Opinión y blogs

Sobre este blog

El tenebroso mundo de los espías

0

“Siempre me han encantado las historias de espías. ¿Quién puede resistirse?”, dice Gayle Lynds, varios libros de la especialidad. En esas estamos. Pero es un mal asunto para enredarse en sus intersticios, que nunca se sabe dónde empiezan estas historias ni dónde acaban, que cuando aparece el sombrero de un espía ya hay detrás el de otro profesional de la cosa, el contraespía, y allá que entre ellos y sus verdades a medias, sus investigaciones para informar y contrainformar, siempre logran que todo termine en aquellos espejos cóncavos y convexos de la Dama de Sanghai. A los fanáticos de Le Carré apenas si nos ha extrañado el golpe de efecto de las 2,6 gigas robadas del teléfono de Pedro Sánchez y el más modesto botín de la ministra Robles. La pregunta es obvia: y a ellos, ¿quién los ha espiado?

Más madera, esto es la guerra, que estas ramificaciones, bifurcaciones y demás sucesos paranormales se multiplican siempre que hay espías por medio. Y no hemos hecho nada más que empezar. Abróchense los cinturones, que vienen curvas. Está muy bien que todo el mundo –el CNI en primer lugar– nos jure que se tomarán todas las medidas pertinentes, incluso ese rodar de cabezas que tanto gusta evocar a los revolucionarios de salón, y que se llegará hasta el fondo si se ha espiado de manera ilegal, como denuncian los presuntos espiados, ahora hasta el mismísimo presidente del Gobierno, actos todos ellos claramente incompatibles con el Estado de Derecho. Pero ir hasta el fondo es mucho decir: la fosa de las Marianas tiene una profundidad de 11.000 metros. Menos lobos.

Hay que insistir en que todavía estamos en los inicios de saber qué ha pasado de verdad en un asunto tan espeso como lo son todos los de espionaje y quizá convendría tomar algunas precauciones. Por lo pronto, sería de desear que quien proclamó la independencia y se fugó como un presunto delincuente, de nombre Carles Puigdemont, con sus extraños vínculos con Putin, cese en su pretensión de vendernos esa imagen de virgen inocente de cómo se atreven a espiar a este humilde político, siempre cumplidor de la ley. Bien. Ni él, ni los del tsunami o las criptomonedas, que tampoco es cosa de comprar ninguna burra a nadie. Hay que repetirlo como una tonta cantinela: condenamos en forma y fondo absolutos los actos incompresiblemente brutales de la policía del PP del 1 de octubre, pero ni un celemín de comprensión para Puigdemont y los suyos.

Veremos qué trae la directora del CNI a esa comisión de secretos oficiales que el gobierno, con reflejos, ha abierto a todos los grupos. Decía Rufián que esa comisión no sirve de nada, y que ya le dijo su antecesor Tardá que solo se reúnen para que el jefe del CNI cuente unos cuantos chascarrillos. La broma solo serviría para demostrar la escasa entidad política de Tardá, que no supo sacarle información a su interlocutor. Varios medios han dado ya información sobre la exageración del número de espiados, al tiempo que se asegura que había autorización judicial, limitada en su número, y por cuestiones concretas, que respaldaría su actuación. ¿Suficiente? Pues dependerá, sobre todo de la seriedad que ofrezcan los datos del Gobierno, máxime tras el vuelco a la cosa del pendrive del presidente, quién me compra esta bomba de mano. Pero por ahora deberíamos dejar claro que es una auténtica vergüenza utilizar el término cloacas del Estado. Los únicos albañares los montaron aquella policía patriótica de Rajoy pilotada por el ministro ultracatólico Fernández Díaz con sus directores generales y comisarios de su círculo más estrecho, sin olvidarnos del inefable Villarejo.

Confiemos, además de en la solidez de esos datos, en la disposición a escuchar de Esquerra y Podemos. Sigan exigiendo investigación a tope, hasta las últimas consecuencias, pero dejen los independentistas catalanes la farfolla del victimismo heroico, pobres indefensos que España maltrata, y mejoren el gesto las huestes de Belarra, ministros que son del mismo Gobierno. En plata: ¿quieren ambos partidos mantener la coalición? Las relaciones con Esquerra son altamente mejorables, pero es que también en Podemos, que se apuntan a un bombardeo, no cejan en su afán de convertirse en la famosa mosca que nunca olvida su última misión: incordiar. Es verdad que Sánchez levanta el mentón y trata a sus socios con escasa ternura. Pero sus aliados actúan con una prepotencia que sorprende: ¿acaso creen que les iría mejor sin el refugio antimisiles que les proporciona el PSOE en el Gobierno? Sobreactuaciones vergonzantes, amenazas ridículas, dimisiones que se piden como si de pequeñas bromas se tratara. ¡Cuánto se agradecería un poco de mesura! No se pide tragarse sapos, en absoluto, que hacen muy bien en denunciar injusticias y mandangas variadas. ¿Del PSOE? Pues sí, claro, del PSOE, pero es incompresible comprobar que ni tan siquiera son capaces de enterarse a fondo de esos hechos que tanto les sulfuran antes de organizar la marimorena. Lo primero, el desplante, la ofensa, qué vergüenza estar con ustedes. Cansinos, muy cansinos.

Mientras, allá en el otro mundo, parece que la derecha va encontrando gloria en vez de infierno, que una vez decididos a ir sin complejos a gobernar con Vox si hiciera falta, el camino se ve libre y despejado. ¿Qué me dicen del aquelarre de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, su ridículo socialismo free al viento? Pronto tenemos las elecciones andaluzas, el 19 de junio, y ahí podremos tomar el pulso, de verdad, de por dónde va la vaina. La izquierda, fraccionada como siempre, tiembla.

Adenda. El tiempo pasa y las facturas siguen subiendo. Todos enzarzados en la bronca política, puro cálculo electoralista, qué pequeñez. Feijóo, por ejemplo, votó no a las medidas frente a la crisis. Tampoco a Esquerra le preocuparon mucho los ciudadanos. Minucias, simples minucias. Pero convendría que la izquierda llevara un día un recibo de la luz al hemiciclo y obligara a la vicepresidenta Ribera, o al mismísimo Sánchez a explicar, línea a línea por qué pagamos esa barbaridad y por qué a las eléctricas no se les puede tocar un pelo. Eso es política, ¿saben ustedes?

“Siempre me han encantado las historias de espías. ¿Quién puede resistirse?”, dice Gayle Lynds, varios libros de la especialidad. En esas estamos. Pero es un mal asunto para enredarse en sus intersticios, que nunca se sabe dónde empiezan estas historias ni dónde acaban, que cuando aparece el sombrero de un espía ya hay detrás el de otro profesional de la cosa, el contraespía, y allá que entre ellos y sus verdades a medias, sus investigaciones para informar y contrainformar, siempre logran que todo termine en aquellos espejos cóncavos y convexos de la Dama de Sanghai. A los fanáticos de Le Carré apenas si nos ha extrañado el golpe de efecto de las 2,6 gigas robadas del teléfono de Pedro Sánchez y el más modesto botín de la ministra Robles. La pregunta es obvia: y a ellos, ¿quién los ha espiado?

Más madera, esto es la guerra, que estas ramificaciones, bifurcaciones y demás sucesos paranormales se multiplican siempre que hay espías por medio. Y no hemos hecho nada más que empezar. Abróchense los cinturones, que vienen curvas. Está muy bien que todo el mundo –el CNI en primer lugar– nos jure que se tomarán todas las medidas pertinentes, incluso ese rodar de cabezas que tanto gusta evocar a los revolucionarios de salón, y que se llegará hasta el fondo si se ha espiado de manera ilegal, como denuncian los presuntos espiados, ahora hasta el mismísimo presidente del Gobierno, actos todos ellos claramente incompatibles con el Estado de Derecho. Pero ir hasta el fondo es mucho decir: la fosa de las Marianas tiene una profundidad de 11.000 metros. Menos lobos.