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Dolores Septién, coordinadora de Salvamento Marítimo de Santa Cruz de Tenerife: “No hay ruta migratoria peor que otra”

Imagen de archivo de un grupo de personas en patera

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Vientos, corrientes, alta mar picada, decenas de personas hacinadas en embarcaciones débiles e inseguras durante días o semanas, milla tras milla desde la costa africana hacia Canarias, noches enteras a la intemperie, o bajo el sol y entre el salitre, sin agua ni comida: una temeridad, quizá. De pronto, el milagro: una embarcación de Salvamento Marítimo.

Una imprudencia, tal vez, reflejo de la desesperación de tantas personas que arriesgan sus vidas en busca de una dignidad arrebatada por la guerra, el hambre o la miseria, pero también señal del coraje de quienes los socorren, cuenta la jefa del centro de coordinación de Salvamento Marítimo de Santa Cruz de Tenerife, Dolores Septién.

La Sociedad de Salvamento y Seguridad Marítima actúa en la llamada zona SAR (Búsqueda y Rescate, por sus siglas en inglés), asignada por la Organización Marítima Internacional (OMI), que abarca un área total de unos 750.000 kilómetros cuadrados (una vez y media la superficie de España), especialmente hacia el sur y el oeste del archipiélago.

Este espacio coincide, en gran parte, con la denominada Ruta Canaria que han tomado miles de inmigrantes desde agosto del año pasado y que comienza en distintos puntos de la costa oeste africana, como el más cercano (Tarfaya, Marruecos) a 100 kilómetros de Fuerteventura.

El repunte de inmigrantes que asumen este trayecto ya es un hecho: 357 personas muertas desde agosto del año pasado, según datos de la Organización de Naciones Unidas para las Migraciones (OIM). Y 3.531 personas han llegado al archipiélago en lo que va de 2020, cinco veces más que en el mismo periodo del 2019, según recoge el Ministerio del Interior.

Ante esto, Septién se muestra tajante: “Solo cabe estar preparados. No hay una ruta peor que otra. Todas son peores”. Las embarcaciones oscilan entre las lanchas neumáticas para unas 30 personas y los cayucos que pueden albergar a 60 o más. Ninguna cumple con la normativa de seguridad y, además, se lanzan al agua sobrecargadas con gente que, en general, desconoce los principios básicos de supervivencia en alta mar. Zarpan bajo unas condiciones meteorológicas concretas, incluso buenas, pero durante las travesías (que pueden durar días) el tiempo siempre cambia, y los vientos y las corrientes marinas nunca cesan, advierte Septién.

Los migrantes permanecen todo ese tiempo inmovilizados dentro de las embarcaciones. Sin agua ni alimentos. Sin espacio propio para orinar o defecar, entumecidos, a la intemperie día y noche, mientras reciben golpes de agua y padecen la erosión del salitre entre garrafas de gasolina. Llegan especialmente agotados, en unas condiciones físicas exigidas hasta el límite. En ocasiones, la permanente exposición al salitre cubre hasta sus pestañas y blanquea sus labios. “Son tantas cosas...”, suspira Septién. Aún guarda imágenes similares de la gran crisis de los cayucos, finalizada en el 2008. “Imagínate eso..”.

Una gran diferencia que observan desde Salvamento Marítimo con respecto a esa época pasada es que están llegando más mujeres (también embarazadas), y más niños y niñas: ciudadanos jóvenes, en definitiva.

Avistamiento y rescate

Lo normal es que se notifique una embarcación mediante el radar, pero también se puede hacer por el aviso de cualquier buque mercante que se los encuentre, ya sea de las ONG o del propio Centro Regional de Coordinación en Canarias, gestionado por la Guardia Civil. En ocasiones, reciben la llamada de familiares o amigos de inmigrantes que aguardan en tierras africanas, pero muchas veces ni saben de dónde partieron ni cuántos acompañan a su ser querido.

A veces, esos familiares facilitan a Salvamento el número del teléfono que llevan a bordo. Pero otra de las peculiaridades de la denominada “Ruta Canaria” es que carece de cobertura móvil, lo que impide cualquier tipo de comunicación con la tripulación de la patera. “Las calmas”, es decir, el tiempo predominante durante los cambios de estación, ayudan a localizar y a rescatar las embarcaciones porque, entre otras razones, se evitan los falsos ecos que producen las olas y la mar embiste menos. Sin embargo, aunque parezca una obviedad, el océano es enorme, y avistar un elemento en él, por grande que parezca, siempre resulta complicado, lamenta Septién.

“Cuando tenemos esa primera noticia se establece el mecanismo de coordinación con el resto de instituciones y se evalúa el medio óptimo para localizarlos y rescatarlos, dependiendo de la distancia y de los medios, tanto de superficie, como aéreos o mercantes o buques de la zona: cualquier tipo de embarcación que pueda avisar. Y se advierte también a los navegantes, para que estén al tanto”, explica.

La maniobra de rescate presenta el mayor peligro para todos. Los inmigrantes, probablemente desnutridos y deshidratados, se lanzan hacia la primera muestra de salvación, y entonces solo los “nervios de acero” y la “gran profesionalidad” de los tripulantes de salvamento pueden evitar que la patera vuelque. De hacerlo, ellos mueren. Y entra en escena “el momento crítico”: un mar siempre en movimiento, la desesperación de los inmigrantes, quizá también la oscuridad de la noche... “La cuestión es controlar ese punto álgido de peligrosidad. La capacidad de la tripulación para mantener el temple. Su pericia”, halaga Septién.

Un bebé a bordo

Una mujer incluso dio a luz dentro de una embarcación que arribó a Fuerteventura este mismo año, en pleno confinamiento por pandemia. Los tripulantes se percataron de que el bebé aún permanecía atado a su madre por el cordón umbilical, cuando ya la operación había finalizado y los náufragos descansaban a bordo de la Salvamar Mízar. Septién remarca que este hecho demuestra la “atención” y la “preocupación” de quienes socorren a los inmigrantes, porque percatarse de semejante detalle en aquellas condiciones no era fácil.

“Te lo cuenta el patrón y se te ponen los pelos de punta. Llamas inmediatamente para que te den pautas, ¿qué haces? Aunque tengas el apoyo telefónico de los servicios de salud, hay que estar ahí... Y atender a esa mujer. Esto no se estudia en ningún lado”, retala la jefa de coordinación de Salvamento.

El bebé sobrevivió. Hasta entonces, se han actualizado poco a poco las horas: se estima que a cierta hora estarán a la altura de la patera, se estima la hora del rescate o la hora de llegada al puerto: “Todo se va hilando”, ilustra Septién. Ya en tierra, el personal de Cruz Roja suele ser el primero en organizar el hospital de campaña, entre otros asuntos, pero todos los involucrados se coordinan: los técnicos del Servicio Canario de Salud (SCS), la policía portuaria o de frontera, los guardias civiles... “Ahí estamos todos”, concluye, como si hablara de una familia.

La covid-19 se vive con “preocupación y ocupación”, resume Septién. Los rescatadores van equipados contra el SARS-CoV-2 y saben cómo utilizar sus protecciones, aunque la situación sea complicada. Además, se trabaja codo a codo con el SCS. Esto facilita que se active de inmediato el protocolo si un inmigrante da positivo por coronavirus. Se llama a la unidad o a cada tripulante en particular, y se realizan todas las pruebas pertinentes. No ha habido hasta ahora ningún contagio. 

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