La portada de mañana
Acceder
Feijóo se alinea con la ultra Meloni y su discurso de la inmigración como problema
Israel anuncia una “nueva fase” de la guerra en Líbano y crece el temor a una escalada
Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Barennie Moon en Las Palmas, Beethoven Quinta Sinfonía, el Destino y la Revolución

1

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria este 31 de Julio de 2021 llenó con sus compases la 37 edición del Festival Internacional de Música de Canarias. En el Programa de la presentación se habla de “alegoría para estos tiempos al incluir Divertimento en Re de Mozart y Tres Equali para cuatro trombones de Beethoven, culminando en la inefable Sinfonía n.º 5 llamada del Destino.

Curiosamente parece que aquí un incierto y desconocido destino ha echado los dados del juego musical de manera que, debido un accidente doméstico, Karel Mark Chichon, director de la Orquesta canaria, no pudo dirigir. En su lugar se encomendó la dirección a la concertino invitada Barennie Moon.

Hay culturas y religiones que creen en el destino como poder sobrenatural, inevitable e ineludible, que domina la vida humana y la conduce a un fin no elegido, sino impuesto de forma fatal y necesaria. Es todo lo opuesto a la interpretación de la libre elección de cierta tradición judeo-cristiana, no el calvinismo aferrado a una inamovible predestinación. Yo no creo en la predestinación ni que todo esté ya escrito y no sea ni corregible ni se pueda borrar de ese libro inalcanzable y sobrenatural.

En cualquier caso, para mí y para el público asistente ha sido un placer y una suerte haber podido asistir a una interpretación y dirección fuera de serie que levantó al publico en aplausos y gritos de bravo, bravísimo, por el trabajo entusiasta y entusiasmante de la violinista Barennie Moon.

The Moon that Embraces the Sun. Cuando la Luna besa el Sol. Barennie Moon y la 5a Sinfonía de Beethoven

“Wenn ich spiele, dann mit all meiner Liebe”, dijo la violinista Barennie Moon de la WDR Sinfonieorchester. En esa misma entrevista en la cadena de televisión alemana WDR, Barennie Moon decía que cuando tocaba el violín se olvidaba de todo, se sentía como en el paraíso. Y recordaba ese día del pasado 2019 cuando de pequeña en las clase de aprendizaje el único instrumento que no necesitaba repetir era el violín y sus profesores estaban satisfechos del sonido. Era como si ella y el instrumento musical fueran una unidad indisoluble. Después de abandonar su natal Corea estuvo en EE.UU y en Europa perfeccionando su técnica y sus estudios.

Cuando Barennie Moon toca el violín lo hace con toda su alma, con todo su amor, con todos sus órganos. Y esa pasión, esa amorosa identificación con la música es lo que se ha podido ver y sentir en el concierto de este fin de Semana en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria.

Las cuatro notas Ta-ta-ta-taaa (Sol-sol-sol-miii) que marcan la Sinfonía e hipnotizan al público son irreemplazables. En código Morse en la 2a Guerra Mundial cobraron un nuevo sentido frente al nazismo, los tres valores cortos más el largo significaban la V de Victoria. Y en aquella Guerra, el mal parecía representado por el siniestro y criminal EJE del imperialismo nazi-fascista, y el bien (o lo menos malo y más democrático) estaba representado por los Aliados.

Y en el Auditorio Alfredo Kraus hemos podido presenciar una nueva victoria, esta vez pacífica y musical a cargo de una increíble violinista y una magnífica orquesta. (Para mí fue un momento especialmente emocionante cuando a la tercera vez de volver a salir a recoger los entusiasmados aplausos, la violinista y directora abandona la tribuna dejando a toda la orquesta en pie como diciendo “ellos son los merecedores del aplauso” y cuando entra de nuevo toda la orquesta al unísono se sienta y se niega a obedecer el requerimiento de la Moon en un claro y mudo mensaje: (Estos aplausos son para ti, te los mereces). Lo cual redobló el aplauso del público. Los gritos de bravo se multiplicaron. Es uno de esos momentos en que el arte merece ser vivido y donde el compañerismo y la lealtad se juntan al reconocimiento del valor y la capacidad de los otros.

Algo sobre Beethoven y la Quinta Sinfonía

La Sinfonía № 5 en do menor Opus 67 de Ludwig van Beethoven fue compuesta entre 1804 y 1808. Desde su estreno en el Theater an der Wien de Viena el 22 de diciembre de 1808, dirigida por el compositor, la obra adquirió un notorio prestigio, que aún continúa en la actualidad. De hecho, se trata de una de las composiciones más populares y conocidas de la música clásica, y una de las más interpretadas del autor junto con la sonata Claro de luna y su obra de piano Para Elisa. También es conocida como La Quinta de Beethoven, la Sinfonía del Destino y La Llamada del Destino.

Tiene la forma usual de la sinfonía clásica, en cuatro movimientos: empieza con un allegro de sonata, continúa con un andante y finaliza con un scherzo ininterrumpido, que comprende las dos últimas partes.

La Quinta Sinfonía destaca notablemente por el tiempo que demoró su composición. Según muchos estudios sobre el tema, Beethoven en obras anteriores suyas emplea el famoso motivo rítmico con que comienza la sinfonía, y presenta una particular inclinación por las posibilidades dramáticas de la tonalidad de do menor. Composiciones en donde aparece ya el motivo son: el Concierto para piano nº1 (1797), en la Sonata para piano Op. 10 Nº 3, en el Concierto para piano nº 3 en do menor (1802), la Sonata Appassionata, los cuartetos de cuerdas «Rasumovsky» del Op. 59.

En un apunte de 1803 se encuentra un anticipo del scherzo, termina la Segunda Sinfonía. Beethoven dejó madurar su concepción de la sinfonía, interrumpiéndola por la composición de otras obras. Hacia 1804 se dispuso con mayor intensidad a terminarla; los apuntes más importantes de esta sinfonía se encuentran en un cuaderno de apuntes junto con los del Concierto para piano nº 4. La preparación final de la Quinta Sinfonía ocurrió entre 1807 y 1808, y fue realizada paralelamente a la de la Sexta Sinfonía, la conocida Pastoral, hecho que sorprende pues se trata de dos sinfonías muy diferentes.

Cuando Beethoven compuso la Quinta Sinfonía ya estaba llegando a los 40 años, su vida personal estaba bajo la angustia producida por su creciente sordera; pese a lo cual o quizás por ello en un esfuerzo desesperado y sobrehumano, había desencadenado un proceso de furia creativa. En su cabeza parecía reflejarse una Europa marcada decisivamente por la Revolución Francesa primero, después por los ataques monárquicos reaccionarios tratando de aplastar el republicanismo que seguía el ejemplo francés y que se despertaba en las capas populares de toda la Europa, sometida a las dictaduras aristocráticas medievales, luego las guerras napoleónicas, la agitación política en Austria y la ocupación de Viena por las tropas de Napoleón en 1805.

Con Beethoven, la música sale de los salones aristocráticos y se torna algo decididamente público, que exige grandes espacios y mayores formatos orquestales. Superando la formación clásica heredada del siglo XVIII, sus sinfonías, cada una con su propia personalidad, suponen el nacimiento de la formación orquestal moderna –que llega hasta nuestros días–, y la consagración del protagonismo, liderazgo y –para algunos– la tiranía del director de orquesta, como señaló Richard Wagner, pero que como señalamos en el caso de Barennie Moon la tiranía desaparece tornándose cooperación armónica.

Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en la ciudad de Bonn, al oeste de Alemania. Allí, durante sus primeros años de vida, recibió una permanente instrucción musical por parte de un padre obsesionado en convertirle en el nuevo Mozart. El pasado 2020 se cumplieron 250 años de su nacimiento.

La exigencia paterna que le obligaba a pasar noches ensayando al piano le convirtieron en introvertido y medroso. En cualquier caso, la realidad es que con tan solo siete años, Beethoven ya era capaz de dar recitales de piano que dejaban al público boquiabierto; entre ellos, al mismísimo Christian Gottlob Neefe, que quedó tan impresionado con la habilidad del pequeño Beethoven, que se interesó en guiar, enriquecer y perfeccionar su formación. Así, a los 10 años abandonó la escuela para dedicarse enteramente a la música y a los 16, unos mecenas de la nobleza de Bonn le financiaron un viaje a Viena para aprender de los mejores, entre ellos, del mismísimo Mozart; pero al poco de llegar a la capital de la música, su madre cayó gravemente enferma y tuvo que regresar a Bonn.

Dice la tradición musical oral que Beethoven tuvo la oportunidad de tocar el piano en un recital en el que Mozart estaba presente y lo dejó tan fascinado que llegaría a decir: “Este joven hará hablar al mundo”.

Tras la muerte de la madre, su padre cayó en una profunda depresión que obligó a Beethoven a hacerse cargo de sus hermanos pequeños tocando la viola y dando clases de piano. Por suerte para él, no tuvo que alargar este tipo de trabajos por mucho tiempo, pues su extraordinario talento cada vez era más conocido y varios mecenas interesados financiaron su completa dedicación a la música. Pasó más de 10 años en Viena como un músico económicamente independiente hasta que, pasados los 30, empezara a experimentar serios problemas auditivos. Beethoven probó diferentes procedimientos para curar su eminente sordera, pero nada funcionó. Tal fue su impotencia, que valoró el suicidio, pero sabía que aún tenía todavía mucha música que regalar al mundo y siguió componiendo hasta su muerte a los 56 años, dejándonos un legado musical de nueve sinfonías, 32 sonatas, dos misas y una ópera que le consagran como uno de los mejores músicos de todos los tiempos.

Paralelamente el mundo sufría grandes transformaciones.

La Revolución francesa Révolution française) fue un conflicto social, político y económico, con diversos periodos de violencia, que acabó con la monarquía y la creencia en un rey que manda por la gracia de Dios. Los otros monarcas europeos y sus aristocracias se sintieron amenazados y emprendieron guerras contra la Francia republicana y también algunas reformas, pero al final desapareció lo que se llamaba el Antiguo Régimen. Se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en 1799.

En cualquier caso, la revolución marcó el final definitivo del feudalismo y del absolutismo en el país, y dio a luz a un nuevo régimen donde la burguesía como clase ascendente, apoyada en ocasiones por las masas populares, se convirtió en la fuerza política dominante en el país. La revolución socavó las bases del sistema monárquico como tal, más allá de sus estertores, en la medida en que lo derrocó con un discurso e iniciativas capaces de volverlo ilegítimo a los ojos de las masas populares.

Según la historiografía clásica, la Revolución francesa marca el inicio de la Edad Contemporánea al sentar las bases de la democracia moderna, lo que la sitúa en el centro del siglo XIX y del XX. Abrió nuevos horizontes políticos basados en el principio de la soberanía popular, que será el motor de las revoluciones de 1830, de 1848 y de 1871.

Bajo sus efectos ideológicos se movían amplios círculos sociales en toda Europa e influyeron a todas luces la propia música de Beethoven. 

En un ensayo titulado La música instrumental de Beethoven, escrito en 1813, E.T.A. Hoffmann recalcó la importancia de la Quinta Sinfonía:

¿Puede haber alguna obra de Beethoven que confirme todo esto a un mayor grado que su indescriptiblemente profunda y magnífica sinfonía en do menor? ¡Cómo esta maravillosa composición, en un clímax que sube sin cesar, lleva al oyente imperiosamente para entrar en el mundo de los espíritus infinitos! No hay duda de que todo se precipita como una ingeniosa rapsodia según muchos, pero el alma de cada oyente reflexivo seguramente fue conmovida, y muy íntimamente, por un sentimiento que no es otro que el anhelo portentoso indecible, y hasta el acorde final - de hecho, incluso en el momento que le sigue- que será incapaz de salir de ese mundo espiritual maravilloso, donde el dolor y la alegría lo abrazan en forma de sonido. La estructura interna de los movimientos, su ejecución, su instrumentación, la forma en que se suceden uno y otro - todo lo que entre los temas genera la unidad, que solo tiene el poder para mantener al oyente firmemente en un estado de ánimo interior. Esta relación es a veces clara para el oyente cuando escucha en la conexión de dos movimientos o descubre el bajo fundamental en común, una relación más profunda que de no revelarse de este modo habla en otras ocasiones sólo de mente a mente, y es precisamente esta relación la que imperiosamente proclama la libre posesión de un genio del maestro.

Beethoven compuso nueve sinfonías a lo largo de su trayectoria musical. Entre ellas destaca la Novena sinfonía, en re menor (cuyo cuarto movimiento está basado en la ODA a la ALEGRÍA, escrita por Friedrich von Schiller en 1785).

En 1803, Beethoven, uno de los genios indiscutibles de la música clásica, quiso componer una obra que reflejara toda la grandeza de la época que estaba viviendo. Había pensado dedicarla al hombre más famoso en esos años, Napoleón Bonaparte, pero al final la llamó Sinfonía heroica, cuando Bonaparte de general libertador se transformó en dictador y se coronó Emperador.

Los acordes secos como golpes de cañón. A continuación, una melodía se desliza por los violonchelos, noble y cálida, y se traslada luego a trompas y clarinetes en un crescendo de intensidad que finalmente estalla majestuoso en toda la orquesta. Así empieza la Sinfonía nº 3 de Beethoven. La tradición relata que el compositor la escribió en Viena en 1803 y que en un primer momento la tituló Sinfonía Bonaparte. Para entonces, Napoleón acababa de iniciar la guerra contra las potencias del Antiguo Régimen que asolaría Europa durante más de un decenio, pero para Beethoven aquel general extranjero era en aquellos días más un liberador que un invasor, ya que estaba limpiando de antigüedades opresoras y despreciables los países por los que avanzaba.

En torno a 1798, Beethoven empezó a notar que estaba perdiendo el oído. Consultó a diversos médicos, el último de los cuales le aconsejó, en 1802, que se instalara durante unos meses en una tranquila localidad próxima a Viena, Heiligenstadt. Allí compuso varias obras e incluso comenzó la Tercera sinfonía. Pero en octubre comprendió que la cura no surtía efecto y que el avance de la sordera era imparable. Atormentado por un constante zumbido en los oídos y por las consecuencias profesionales y humanas del mal, escribió un conmovedor documento a modo de testamento personal. En él confesaba que había pensado en el suicidio, pero que al final decidió seguir adelante para servir al ideal de su arte.

La carta que escribió, conocida como Testamento de Heiligenstadt, fue escrita en 1803 y dice así:

“Oh, hombres, que pensáis o decís que soy malévolo, obcecado o misántrópico, qué poco me comprendéis. Desconocéis la causa secreta que me hace mostrarme como tal ante vosotros [...] desde hace seis años me he visto atacado por una seria dolencia [...]. Ah, ¿cómo podría aceptar una enfermedad en el único de los sentidos que, en mi caso, debe ser más perfecto que los otros...? Oh, no puedo hacerlo, y por ello os pido que me perdonéis cuando veis que me retiro […] qué humillación la mía cuando alguien que está junto a mí oye una flauta en la distancia y yo no oigo nada, o cuando alguien oye a un pastor cantando y de nuevo sigo sin oír nada. Incidentes como esos me llevan a la desesperación; un poco más y habría puesto fin a mi vida”.

“Sólo mi arte me ha detenido. Oh, me parecía imposible dejar este mundo antes de haber creado todo aquello que soy capaz de crear [...]. Divinidad, tú ves mi alma más recóndita, tú sabes que en ella mora el amor por la humanidad y el deseo de hacer el bien. Oh, mis semejantes, si alguna vez leéis esto, considerad la injusticia que habéis cometido conmigo [...]. Adiós, y no os olvidéis del todo de mí cuando esté muerto.” 

Pero ese estado depresivo no impidieron que siguiera su obra, que podemos considerar en tales circunstancias como titánica.

Los ideales de la Revolución Francesa y de la Ilustración eran uña y carne de la filosofía de nuestro músico y no es por casualidad que fuera su música la preferida de Hegel, Hölderlin, Schiller y Goethe. Una anécdota cuya autenticidad histórica no está asegurada al 100% muestra su menosprecio por el régimen aristocrático que desprecia el mérito individual a favor del origen de cuna aristocrática. En julio de 1812, Bettina von Amim organizó un encuentro entre nuestro compositor y Johan Wolfgang von Goethe; más tarde, la condesa publicó su correspondencia con Goethe y en una de sus cartas al conde Hermann von Pückler-Muskau relató cierto suceso que al parecer habría ocurrido en dicho balneario ese mismo verano, cuando Beethoven y Goethe se encontraron por primera vez. Ambos paseaban por la alameda del balneario y de pronto apareció frente a ellos la emperatriz Maria Luisa de Austria-Este con su familia y la corte. Goethe, al verlos, se hizo a un lado y se quitó el sombrero. En cambio, el compositor se lo caló todavía más y siguió su camino sin reducir el paso, haciendo que los nobles se hicieran a un lado para saludar. Cuando estuvieron a cierta distancia se detuvo para esperar a Goethe y decirle lo que pensaba de su comportamiento de lacayo.

El encuentro en Teplice con el paseo por la alameda del balneario puede ser real o ficticio, pero indica que se conocían las inclinaciones republicanas de Beethoven. Y esa actitud política es lo que más tarde reflejaría el pintor Carlo Rohing en su cuadro, con un ceñudo Beethoven que no se para a saludar a la nobleza.

Jan Swafford. Compositor, profesor de composición, teoría y musicología en Boston, ha escrito un libro: Beethoven: Tormento y triunfo (Barcelona, El Acantilado, 2017). Su traductor Juan Lucas dice que se trata de una apasionante biografía escrita para no-músicos en la que se hilvana el análisis de las obras de Beethoven con la vida del músico. Para un público amplio, no necesariamente para musicólogos. Vemos a Beethoven, el genio romántico, hombre atormentado y fascinante capaz de componer las piezas más sublimes, que vivió su tiempo con extraordinaria intensidad. Jan Swafford recrea de manera amena y profunda la vida del hombre, del compositor y del genio. Partiendo de la ciudad de Bonn de la Ilustración en la que Beethoven creció y se empapó del racionalismo y el antidogmatismo que darían forma a su obra posterior, hasta Viena, capital de la música europea donde el compositor culminó su carrera, acompañamos al músico en las múltiples vicisitudes de su vida: la incomprensión de la crítica, su delicada salud, sus fracasos amorosos y su irremediable sordera, que no impidieron su consagración como genio mítico. Un libro hermoso, traducido al español y convertido ya en una obra de referencia que puede ayudar a los que gustan de la música ahondar, sin caer en falsas mitologías, en el conocimiento de la obra y de la vida de uno de los genios de la Humanidad.

El conocimiento es compañero de la emoción estética si después de esta noche en el Concierto fuera de serie de nuestra Orquesta Filarmónica bajo la dirección genial de Barennie Moon que nos pareció deparar la casualidad o el Destino, sentimos la necesidad de profundizar.

síguenos en Telegram

Etiquetas
stats