VÍDEO | Los bomberos detenidos en Lesbos aterrizan en Sevilla tras ser liberados

Alejandro Ávila

Recibidos como héroes. A Manuel, Julio y Enrique sí les esperaba su familia al pisar tierra firme. En cuestión de días, han pasado de dar la bienvenida a aquellos que escapan de la guerra a ser ellos los bienvenidos tras pasar por los calabozos griegos.

Los bomberos españoles detenidos en la isla de Lesbos (Grecia) llegaron a Sevilla a las diez y media de la noche del pasado martes entre palmas, una atronadora ovación y gritos de “culpables son las bombas, no los bomberos”. El aeropuerto de San Pablo era una 'fiesta' con cientos de familiares, amigos y compañeros de estos bomberos que llevan dos semanas rescatando refugiados que huyen de la guerra en Oriente Medio.

Su solidaridad hacia los centenares de refugiados que llegan cada día a las costas griegas se vio así recompensada con esta calurosa bienvenida. Irónicamente fue esa solidaridad la que les hizo terminar en un minúsculo y húmedo calabozo el pasado 14 de enero.

Acusados de tráfico de personas y posesión de armas (dos cuchillos, explican, para las labores de rescate), Manuel Blanco, Julio Latorre y José Enrique Rodríguez, de la ONG Proem-aid, estuvieron desde el pasado jueves en un lóbrego calabozo a la vista de todo aquel que entraba en las dependencias policiales. Los tres fueron detenidos cuando, al ver precintada su embarcación de rescate, se embarcaron con dos compañeros daneses y estaban ayudando a que tres barcos repletos de refugiados llegaran a tierra firme. La presión internacional y diplomática por parte de España ayudó a que el sábado fueran liberados tras depositar 15.000 euros.

Al llegar al aeropuerto, Rodríguez ha asegurado que “teníamos todos los permisos y trabajábamos en coordinación con las autoridades. ¿Qué ha pasado? Yo creo que ha sido un error o un escarmiento. Puede ser que allí cada uno esté trabajando a su manera y [la guarda costera griega] quiera que se trabaje como ellos quieren”.

¿Ha sido un escarmiento? “Nos hemos enterado ahora que les han prohibido a los voluntarios dar ropa seca a los refugiados, con lo cual entendemos que han tomado una determinación radical”, afirma David Galindo, uno de los tres voluntarios que no acabó encarcelado.

Gabriela García, novia de José Enrique Rodríguez, fue una de las primeras en enterarse del arresto. “Estaba en un curso en mi trabajo y no podía coger el teléfono. Me asusté al ver que tenía varias llamadas. Era el sargento, que me dijo que había habido un accidente, pero que no me preocupara cuando salieran las noticias de la detención. Me explicaron que había sido un tema burocrático relacionado con la embarcación. Esa noche lo pasé fatal”, relata.

La tensión vivida durante los últimos días aún marca el rostro de las madres de los voluntarios. Minutos antes de la llegada de su hijo José Enrique, Carmen González cuenta que han sido “días muy amargos y muy duros. Entre el jueves y el sábado no vivíamos. Nos preocupamos mucho cuando vimos en las noticias que les podían caer diez años de cárcel, como si hubieran hecho algo malo”.

Ayudan a 9.000 personas cada dos semanas

El sargento Mario Arcos, que ya ha realizado labores de rescate en la isla griega a lo largo del pasado mes de diciembre, cuenta que han llevado a cabo su propio conteo en la franja de la costa donde trabajan (entre la capital, Mitilene, y el extremo sur de la isla): 147 embarcaciones en 15 días. Si cada lancha lleva a unas 60 personas, eso significa que han ayuda a 9.000 personas durante las dos semanas que dura cada relevo, en los que hay seis bomberos turnándose en dos grupos de tres que trabajan día y noche.

Gran parte de las embarcaciones comienza a llegar horas antes del amanecer, entre las 4 y las 5 de la mañana, y más de la mitad de los que llegan son niños y “personas de edad avanzada”. Arcos subraya que los rescates presentan dos grandes problemas: la baja temperatura del agua y la orografía, “que al tener un perfil muy irregular daña las embarcaciones y provoca que los barcos se rompan antes de llegar a la costa”. El sargento de bomberos, cuyo puesto de trabajo habitual es la estación del Polígono Sur de Sevilla, subraya que “su trabajo es localizar las embarcaciones e intentar llevarlos hasta una zona de abrigo segura”.

Antes de sumergirse prácticamente con la ropa puesta a rescatar a niños, ancianos y adultos de mediana edad, explican que lo primero que se ve al acercarse a la isla de ecos mitológicos es una franja “tintada de color naranja”. Son los chalecos salvavidas que dejan atrás los que huyen de la guerra al pisar tierra firme.

Prometen volver. Asunción, madre de Julio Latorre, cuenta que su hijo “ tiene un espíritu aventurero, valiente y solidario. Estoy completamente segura de que quiere repetir la experiencia”. De hecho, el cuarto relevo despegó el pasado domingo rumbo a tierras helénicas. José Manuel Pastor, por ejemplo, fue en la primera tanda y repetirá en un par de semanas con la quinta. Lo hacen, explican, con sus propios ahorros y empleando horas de sus propias vacaciones. “La solidaridad no es un delito”, reivindicaban con pancartas sus familiares.

Cuando regresen, eso sí, se verán obligados a acatar las nuevas directrices de la guarda costera griega. “El problema es que tiene que haber una coordinación entre los guardacostas griegos y los voluntarios. Se tienen que unificar unos criterios de trabajo. No nos puede decir un día que compartimos operaciones y a los dos días precintarnos el barco: unos días nos dejaban operar y otros no. Aquello no está controlado”, aclara el sargento Arcos. Pioneros en navegar en alta mar, ven ahora limitado su radio de acción tras la dureza con la que han actuado las autoridades griegas. Si se tienen que limitar a esperar a los refugiados en la orilla, “se reducen mucho las posibilidades de ayudarlos y por tanto aumentan las posibilidades de que se ahoguen”, concluye Pastor.

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