Carta para Noah
Cuánto siento, como si fuera culpa mía, Noah, que tengas que ver a tus cuatro años lo que tu tía vio con 36: que este país se tropieza con sus propios pasos, como te pasaba a ti hace poco cuando aprendiste a andar. Una no se lo espera porque parece que después de un paso viene el otro y la marcha es hacia adelante, pero puede suceder que si la marcha es colectiva tengamos que esperar los unos por los otros y esa es, seguramente, la paciencia y generosidad más grande de todas.
Nos mimaron tanto en una tremenda fantasía que aludía al fin del conflicto, aunque significara el eterno conflicto para las mayorías fuera de foco, que no nos dijeron que para sanar una herida de país tan grande como la guerra civil y el fascismo, había que pasar por momentos incómodos, conversaciones dolorosas, prescindir de algunas personas que, arrepentidas o no, simbolizaban la continuidad de una época que no debía continuar en democracia y había que limpiar a fondo en todas sus instituciones, porque un pequeño nido de araña podía tejer una tela que volviera a atrapar un día todas las libertades. Las libertades, Noah, son los pasos pacientes que damos hacia adelante en colectivo.
Y yo ahora siento que es mi culpa si después del 23 de julio, no lucen en tu barrio los colores de todos los murales que se han hecho estos años para recordarte que un mundo que condena el odio es la única garantía de que nadie, ninguno de tus amigos o amigas, sientan miedo de ser quiénes son, que es lo más valioso que nos puede pasar en esta vida, que a veces una vida no da para lograrlo y que el poeta Píndaro deseaba desde mucho antes de que nacieran todas las personas que conoces.
No quiero sentir miedo yo tampoco y pienso en todas esas mujeres que han muerto en un país en el que se dice que la violencia no tiene género. Pienso que esas mujeres asesinadas tenían también sobrinos, hijos e hijas y ya no pueden escribirles una carta. Porque no les dio tiempo, porque no llegamos a tiempo.
Siento que vivas en un país con cunetas cerradas y testimonios ahogados y que heredes lejanos los ecos de aquellas personas que murieron por la libertad y nos susurran: “por favor, un juez”, “por favor, memoria”. Siento mucho si estamos siendo pesados con referentes de lucha del siglo XX, cuando tú, Noah, en tu época y a tu alrededor tienes a los principales referentes: tus bisabuelos que siguen sonriendo después de todo lo vivido; tus padres que apuestan por tu sonrisa día a día y te cuidan; y tus compañeros y compañeras del colegio que ya son una generación mejor, seguro. Que entienden la igualdad, que quieren un planeta sano y que el odio que no existe mirando a los ojos a nadie, se traspase a una frontera.
Si tienes paciencia y no olvidas estas humildes palabras, si pones delante de un paso el otro y el otro y demuestras una ternura salvaje ante todas las ocasiones que se te presenten de demostrar amor, memoria y reparación, el odio y el miedo no tendrán nada que hacer. Se quedan sin alimento. Yo el 23 de julio y todos los días, incluso aquellos en que te quito tiempo a ti para tener paciencia con los brutos, voy a luchar por un país sin telas de araña, para que toda tu generación no tropiece. Porque esta militancia, Noah, y perdona por la referencia al siglo XX, es una militancia por la vida.
No pierdas nunca la esperanza ni la capacidad de soñar que es lo primero que atacan quienes quieren que sientas miedo y lo primero que perdemos los adultos al mirar. Asciende por encima de la provocación que te desvíe del camino para que no pueda alcanzarte y procúrate una vida digna de ser vivida para ti y los que te acompañan, que solos no podremos.
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