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Más allá del sol

Teo Mesa

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Más allá del sol: la noche de los tiempos. Antes, después y siempre de los independentismos se encuentra el ensueño de una quimera. El ser humano, categóricamente, es el más inteligente de los seres vivos creados por la naturaleza. No así su comportamiento ante la vida denota esa sublime razón. Este homo sapiens quiere relegar la incuestionable verdad de que su existencia es absolutamente efímera. Es nada, en el inexistente tiempo en la inmensidad del infinito e inabarcable espacio celeste.

El ser humano se empecina en hacer de su vida eterna. Su tiempo vivencial desea físicamente prolongarlo, obviando la finitud de la materia viva, y de todo lo existente en la naturaleza. Una vida de la que se obstina en olvidar que tiene un fin próximo. Y precisamente, ese es el fundamento esencial y primario del ser humano: saber en verdadera conciencia, que la vida es un trasiego hasta su transir. Y durante toda esa travesía vital, debe autocomplacerse con los bienes de la propia existencia y de los dones que la naturaleza le brinda. En definitiva: buscar la felicidad como logro inmediato y permanente.

La felicidad a la que supuestamente está predestinado el hombre, la cual es el objeto primordial de la existencia sobre la tierra, no se encuentra en los separatismos, independentismos, luchas fratricidas ni belicismos mortales, en los que se dilapidan todas las razones en disputas bizantinas que a nada llevan. Al final, todos pierden en estas bárbaras confrontaciones, aunque sean dialécticas o de total contienda física.

De nada vale los pensamientos megalómanos del ‘nadie como yo o como mi pueblo’, ni del color de la piel, ni la ‘sangre azul’ ni roja, ni el creerse más ni mejor, por haber nacido un determinado rincón del planeta. Todos somos iguales en los comportamientos primarios, como animales de intelecto (¿?) que somos. En ejemplo diario: las necesidades fisiológicas (en todas partes del mundo los retretes huelen igual: a excresencias humanas). Éstas no distinguen al sujeto excretor.

Las líneas fronterizas con las que se pretende aislar aún más a la sufrida población con secesionismos ultrajantes (que ya bastante tiene con subsistir a la vorágine que nos invade, en uno y otro sentido), no es más que aherrojar y poner más barreras a la dura existencia de todos en el subsistir cotidiano. Es acotar más la libertad de los individuos. La libertad es el don más preciado, después de las primarias necesidades alimentarias de los humanos. Así lo escribe el poeta Publio Ovidio: “Donde mora la libertad, allí está mi patria”.

Produce grima el empecinamiento de los dirigentes políticos y gran parte de la población catalana (y de otros pueblos de esta nación que nos une, llamada España, y Europa, con todas sus virtudes y defectos), por funden con falaces mantras por obtener una soberanía o independencia de la común unidad española, que hasta ahora tenemos. No es precisamente ésta, una manifestación del que suscribe, alguien que profesa un pensamiento conservador o tradicionalista, ni mucho menos nacionalista español, ni de ninguna facción del solar hispano. Se corresponde con el sino universalista que me atrapa.

La burguesía catalana desde su intrahistoria en el siglo XIX, siempre ha buscado sus propios y avaros intereses, en nombre o en amenazante excusa, del catalanismo cismático con todo el resto del Estado. Ante esas torturantes reivindicaciones, allí estaba el Gobierno de turno de la época, para contentar y mimar a esa clase acomodada, invariablemente insatisfecha y egoísta, en los réditos de sus pingües negocios, para engordar sus propias cuentas corrientes. Y en la actualidad, desde la dictadura franquista, bien que se les alegró la cartera a las exigentes oligarquías catalanas —como también a la vasca—, para que no gruñeran con sus absolutismos separatistas.

Los trabajadores de la empobrecida España de las décadas de la mistad de la centuria pasada, no tuvo otro remedio que ir a trabajar a las regiones más ricas de la España de la dictadura: Cataluña y Euskadi. Desde Andalucía, Extremadura y Aragón —regiones más abandonadas económicamente—, se trasladaron a Cataluña estos inmigrantes en busca de pan, por los servicios prestados. Allí llegaron los charnegos para contribuir al enriquecimiento de la burguesía catalana, a la cual se hacía llegar una buena parte de las inversiones, aunque no boyantes, por las carencias de la época. Por lo que la riqueza de aquella región, fue por el rendimiento y la aportación bracera de los trabajadores de la España rústica y depauperada.

En la actualidad, desde la transición con la firma de la Carta Magna en 1978 (o ‘transacción’ como la definen atinadamente algunos), los privilegios y prebendas a las burguesías catalanas y vascas han continuado en sus demandas ‘históricas’. Lo peor es que a esta clase propietaria y patrona de las empresas y de los empleos, se la ha unido la clase contrapuesta: los ultranacionalistas de la clase trabajadora catalana, pertenecientes a una grey, que más tenía que velar por los perdidos derechos sociales del bienestar comunitario, equitativo y universal, para todos los ciudadanos, que pugnar por banderas y símbolos y arrogancias, que distintas creen como únicos, a todas las existentes sobre el planeta. Un simple y pasajero delirio racial. Pecan asimismo, con el síndrome de la xenofobia hacia todo lo español.

Las nefastas políticas efectuadas por el Gobierno autonómico catalán, con la merma cualitativa de bienes y derechos sociales en general: educación, trabajo, sanidad, etc., han sido hurtados y suplidos por soflamas de maquiavélicas ensoñaciones nacionalistas, hacia una población cloroformizada. Es preocupante el anestesiado psíquico que ha realizado a una gran parte de la población por el nacionalismo trasnochado efectuado. Esquivan así su pésimo gobierno en épocas de restricciones económicas nacionales y mundiales. Y lo peor: distraer a los ciudadanos de la mugre emponzoñada, con la vergonzante corrupción por la vetusta burguesía y políticos amorales, practicada durante años.

Tergiversar la historia a favor la ralea catalana ha sido una más, de las malas prácticas de los reinventores de la fábula catalana a gusto y provecho. El objetivo: hacerlo diferente, único y con pedigrí nacional propio, al resto de la nación española de la que se ha servido el rancio capitalismo catalán para atesorar todos los privilegios en su territorio.

La unidad de todos los pueblos es la mejor defensa para escudarse enérgicamente ante todos los embates allende y aquende. La usura que se pretende con el separatismo, es contraria a la solidaridad que se practica entre las comunidades españolas. La balanza comercial siempre está a su favor. Hechos dolorosos y veraces los tenemos recientemente en los Balcanes (antigua Yugoslavia), en la que las separaciones territoriales han llevado a esas diminutas e indefensas naciones a la cuasi miseria humana y económica —además del atroz belicismo homicida de lesa humanidad a que fueron sometidas—.

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