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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Investigación básica versus aplicada: una disyuntiva interminable

csic

Javier Rojo / Javier Rojo

Instituto de Investigaciones Químicas (IIQ) —

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Traigo este tema tan manido, pero no por ello menos interesante, a este blog para intentar arrojar algo más de luz, o más bien, un punto de vista personal sobre esta disyuntiva eterna (¿o no es tal disyuntiva?), investigación básica o investigación aplicada, esa es la cuestión. “To be or not to be, that is the question” que diría Shakespeare. ¿Y por qué me da ahora por escribir sobre este tema?. La respuesta es muy sencilla, tuve el placer de asistir recientemente a la conferencia que impartió en la fundación Ramón Areces en Madrid el profesor Daniel Zajfman, presidente del prestigioso Instituto Weizmann de investigación en Israel. Centro de renombre internacional, cuna de premios nobeles y de descubrimientos fascinantes en ciencia. Centro de excelencia en investigación básica que se sostiene sobre tres grandes pilares del capital humano: el conocimiento, la curiosidad y la pasión, según las propias palabras del profesor Zajfman.

El título de la conferencia, “El impacto global de la investigación básica: el modelo del instituto Weizmann”, ya auguraba que algo interesante nos iban a contar a los que pudimos acercarnos a escucharle, y así fue. Una plática amena, atractiva, interesante, con un ritmo que mantenía a la audiencia completamente encandilada, absorta, incluso me atrevería a decir incrédula, cuando escuchábamos todas aquellas cifras, datos, indicadores del talento, de la excelencia, sí, de la excelencia de verdad, pura investigación básica que producía royalties. No, no me he confundido de tema, sigo hablando de la investigación básica que se desarrolla en el Weizmann. Sí, investigación básica generando royalties, y no es una contradicción como veremos ahora, ingresos enormes que permiten mantener en buena medida la investigación que se desarrolla en el Instituto Weizmann.

Diríamos que es la situación ideal que cualquier investigador, gobierno o país estaría deseando tener a su alcance. El santo Grial de ese cambio de modelo hacia una economía basada en el conocimiento, pero hecho realidad. Ciencia básica que se convierte, casi por arte de magia, en aplicada y se transfiere, con avances significativos para una sociedad en continuo desarrollo dentro del siglo XXI. ¿Dónde está el truco si es que lo hay?. Bueno, pues el truco está, según nos contó el profesor Zajfman, en permitir que cada investigador de rienda suelta a su imaginación, para que libremente trabaje, investigue, responda a las preguntas que le surjan, a los interrogantes que considere interesantes y fundamentales para entender el mundo en el que vivimos y podamos explicar todo lo que ocurre en él. Pero, y ahí está la diferencia, que luego haya ojeadores (utilizando el símil futbolístico) que ven si todos estos nuevos avances, conocimientos básicos en suma, pueden tener interés industrial y si es así, patentarlos para su transferencia y licenciarlos a las empresas.

Ni separar ni prescindir

La receta no parece muy complicada para ponerse en práctica. ¿Por qué no se hace?. Quizás porque perdemos una gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo en discernir qué es más importante, la ciencia básica o la aplicada, si patentamos o no, etc. y porque al no darle realmente la importancia que este binomio básico-aplicado tiene, no ponemos los medios adecuados para hacerlo realidad.

Realmente, no hay ciencia aplicada sin ciencia básica, pero tampoco la ciencia básica tiene sentido de ser o impacto, sin esa ciencia aplicada. Ambos conceptos, básico y aplicado, son fundamentales para la sociedad y no podemos separarlos ni prescindir de ninguno de ellos. La sociedad debe exigir que los gobiernos y sus políticas científicas impulsen ambos aspectos de la investigación (igualmente importantes). Lo que hay que hacer es Ciencia de calidad. Debemos dejar al investigador que de rienda suelta a su creatividad, a su intuición, a responder a las preguntas que su curiosidad le plantee. Y luego coger esos conocimientos y transformarlos en tecnología, invenciones, avances útiles para la sociedad. Eso y únicamente eso, nos permitirá avanzar en el conocimiento y sentar las bases para hacer una investigación aplicada de calidad, puntera y que suponga un cambio real en nuestro modelo económico y en definitiva, que suponga un progreso real de nuestra sociedad.

Tenemos miles de casos que ejemplifican cómo una investigación que se desarrolla inicialmente de forma puramente básica, sin ningún fin más allá de avanzar en el conocimiento, se convierte, en un momento dado y de la forma más inesperada, en la base para una aplicación tecnológica, médica, etc. de relevancia. A modo de ejemplo y dentro del ámbito de la química en el que me muevo, me viene a la mente un ejemplo remarcable que me señaló mi mentor durante mi estancia postdoctoral en Estrasburgo, el Profesor Jean Marie Lehn, premio Nobel de química en 1987. Se trata de la reacción de cicloaromatización de enediinos, algo que de entrada suena como exótico, muy peculiar y sin una aplicación inmediata clara más allá de lo puramente académico.

Esta reacción descubierta en los años 70 por el profesor Bergman de la universidad de Berkeley y que lleva su nombre, da lugar a compuestos cíclicos aromáticos muy estables. Para que tenga lugar, es necesario calentar las moléculas a temperaturas muy elevadas (por encima de los 200 grados); sin embargo, cuando estos enediinos se encuentran formando parte de un ciclo de gran tamaño, la reacción transcurre casi de forma espontánea a temperatura corporal mediante la formación de radicales. Este descubrimiento es la base para poder entender la actividad antitumoral de algunos productos naturales como la Caliqueamicina, molécula que contiene en su estructura un enediino cíclico. Todo ello ha permitido el desarrollo de nuevos y potentes fármacos antitumorales basados en este tipo de estructuras. ¿Quién se lo iba a decir al profesor Bergman?.

Las presiones al investigador

Por otro lado, imaginemos por un momento que la Universidad de Cambridge les hubiera dicho a los doctores James Watson y Francis Crick que tenían que dejarse de pájaros (nunca mejor dicho en el caso de Watson) y de fantasías sobre estructuras exóticas y bellas del ácido desoxirribonucleico (ADN), y que se dedicasen a hacer una investigación aplicada y útil para la sociedad. Aparte de que no hubieran recibido el premio Nobel de Medicina en 1962, habríamos tardado una buena temporada más en tener la base fundamental de la revolución biológica del siglo XX, de los avances en biología molecular, de entender la génesis de las enfermedades genéticas, de la terapia génica y de hablar de la medicina personalizada.

¿Podrían imaginar, a priori, estos investigadores que esa estructura revolucionaría el conocimiento y sobre todo tener el impacto y la aplicación que ha tenido posteriormente?. La respuesta es que algo intuían, ya lo mencionaban al final de la publicación en la que presentaban la estructura del ADN (Nature, 1953, 25 abril) y en la que terminaban el artículo diciendo que el apareamiento de bases que proponían en su estructura sugería un posible mecanismo de copia del material genético. Pero ni mucho menos lograrían imaginar la revolución que todo ello ha supuesto. Menos mal que la universidad les permitió que investigaran en lo que ellos querían.

La moraleja que se extrae de todo esto es que por presionar al investigador para que haga más ciencia aplicada, más patentes, el intentar “orientar” su investigación y el poner los medios fundamentalmente para que se haga investigación aplicada, no da lugar realmente a un aumento de los indicadores de transferencia (patentes, empresas tecnológicas de nueva creación, contratos con la industria). Hagamos nosotros lo mismo, no cortemos las alas de los investigadores, no mutilemos su imaginación, no pongamos vallas al territorio salvaje de la curiosidad, de la intuición, del descubrimiento. En definitiva, dejémoslo estar, “Let it be” que cantarían los Beatles.

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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

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