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Las sustituciones de Milosevic desesperaban al Heliodoro

Milosevic entrenó al CD Tenerife a comienzos de la década de los 80 del siglo pasado.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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El entrenador yugoslavo Dragoljub Milosevic (1930-2005) mostró durante el año y medio que dirigió al Tenerife una extraña costumbre, más cercana a la superstición que a la estrategia: sustituir al jugador que se había incorporado al campo como suplente. En su primera temporada lo hizo media docena de veces: con Milardovic frente al Celta, porque el Heliodoro le abucheaba de manera cruel; con David Amaral contra el Deportivo, ante la duda de una presunta lesión; con Kiko de Diego, para perder tiempo y aguantar un pírrico 1-0 ante el Granada...

Esta maniobra no está prohibida en ninguna ley, pero genera un malestar profundo entre los jugadores porque, según los códigos del fútbol, no debe hacerse jamás. Ya se ha dicho: no está escrito, pero un entrenador debe saber que, salvo causa de fuerza mayor, no se sustituye a un jugador antes del descanso... y que tampoco se reemplaza a aquel futbolista que se ha incorporado como suplente. Milosevic no respetaba el segundo código, aunque en los casos citados podía encontrarse alguna justificación a sus decisiones. Y el futbolista cambiado al menos jugaba veinte minutos.

Además, acostumbraba a realizar estas sustituciones en el Heliodoro y, con el paso de las jornadas, se había moderado. Hasta que el 24 de febrero de 1985 llegó la visita al Bernabéu, el mayor escaparate que tenía cualquier futbolista de Segunda División. La visita al Castilla estaba marcada en rojo: era la ocasión de mostrarse en la capital de España y garantizaba amplia crónica en el 'As' y el 'Marca'. Y con foto. Aguirreoa; José Ramón, Quique Medina, Ordoki, Cundo; José Antonio, David, Toño; Lasaosa, Kilo y Milardovic fueron los elegidos para medirse al filial madridista.

El Castilla fue superior, pero el Tenerife aprovechó las acciones a balón parado. Y aunque los locales se adelantaron pronto, dos faltas laterales perfectamente sacadas por Lasaosa permitieron a Ordoki y David darle la vuelta al marcador con dos cabezazos. Y tras el empate a dos de Pardeza, fueron Milardovic y Toño (tras cabecear otra falta lateral ejecutada por Lasaosa) los que establecieron el 2-4, que ya sería definitivo, a veinte minutos del final. Mientras, Chalo y Rubén Cano calentaban ansiosos por la banda, pues el partido estaba pintado para lucirse al contragolpe.

Milosevic demoró el primer cambio hasta el minuto 88, cuando Chalo suplió a Kiko de Diego. Y, tras saludar al compañero, el canterano emprendió veloz carrera hacia el área rival, para presionar, entrar en calor, coger ritmo y ver si en ese escaparate colosal podía tener su minuto de gloria. Un minuto fue lo que le dio el técnico. En cuanto se paró el juego, mostraron los cartelones junto a la banda para hacer la segunda sustitución. Y no había dudas. Entraba el 16 por el 15. O sea: Rubén Cano por Chalo, quien permanecía atónito en el centro del campo mientras se señalaba el pecho. “¿Yo?”, “¿estás seguro?”, “¿yo?”. Pero no había dudas: era el 16 por el 15, Rubén Cano por Chalo.

¿Se moderó el técnico? Pues no. Dos semanas después, en el otro gran escaparate de la época, el Vicente Calderón, el Tenerife empató (2-2) con el Atlético Madrileño y Kiko de Diego fue el damnificado. Entró en la segunda parte... y lo cambiaron a poco del final. Las 'cosas' de Milosevic.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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