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La asequibilidad es la fórmula idónea para que los demócratas resurjan electoralmente en Estados Unidos y los debilitados partidos socialdemócratas y progresistas en Europa. Se trata de que los ciudadanos dispongan de unos ingresos reales (los ingresos divididos por la medida del coste de la vida) que les permitan adquirir bienes y servicios y, en definitiva, que les hagan sentirse miembros de pleno derecho de las sociedades en las que viven.
Es la opinión de Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía que complementa la inclusión económica con los conceptos de seguridad (tener certeza de que las dificultades graves no están a la vuelta de la esquina) y de equidad (las personas se molestan con los precios altos cuando perciben que se están aprovechando de ellos). El malestar social proviene de lo que los trabajadores consideran injusto: que las subidas de precios les arrebaten lo que se ganaron con sus salarios.
La vivienda, que es la mayor preocupación para los menores de 30 años en España, está siendo el principal acelerador del cabreo ciudadano. El derecho constitucional a tener una vivienda digna y adecuada (artículo 47) se ha convertido en una irresistible mercancía para los especuladores y rentistas sea con inversiones en viviendas libres, en turísticas o, es lo último, en la compra de habitaciones de hoteles a cambio de unas rentas estables sin preocuparse por la gestión operativa.
El porcentaje de viviendas públicas asequibles para la venta o el alquiler que se están edificando resulta irrisorio comparado con las de promoción libre. Está pasando en Zaragoza donde 65.000 familias viven de alquiler. El Gobierno de Aragón se niega a delimitar zonas tensionadas en las que se puedan controlar los precios “porque distorsionan el mercado”. Y el Gobierno de España continúa sin articular desgravaciones fiscales atractivas para que los contribuyentes con rentas bajas puedan adquirir su primera vivienda.
Solo en el sur de la capital aragonesa, en Arcosur, se han anunciado 17.000 nuevas viviendas. Se supone que los responsables municipales habrán previsto cómo garantizar la movilidad con el transporte público. Comparativamente, el total de viviendas de alquiler asequible y eficientes energéticamente que se van a construir en los barrios tradicionales es de 384.
También está pasando en los municipios turísticos como Benasque cuyo ayuntamiento, con 2.400 habitantes censados, ha aprobado un plan urbanístico para promover 2.200 viviendas de precio libre junto a la estación de esquí de Cerler. El esfuerzo compensatorio del Gobierno de Aragón: promover 29 viviendas a precio asequible.
Son dos ejemplos que desde lo local señalan que si el proyecto progresista quiere reconectar con la mayoría social en la era digital debe dar máxima prioridad a las viviendas. La presentación el pasado jueves en Madrid de una Empresa Nacional de Vivienda que va a gestionar cerca de 50.000 viviendas para alquileres asequibles puede ser un pequeño gran paso.
El proyecto progresista debe dar prioridad también a las subidas salariales, a los empleos de calidad y a una inteligencia artificial (IA) orientada a mejorar las capacidades y la productividad de electricistas, mecánicos, sanitarios o técnicos de fábrica, y no a que sean sustituidos por la automatización. La propuesta la expuso el economista turco Daron Acemoglou, Premio Nobel de Economía 2024, en un reciente artículo en Financial Times.
En su opinión, la que denomina izquierda liberal debe poner el crecimiento vigoroso y los buenos empleos por delante del aumento de impuestos a los ricos. Prosperidad compartida: el progreso económico tiene que beneficiar a todos para poder gestionar la escasez con menos subsidios.
¿Cuándo se agrietó la confianza entre los trabajadores y la socialdemocracia? Según el catedrático de Economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) fue en la década de los 80 cuando los salarios reales de los trabajadores con menor formación empezaron a estancarse o a reducirse, mientras prosperaban los de los titulados universitarios.
Las élites progresistas no captaron la profundidad de ese cambio que coincidió con la globalización mal gestionada, la transformación tecnológica, la desindustrialización y la degradación de los servicios públicos. Siguiendo el razonamiento de Acemoglou, se replegaron hacia legítimas agendas culturales y de minorías basadas en los derechos civiles y las libertades personales relegando las prioridades materiales y el miedo de las clases trabajadoras al presente y al futuro.
El pacto material anterior a los 80 empezó a saltar por los aires y se produjo la ruptura de la socialdemocracia europea con una parte importante de sus bases históricas. La extrema derecha internacional, que las etiqueta como “agendas woke”, las está utilizando y de qué manera para ensanchar sus caladeros de votos.