Espacio de opinión de Canarias Ahora
El bareto milagroso
Estamos perdiendo el tiempo: el Gobierno debería plantearse con carácter inmediato el cese de los ministros Montoro y Guindos, fusionar ambas canonjías ministeriales y poner al frente de la economía, las finanzas y los presupuestos del país a alguien con la insuperable capacidad de doña Ludivina Villa, una anciana asturiana, propietaria de un bareto en Tuilla, pueblo de poco más de un millar de habitantes, que logró legar en herencia a su hijo minero un millón y medio de euros ganados con el sudor de su frente y el escurrir de su esponja. Si la señora no hubiera fallecido, yo propondría nombrarla directamente a ella: ¡qué asombrosa capacidad para el ahorro! ¡que manera de llevar su negocio al superavit! ¡y en un pueblito minúsculo! Pero resulta que Rajoy no puede nombrar ministra a la doña, porque la señora se murió, y dejó el fruto de sus ahorros de toda una vida al manirroto de su hijo, que se gastó una parte en pañuelos rojos tipo San Fermín, y la otra la guardó en una caja (grande) de sidra El Gaitero, bajo la cama, hasta que los enemigos de clase inventaron una administra fiscal por Internet (no va a ser Pablo Iglesias el único que maneje las redes para todo) a la que el hombre se acogió con una mano. Ahora dispone de algo menos de un kilo y medio (de euros) que ya no son están en binladens, sino en cuentas bancarias nada corrientes.
La historia del bareto familiar en el que doña Ludivina trabajó catorce horas diarias durante toda su vida para criar a cinco hijos, para progresar y sacar a sus familias de la miseria, y que acabó por servir de justificación a la acumulación de estampitas al líder histórico de SOMA-UGT, Fernández Villa; es -en realidad- la historia de un país que con la llegada de la democracia y la incorporación a Europa vivió un crecimiento económico sin precedentes, una generalización explosiva de la riqueza que disolvió todos los valores y corrompió (casi) todas las voluntades.
Pero la riqueza no es precisamente muy democrática: siempre empapa por arriba, por quienes deciden, controlan, ordenan y manipulan. A ellos la riqueza les llegó como una catarata en avalancha, al mismo tiempo que se esfumaban las viejas recetas del esfuerzo, el ahorro y la contención, para ser sustituidas por la percepción del éxito –del éxito económico, especialmente– como única vara de medir. Para los demás, la riqueza de casi cuarenta años de crecimiento ininterrumpido fue más bien una lluvia fina, persistente y muy pegajosa, que no llegó a inundarnos los bolsillos. Pero nos empañó las gafas y también la conciencia.
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