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Clara Benito, la cabrera ecológica que cuida a su rebaño desde el móvil: “El telepastoreo me ha cambiado la vida”

Clara Benito es cabrera en extensivo en la sierra norte de Madrid

Sara Acosta

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Clara Benito Pacheco nunca se imaginó que sería cabrera. Siempre vivió en la ciudad, hasta que conoció a su pareja, David, que es biólogo. Por amor, en 2015 compró con él cinco “cabritas” y empezaron a pastorearlas en extensivo para ayudar a regenerar el monte en la sierra norte de Madrid. Dice que sus antiguos compañeros de Bellas Artes “flipan” con su cambio, pero a ella le encanta. “Descubrir esto fue una maravilla para mí”, cuenta mientras camina entre matorrales de jaras monte arriba para saludar a sus cuatro mastines, los guardianes que protegen del lobo a un rebaño que ya alcanza 130 cabras.

Hoy se ocupa ella sola de Entrelobas, como se llama su iniciativa de pasto salvaje, que resulta especial por el manejo del rebaño. Hace dos años, Clara aceptó ser proyecto piloto de algo muy innovador: un sistema digital de redileo virtual que elimina el vallado físico y que le permite disponer de mucho más tiempo, en un momento en el que el pastoreo es menos atractivo por lo exigente que resulta y la cantidad de soledad que acumula. “El telepastoreo me ha cambiado la vida, ahora puedo conciliar con mis hijas, dedicarme a otras tareas”, relata.

Clara saca el móvil de su bolsillo, en la pantalla se ven muchos puntitos en un mapa: son sus cabras. Tiene descargada una app que le permite dibujar un vallado virtual, sin estacas ni hilo. “Ellas saben, porque cuando se acercan a uno de los límites reciben un pitido a través del collar y se mueven de lugar”. Es un dispositivo que se carga con dos pequeñas células solares para que siempre funcione, así los límites del vallado se quedan grabados y las cabras están localizadas en todo momento porque los collares llevan gps.

“Hace falta que haya pequeñas ganaderías en extensivo por el monte, se ha perdido y para el cambio climático es una herramienta fundamental

Clara Benito Cabrera

“Antes yo tenía que estar aquí todo el rato, son muchas horas en el campo y lo hacía con gusto, pero es muy cansador. A la hora de comer las dejaba cerradas con un pastor eléctrico, comía a toda prisa y regresaba hasta que caía la noche”. Desde que las cabras están controladas con este sistema de telepastoreo, puede pasar las tardes con sus hijas, incluso estar toda la familia junta. “Nunca podíamos estar los cuatro, solo los fines de semana”. También quiere más tiempo porque aspira a tener su propia quesería en el pueblo Serrada de la Fuente, donde vive. El local está en obras y ahora puede supervisar la reforma.

“Hay mucha gente que no se lanza a esto por lo exigente que es en cuanto a tiempo, pero si descubres que hay una manera en la que te puedes liberar un poco, igual te lo piensas”, reflexiona Clara. Y para ella es muy importante que cada vez más gente dé el paso: “Hace falta que haya pequeñas ganaderías en extensivo por el monte, se ha perdido y para el cambio climático es una herramienta fundamental”. Hasta donde ella sabe, tiene el mayor rebaño caprino ecológico telepastoreado del mundo.  

A esta exrestauradora de 41 años, la Comisión Europea le acaba de reconocer con un premio como la mejor agricultora sostenible, porque sus cabras son muy importantes para prevenir incendios y regenerar el monte. Sus animales solo comen jaras y pasto salvaje; las cabras son los únicos herbívoros capaces de digerir grandes cantidades diarias de lignina, una sustancia que contiene la madera. Donde nos encontramos estamos rodeadas de jara, que cuando crece sin control es como gasolina; “¿ves que los arbustos tienen ya un tamaño medio? Es porque las cabritas se han ido comiendo los más grandes y así se ha ido haciendo más pradera, y recuperando biodiversidad”, contextualiza Clara.

Lo suyo es un trabajo de equipo: primero, el servicio de prevención de incendios de la Comunidad de Madrid abrió una faja en forma de peine y un cortafuegos más arriba, y después entraron las cabras a continuar la labor, comiendo y abriendo camino. Ella es la que dirige toda la operación, pastoreándolas mediante un contrato con la cámara agraria que le permite trabajar 95 hectáreas de propietarios particulares que tienen este lugar abandonado. “Ellos podrían decir, oye me he enterado de que no sé quién está trabajando mis tierras y quiero que me deis lo que me corresponde, entonces se les daría la parte proporcional”.

Bajo un sol abrasador más propio del verano que de principios de octubre, Clara mira hacia el suelo y menciona el ir y venir de universidades y centros de investigación que se acercan a este monte para interesarse por su proyecto y tomar muestras para medir cómo evoluciona la calidad de la tierra. Si todo va como se espera, el suelo irá ganando humedad con el paso del tiempo, estará oxigenado y será capaz de capturar CO2 y tener toda la biodiversidad de antes. “Por el momento están haciendo pruebas”.

Sus cuatro mastines acuden a ella y enseguida les da una orden: “Con el ganado”. Están con su dueña desde que esta exurbanita vio un lobo. Nunca había visto uno y cuando lo adivinó escondido entre unos arbustos pensó que era el perro de la vecina, el Guache. Era invierno y el animal llevaba su collar de pelo blanco. Clara se puso a mover frenéticamente las manos, pero el lobo la ignoraba, no daba un paso. “Supe lo que era cuando David me enseñó una foto y lo reconocí. Me pareció espectacular, él estaba celoso de que hubiera visto al lobo, que no aparecía por aquí desde hacía 50 años”.  

El regreso de este animal tan temido por los ganaderos significa que la tierra está mejorando. Desde que tiene a sus cuatro guardianes nunca se le ha acercado de nuevo uno, y eso que ahora ya hay manadas. “Yo no puedo hablar por otros lugares, pero yo nunca he sufrido ataques, aquí en Berzosa del Lozoya, tener mastines es la única manera de proteger el ganado”.

Otras ganaderías vecinas con vallados sí han sufrido ataques, así que después de que Clara tuviera su primer encuentro con el lobo, querían saber más. Pero no le preguntaban a ella, sino a su pareja. “Al principio los hombres no me dirigían la palabra, cuando estábamos David y yo juntos solo hablaban con él. Ahora, claro, ya han pasado 10 años”.

-¿Y cómo te conocen?

-Como la cabrera.

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