Tomadura de pelo
No basta haber sumado cuatro pírricos puntos de 24 posibles; no basta el pésimo juego que está mostrando el equipo, jornada sí, jornada también, no basta que más de 8.000 almas alcen su voz en protesta a lo que les está tocando sufrir. No, no basta. Miguel Ángel Ramírez manda, y su decisión ha sido la de ratificar a Juanito, tanto como entrenador de la UD Las Palmas como de director deportivo. Fe ciega en su proyecto.
Ya cansa ciertos discursos, al menos, esta vez, tanto el máximo mandatario como el técnico, siempre de la mano, han reconocido que el adversario fue superior. No hubo culpas para el árbitro, para las ocasiones erradas, las ausencias por lesiones, por sanciones, ni siquiera se utilizó la manida frase: “Hemos tenido mala suerte''. A veces pienso que se le toma el pelo a la afición amarilla, que ésta es incapaz de hacer una valoración objetiva de lo que ven con sus propios ojos. Una hinchada respetada en toda España, arropada por su historia, y que siempre ha presumido de ser una gran entendida de este deporte.
Ramírez siempre se ha aferrado a que la austeridad económica es la causante de la marcha deportiva de Las Palmas. No me vale. La entidad, es cierto, que ha tenido una grave problemática a causa de la escasez de cuartos, pero ese contratiempo, tal y como está el fútbol, es el pan de cada día de infinidad de clubes. Así y todo, y sin dejar de valorar el esfuerzo que ha hecho muchas personas para que se pudiera sacar la cabeza del agujero, me pregunto: ¿No es el deber del consejo de Administración el buscar recursos para la subsistencia de la Unión Deportiva? Si eso no se consigue, también es un fracaso. Y si consideran que es inviable, por lo motivos que sean, deberían dar un paso al costado, que seguro que habrá muchas personas capacitadas para enrolar a nuevos empresarios en un proyecto que parta de cero, que no siempre gire alrededor de los mismos.
La amistad entre el presidente y el entrenador es a prueba de bombas, nadie lo discute. Pero, la UD Las Palmas es de todos, y por encima de las personas está la entidad. Por norma, aunque algunos se hayan saltado a la torera esta máxima, siempre ha sido así. Uno se queda de piedra al oír las declaraciones de Miguel Ángel Ramírez tras la conclusión del encuentro del sábado. Dijo que entendía el enfado de los seguidores amarillos y lanzó una frase lapidaria: “Lo que la afición diga, nosotros tenemos que respetarlo”. Pero, acto seguido, el dirigente se apresuró a ratificar al preparador tinerfeño, en una defensa a ultranza de su leal. Entonces, ¿qué respeto se está mostrando al veredicto de la parroquia amarilla? ¿Es éste un club de todos, o tan sólo de unos pocos? Quizás, “los que vengan a pitar, mejor se quedan en casa”. Pues va a ser que no.
Para el partido ante el Sevilla Atlético, mi compañero Julio Cruz y un servidor, decidimos sentarnos en la grada, lejos de las frías cabinas de la prensa. Ambos coincidimos en lo mismo, nos apetecía “oler fútbol”, y el mejor sitio para ello es entre el respetable. Las interpretaciones que se hacían a nuestro alrededor eran de todo tipo. Las habían optimistas, y otras no tanto, pero con el transcurrir de los minutos todo se volvió gris. Un ambiente espeso.
Sentí vergüenza de ver a mi lado a gente con la cara desencajada por lo que estaba sucediendo en la Grada Naciente. Insultos, lanzamientos de objetos, conatos de cargas policiales... Un nuevo episodio de violencia que parece no tener freno. Si ya la temporada pasada hubo multitud de actos vandálicos, ya sea lanzamientos de botellas, bengalas, petardos, etcétera, en la presente parece que la dinámica será la misma. Por mucho que se denuncie, el Consejo de Administración parece no tener la solución para acabar con estas fechorías, o quizás ni siquiera se moleste en buscarla. Una parte de mí quería que el colegiado registrase los hechos en el acta, que fuera la gota que colmara el vaso y que Competición actuara con el cierre del Estadio de Gran Canaria, algo de lo que ya está apercibido el club amarillo. Finalmente, el trencilla ninguneó lo sucedido.
Pero, hubo más cosas que me pusieron de mala uva. Tras el gol del filial, Julio y yo lo comentábamos al observar a quienes nos rodeaban: “¿Has visto su cara?”. Me incomodaba ver en mucha gente reflejada la angustia. Cada uno le da importancia a las cosas como considere oportuno, pero reconozco que me afectó. Un señor mayor que abandonaba el recinto porque los nervios le podían jugar una mala pasada, o una mujer, de mediana edad, incapaz de mirar al frente, cabizbaja, se retiraba en silencio, escaleras arriba, hacia la salida. Aún faltaban más de diez minutos para la finalización del choque. Todo ello refrenda por qué cada vez está más desierto el Estadio de Gran Canaria, el porqué asistir a lo que se presume que es un espectáculo se convierte en motivo de decepción y pesadumbre. Y ya se repite mucho la historia.