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Más allá de la UD
Dicen que un día de estos Paulino se reunirá con Miguel Angel Ramírez para hablar de un asunto que trasciende lo deportivo y apunta a aspectos sobre los que algo se ha dicho ya, aunque sin insistir demasiado. Me refiero a cuanto tiene de bananero que el Gobierno se niegue a abonar lo que no es una simple subvención más o menos graciable sino todo un contrato que obliga a las partes hasta el extremo de derivarse consecuencias jurídicas de su incumplimiento. En este punto, es posible que Inés Rojas, la consejera responsable inmediata de la situación, no advierta la diferencia y para ella el contrato sea una subvención encubierta más, entre tantas. La fuerza de la costumbre.
Quiero decir que, sea o no subvención encubierta, lo determinante es que se le dio forma de contrato y que su incumplimiento introduce un factor de inseguridad jurídica, pues equivale a decir que el Gobierno puede, en cualquier momento, convertir unilateralmente en papel mojado un acuerdo firmado. Es verdad que el recurso a los tribunales siempre estará ahí y que lo probable es que pierda el supuesto pleito el Gobierno con el coste añadido de su propio desprestigio y sin que la sentencia baste para resarcir al perjudicado de los daños provocados. En este caso concreto, tengo entendido que el contrato con el Gobierno le sirvió a la UD de aval para un crédito concedido por la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) que habrá de añadir a sus tribulaciones el riesgo cierto de haber dado por buena garantía un compromiso de pago del Gobierno canario.
Nadie puede extrañarse de que, con estos y otros numeritos, entre los que figuran las piruetas de Soria, Canarias esté perdiendo peso en el marco del Estado de las Autonomías y que sus reivindicaciones suenen cada vez más a cosa manida, tan repetitivas que confirman la tesis de que la vida no hace sino dar vueltas sobre lo mismo, que para las islas es su misma impotencia. No solo no contamos con la organización político-administrativa adecuada a nuestra realidad física y geopolítica sino que de esa falta de acomodo resulta una clase política a la que se le va todo en salvas que son, cada vez más, simples tiros de gofio.
Lo que ocurre con la UD rebasa, a poco que nos paremos a pensarlo, el ámbito de la pura futbolería y adquiere dimensiones de indicio, otro más, de tantas cosas: si el Gobierno es incapaz de diferenciar una subvención graciable de un contrato, no puede esperarse, por ejemplo, que coja por los cuernos el toro de la autonomía que necesitamos, no sé si me entienden.
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