viaje a Cuenca que no lo era y de una luna de miel a todo lujo

Hace 20 años, el 22 de mayo de 2004, los príncipes Felipe y Letizia se casaron. Lo sabemos porque el evento fue fastuoso. Se retransmitió a todo el mundo y costó entre 20 y 40 millones de euros. Todavía hoy se desconoce el presupuesto real, a pesar de ser fondos públicos. Al día siguiente acaparó todas las portadas. “Los reyes del siglo XXI”, tituló El País. “Un sí bajo la lluvia”, lo hizo El Mundo. La lluvia era la que había caído en Madrid el día anterior, no la que estaba cayendo tras las bambalinas y que tardaría aún años en calar.

También lo sabemos porque estos días los especiales de televisión recordando el evento han sido múltiples, así como el contenido en todos los medios. Incluso desde Casa Real se celebraba la pasada semana el aniversario con una docena de fotografías de los hoy ya reyes Felipe y Letizia y sus hijas, Leonor y Sofía, posando en los jardines aledaños al Palacio Real, donde se celebró el banquete.

Pero no es el único vigésimo aniversario que se celebra. También el de la luna de miel, que empezó dos días después, el 24 de mayo, en Cuenca. “Pocos países pueden ofrecer riquezas en su patrimonio como España”, se anunció desde Casa Real entonces, para ensalzar por qué los recién casados comenzaban allí su viaje de novios. También lo sabemos porque lo contaron, además de la Zarzuela, los medios. Después de Cuenca viajarían a Teruel, a Zaragoza, plegaria a la virgen del Pilar incluida, a Navarra y a Euskadi. Pocos países podían ofrecer riquezas como las de España. Pero no eran suficientes... Y eso es lo que no sabíamos.

Durante todo su reinado, Juan Carlos I hizo dos tipos de viajes. Unos, los oficiales, son los que lo llevaban como rey por toda España y por el mundo, desde tomas de posesión de nuevos presidentes en Latinoamérica hasta viajes con empresarios para abrir negocios para las empresas españolas. Sobre ellos se informaba desde Casa Real o desde el Gobierno.

Los otros, los privados, numerosos, lo llevaron a todo tipo de lugares y por causas desconocidas, porque de estos jamás se informó. En uno de ellos en 2012 en Botsuana se rompería la cadera en un safari de elefantes hoy maldito para la corona. En otro, diez años antes, en Kazajistán, el rey se fue a cazar cabras salvajes pero no sólo regresó intacto, sino más rico con un maletín con cinco millones de dólares en metálico regalo del presidente kazajo. Hoy lo sabemos porque lo contamos en elDiario.es.

'El señor y la señora Smith'

La luna de miel de Felipe y Letizia replicó el modelo que tan bien le funcionó durante décadas al rey Juan Carlos. Un viaje oficial, por España, como se contó, y que continuó en Jordania, donde se casaban el príncipe Hamzah y la princesa Noor, que unos días antes asistieron a su vez en Madrid a la boda real. De lo que sucedió después no se supo nada. Sólo que un mes más tarde de haber viajado a Cuenca los príncipes volvían al trabajo en Madrid.

Lo que sucedió en esas semanas lo sabemos hoy, pero no por la Casa Real, sino porque lo publicó en Inglaterra, muchos años después, en 2020, The Telegraph. El viaje privado, del que no se informó en la Zarzuela porque era eso, privado, y por, como se justificó, “preservar la intimidad” de los recién casados, no había llevado a Felipe y Letizia de visita por el rico patrimonio español, sino al 'señor y la señora Smith', como se los llamó en clave, por Fiji, Samoa, Estados Unidos y México en un viaje de absoluto lujo. Tanto que costó cerca de medio millón de euros: 467.000 dólares.

Casi la mitad del dinero, 200.000 dólares (170.000 euros en 2004) lo pagó el rey Juan Carlos. Aquel 2004 debió de ser un buen año para él, porque aparte de ese dinero le prestó 1.200.000 euros a su hija Cristina para que se comprara la casa de Pedralbes, en Barcelona, donde vivió su familia y donde ella e Iñaki Urdangarin desarrollaron el hoy famoso Instituto Nóos por el que su marido acabó en la cárcel y ella condenada y multada como corresponsable de un delito fiscal. En 2004 el salario del rey aún era secreto. Se revelaría por primera vez en 2011, precisamente cuando acababa de ser imputado Urdangarin: 292.000 euros brutos. Si siete años antes el rey Juan Carlos tenía ya un sueldo similar, aquel 2004 se gastó, entre la luna de miel y el préstamo para la casa, su sueldo íntegro de ocho años. Eso, por supuesto, si el dinero salió de su patrimonio oficial, porque hoy sabemos también que era ínfimo en comparación con el oculto en paraísos fiscales. Como en los viajes, había unos ahorros oficiales y otros privados.

La otra parte del viaje, 269.000 dólares, la sufragó Josep Cusí, el amigo más íntimo de Juan Carlos, a través de su empresa Navilot. Un regalo de casi un cuarto de millón de euros, por tanto, de un empresario al príncipe de Asturias, futuro jefe del Estado. Al mismo Felipe que diez años después, en 2014, tras su coronación, aprobó un código de conducta para la Casa Real en el que se establece que los miembros de la casa y sus trabajadores “rechazarán cualquier regalo, favor o servicio en condiciones ventajosas que vaya más allá de los usos habituales, sociales y de cortesía”.

Diez años antes o no se aplicaba el código o la cortesía cotizaba muy al alza. En cualquiera de los dos casos, el regalo debía declararse a la Agencia Tributaria. Los regalos de boda deben declararse a través del impuesto de donaciones y sucesiones. Los de menor cuantía, los que normalmente hacen los invitados a las bodas, no están exentos, pero, como explican los técnicos de Hacienda, normalmente no se comprueban. A partir de los 3.000 euros de regalo, tanto en metálico como en especie, como un coche, un inmueble o un viaje de lujo, no declararlos se considera una falta grave. Este multiplicaba por 150 la cantidad de cortesía, o del límite de gravedad.

Las revelaciones de Corinna Larsen

Esta otra luna de miel, la privada, la conocemos hoy sólo porque la publicó el periódico inglés. La noticia, sin embargo, no apareció al día siguiente en la portada de papel de ninguno de los periódicos españoles. Pero la conocemos, sobre todo, porque hubo una persona que quiso que la conociéramos y que fue quien se la filtró al diario británico: Corinna Larsen.

Larsen ya no era en aquel 2020 la “amiga íntima”, como se la bautizó en la prensa española, del rey Juan Carlos, la mujer con la que el monarca había mantenido una relación sentimental durante años y con la que había llevado, literalmente, una doble vida, compartiendo casa con ella en el propio recinto del parque natural de El Pardo, a pocos kilómetros de la Zarzuela. Ya se había convertido en su enemiga íntima y pasaba en ese año 2020 a ser su enemiga pública. Aquella primavera de 2020 Larsen cambiaba su estrategia. Si hasta entonces mantenía una pugna soterrada con el rey Juan Carlos por los 100 millones de dólares que éste había recibido de Arabia Saudí, que le había transferido a ella y que le reclamaba de vuelta, ahora pasaba a incluir en su disputa también al rey Felipe. Su punto de mira se desviaba del rey Juan Carlos para apuntar a la corona.

¿Cómo lo hizo? Con la información de la que disponía: filtrándola. Primero, que Felipe aparecía como beneficiario de dos fundaciones con fondos millonarios ocultos en paraísos fiscales: la fundación Lukum en Panamá y Zagatka en Liechtenstein. Fue la noticia que detonó, en plena pandemia, en paralelo a la declaración del estado de alarma, la reacción desde Zarzuela del rey Felipe castigando públicamente a su padre retirándole el sueldo y renunciando a su herencia. Además, se anunció desde palacio, en un comunicado, porque el rey jamás se ha referido a ello, que el monarca desconocía su participación en esas fundaciones y que tras descubrirla había dado orden para ser eliminado de ellas.

Según el relato de la Zarzuela, el rey Felipe lo supo un año antes y acudió a un notario para desaparecer como beneficiario. Según el relato porque no se aportó ninguna prueba que lo confirmara. Todavía hoy, cuatro años después, sólo existe la explicación, pero no documento alguno que la respalde. El anuncio desde Zarzuela, el relato, lo conocemos, en cualquier caso, porque Larsen filtró la información a los medios. No se produjo un año antes, cuando los abogados de Larsen se lo comunicaron a Casa Real, como una amenaza poco sutil del arsenal que ella podía tener y usar. Sólo se reaccionó oficial y públicamente cuando no quedó más remedio que hacerlo. Si no, hubiera permanecido en privado.

Semanas después, Larsen volvía a apuntar a los hoy reyes. De nuevo, como con las fundaciones ocultas, con unos hechos que cuestionan o ensombrecen la “ejemplaridad” que políticos y medios de comunicación ensalzan acríticos del rey Felipe y con la que lo diferencian de su padre para protegerlo. Ahora Larsen disparaba con la luna de miel como munición, con la otra luna de miel, la que se había mantenido en secreto. Y conocía bien los detalles porque ella fue quien la planeó. En aquella época trabajaba organizando safaris de lujo y el rey Juan Carlos, que ya tenía una relación con ella, le pidió que organizara el viaje en secreto. “Apenas dormía. No me separaba de los dosieres y estaba muy preocupada de que no se filtrase nada”, le contaba Larsen a este periodista sobre aquella ‘misión’ que le encomendó el rey Juan Carlos. Añadía que le había resultado muy complicado organizar un viaje así por todo el mundo, en contacto con las embajadas y sin que trascendiera.

Desde luego, no trascendió. Y así hubiera seguido, sin trascender, de no ser por ella. “Otro bochorno más para el rey Felipe”, subtituló The Telegraph su exclusiva sobre la boda. El rey había castigado públicamente a su padre, renunciando a su herencia, pero años antes se embarcaba en un exclusivo viaje pagado por él con unos fondos cuya procedencia se desconoce.

Sobre aquella luna de miel nunca se han dado explicaciones desde Zarzuela. Ni sobre las dudas que plantea, más allá de las evidentes del caso concreto del viaje. Ese regalo lo conocemos hoy sólo porque lo expuso Larsen. Porque la luna de miel de 2004 se transformó en 2020 en su guerra contra Juan Carlos en una luna de hiel. Pero, ¿cuántos más regalos hubo? ¿De qué cuantías? ¿Quién los pagó? ¿Se declaró alguno de ellos? Veinte años después de aquella primera noche en el Parador de Cuenca, pocos países ofrecen las riquezas de España, seguimos sin saberlo.