Un cine ambulante acerca cortometrajes independientes a los niños del medio rural
Al otro lado del teléfono, Lucas Fernández reconoce que la iniciativa que acaban de poner en marcha tiene algo de osado. Ingredientes para el riesgo no le faltan: cortometrajes de animación independientes, público infantil y medio rural. Esta es la fórmula de Carambola, un programa de proyecciones ambulantes puesto en marcha por Territorio Gestión Cultural, una empresa afincada en Binéfar (Huesca).
“En muchos pueblos no tienen cine y, aunque a veces realizan proyecciones puntuales, no hay programas específicos para los niños”, cuenta Fernández. Y así fue como este binefarense retomó su viejo sueño de montar un cine ambulante, aunque muy diferente del que imaginó en sus años universitarios. Una pantalla y una mesa de proyección artesanales les sirven para llevar por escuelas y centros culturales de pequeñas localidades cortometrajes como el español 'Juan y la nube', el holandés 'Paniek!' o el finlandés 'The Red Herring', tres ejemplos de la veintena de títulos que tienen en cartera.
La elección de este tipo de filmes tiene mucho de actitud. “Nos encanta la capacidad de la animación para despertar la imaginación, y también es una manera de reivindicar los cortometrajes, un tipo de cine con mucha menos industria detrás”, explica Fernández. Y a esto se añade que “las películas de las grandes productoras están promocionando mensajes del tipo 'princesa busca príncipe azul', nosotros apostamos por otros valores”. Así, en sus pases se ven cintas como la italiana 'Vigia', de tintes ecologistas, o la estonia 'Miriami Tuulelohe', que habla de la importancia de la amistad.
En su mayoría son películas mudas, lo que facilita que su mensaje llegue al exigente público infantil y, a la vez, se prestan para introducir algunas nociones de cultura audiovisual. Tras cada cortometraje, hay un tiempo para comentar y reflexionar sobre lo que se ha visto.
El cine, “un servicio público”
“En el momento en el que las salas dejan de ser rentables y son las administraciones públicas las que tienen que entrar a sostenerlas, el cine se convierte en un servicio público”, argumenta Fernández. Por eso, entiende que “ese apoyo institucional exige que iniciativas de este tipo se muevan en el terreno del cine independiente, no a base de taquillazos”. Quizás los niños y niñas que pasen por Carambola, en un futuro, recuerden que su primer acercamiento a la magia del cine no fue con Pixar o Dreamworks, sino con una pequeña producción danesa, alemana, surcoreana o australiana.