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Ni alarmismo ni negación: el Acuerdo de París y la responsabilidad de actuar ahora
El debate climático se mueve con demasiada frecuencia entre dos extremos estériles: el alarmismo paralizante y la negación cómoda. Entre ambos, se abre un espacio mucho más exigente y menos visible: el de la responsabilidad política y técnica de actuar con criterio, anticipación y coherencia. Diez años después de su firma, el Acuerdo de París sigue representando precisamente ese punto de equilibrio. No es un relato catastrofista ni una promesa ingenua, sino un marco realista que ha demostrado que la cooperación global es posible.
Este artículo nace a raíz del balance publicado por The Guardian sobre la primera década del Acuerdo de París. En un contexto geopolítico especialmente adverso, el análisis opta por subrayar los avances logrados sin ocultar las carencias. Y el mensaje de fondo es claro: sin París, nada de lo conseguido habría sido posible. Récords históricos en energías renovables, una inversión en tecnologías limpias que ya duplica a la destinada a los combustibles fósiles, la expansión del vehículo eléctrico o la incorporación del objetivo de 1,5 ºC en políticas públicas, finanzas y estándares sectoriales son logros tangibles, no declaraciones retóricas.
París fue una buena apertura. Como en el Weiqi (Go), no garantizaba la victoria, pero permitió que la partida no se perdiera en las primeras jugadas. Sin ese marco, el mundo se habría encaminado hacia aumentos de temperatura cercanos a los 4 ºC; hoy, aunque el riesgo persiste, los escenarios se sitúan en torno a los 2,5 ºC y el umbral de 1,5 ºC sigue siendo una referencia operativa. La partida sigue abierta, pero el margen de error es cada vez menor.
En Andalucía, este debate no es teórico. El cambio climático se manifiesta en sequías prolongadas, olas de calor, lluvias torrenciales e inundaciones repentinas, que afectan directamente a la vida cotidiana, a la economía y a la seguridad de la ciudadanía. El agua es el lugar donde el clima deja de ser una abstracción global y se convierte en un problema local, concreto y medible.
Para entender por qué avanzar resulta tan difícil, conviene incorporar la teoría cultural del riesgo. El cambio climático no se percibe únicamente como un problema científico, sino como un riesgo filtrado por valores, intereses y visiones del mundo. Hay quien confía en soluciones tecnológicas, quien reclama transformaciones profundas, quien apuesta por ajustes graduales y quien lo considera inevitable. Estas posiciones no responden a ignorancia, sino a marcos culturales y políticos previos. Cuando las políticas públicas ignoran esta diversidad, se diseñan estrategias técnicamente correctas pero socialmente frágiles.
En el ámbito del agua urbana, esta fragilidad es especialmente peligrosa. Decisiones sobre inversiones, tarifas, prevención de inundaciones o reducción de pérdidas no pueden aplazarse sin consecuencias. La Guía para la adaptación de los sistemas de agua urbana al cambio climático, elaborada por AEOPAS, ofrece una hoja de ruta clara para anticipar riesgos, reforzar infraestructuras y mejorar la gobernanza del agua frente a sequías e inundaciones. No son propuestas teóricas, sino medidas concretas: eficiencia energética, digitalización, drenaje urbano sostenible, soluciones basadas en la naturaleza o reutilización de recursos.
Aquí es donde la política debe estar a la altura. Actuar ahora no es alarmismo; posponer decisiones tampoco es prudencia. En el Weiqi, dejar espacios clave sin ocupar rara vez tiene consecuencias inmediatas, pero acaba decidiendo la partida. En política climática ocurre lo mismo: la omisión, la demora o la falta de ambición no son neutras, y su coste se traducirá en sufrimiento futuro, especialmente para quienes menos capacidad tienen de adaptarse.
El Acuerdo de París sigue siendo válido y necesario. Pero su verdadero examen se produce lejos de las cumbres internacionales, en cómo territorios como Andalucía traducen ese marco en decisiones reales sobre agua, infraestructuras y gestión del riesgo. Ni alarmismo ni negación: lo que está en juego ahora es la responsabilidad de actuar.