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La 'Coeducación Permanente no Revisable' como política de prevención

Kika Fumero

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Durante estos escasos 7 meses en el Gobierno, he sido testigo de más feminicidios de los que hubiera imaginado al tomar posesión de mi cargo; de muchas más violaciones y agresiones sexuales de las que, a priori, esperaba. Las cifras provocan mucho dolor, despiertan mucha rabia, y puedo entender que generen odio y violencia de entrada. La impotencia es lastrante en casos como estos. Con cada asesinato, cada vida truncada, cada abuso, cada agresión, cada violación… tal vez se nos pase por la cabeza la idea de salir a la calle y de enfrentarnos a esta guerra como han hecho y hacen ellos en todas las guerras: con armas y con violencia. Ante tanto dolor durante tantos siglos de historia –y aún hoy, ¡aún hoy! –, en ocasiones, tal vez, te sobrevengan las ganas de tomar la justicia por tu mano, ya que resulta sumamente difícil ver con calma cómo nos siguen asesinando.

Pero no, así no. Esta es una carrera de fondo. Y si algo agradezco al feminismo es lo grande que ha conseguido ser sin derramar una sola gota de sangre. En ocasiones también me vengo abajo, porque el dolor por el asesinato de menores y mujeres es muy grande, porque la pasividad del mundo alrededor me reduce, me deja encogida.

Desde que hice mío el feminismo como modo de vida he sentido cada muerte, cada violación, cada acto de violencia, como si de mi madre o de una gran amiga se tratara. Cada mujer maltratada vale tanto como ellas. Si no fuera así, estaría construyendo un mundo en el que la vida de mi familia (en el más amplio sentido de la palabra) valiera más que la vida del resto de familias. No hay diferencias, excepto que con mi madre o mis amigas tengo un pasado compartido y, por tanto, un vínculo personal. Pero en esta lucha, cada muerte es la muerte de una parte de ellas, de nosotras. Así lo sentimos quienes nos corre el feminismo por las venas. Por eso gritamos que si nos tocan a una nos tocan a todas. Porque realmente lo sentimos así. Y lloras porque empatizas con ese dolor nada ajeno. Porque nada humano nos es ajeno y mañana la suerte podría hacer que te tocara a ti que me estás leyendo, a ella que no nos lee porque no la dejan, o a mí. Esto es como una suerte de ruleta rusa. Y mientras, vamos cayendo.

Hasta aquí pareciera que no tengo esperanzas, que me ronda tirar la toalla. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: soy optimista y sé que ganaremos esta carrera de fondo, sé que llegaremos a la meta y que, justo en ese momento, al mirar a nuestro alrededor, no estaremos solas, sino que nos acompañarán el resto de compañeras y compañeros: llegaremos a la meta de la mano, no me cabe la más mínima duda.

Ahora bien, mientras estemos en el camino, debemos diseñar estrategias que nos permitan avanzar desde el feminismo, es decir, desde la razón y convenciendo. No podemos caer en sus mismas redes ni utilizar sus mismas armas por mucho dolor que nos cause. Ya lo decía nuestra compañera Audre Lorde: “las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Si algo sabe el patriarcado es de violencia, si respondemos con violencia estaremos jugando en su terreno y con sus mismas armas, las armas que han originado tanto sufrimiento, y habremos perdido. Y nosotras necesitamos avanzar.

El sábado pasado amanecí con la noticia de que la Fiscalía pedía prisión permanente revisable (PPR) para el acusado de asesinar a su tía el mes de febrero de 2019 en la isla de Tenerife.

“Un asesino tiene que estar dentro de la cárcel porque la víctima ya no vuelve a salir” - decía un ciudadano de Almería en la concentración homenaje al niño Gabriel.

“Esto no es una invención del PP. Esto existe en la gran mayoría de los países. No es cadena perpetua: es prisión, es permanente y es revisable. Y persigue que una persona no vuelva a cometer unos crímenes que tanto daño nos hacen a todos” – afirmó Rajoy en su día.

En el caso de Laura Luelmo, por ejemplo, yo no dejaba de hacerme la misma pregunta: ¿cómo es posible que una persona que permanece 17 años privada de libertad salga igual que como entró? ¿Qué estamos haciendo mal como sistema? Y no lo tratemos como un hecho aislado, porque no lo es. Nos guste o no, Bernardo Montoya no fue la excepción, sino que representa una generalidad a la que debemos hacer frente y atender.

Considero que estamos cavando nuestra propia tumba, que, entre la ley mordaza y la prisión permanete revisable, estamos caminando hacia una sociedad que será en sí misma una prisión permanente y no revisable. Así no se avanza. La evolución se llama democracia. Las violaciones y los homicidios son terribles, pero no podemos apoyar condenas que nos hagan retroceder en derechos humanos. Debemos apostar por medidas políticas (revisables, estas sí) que apuesten por la reinserción. La ley del Talión nos pone a la altura de criminales. Entiendo la rabia que provocan determinados crímenes, pero hagamos valer la razón, porque esto se nos está yendo de las manos. Acabaremos metiendo en prisión permanente a los más pobres y los ricos serán los únicos revisables.

Tras cada asesinato o violación de nuestros derechos humanos, nos toca recomponernos y volver a las barricadas para seguir con cabeza lúcida y centrada. Hemos de poner la razón por bandera, dejar a un lado las ansias de vendetta, las condenas a muerte, las cadenas perpetuas, las prisiones permanentes revisables y toda esa sarta de propuestas que atentan contra los derechos humanos, contra los avances conseguidos (que tantas vidas están costando). Convirtamos el odio en fuerza y utilicemos la rabia en modo positivo, que también sirve para no decaer. El machismo se vence con mucha paciencia; no se vence matando ni torturando a los agresores y asesinos, sino con políticas de reinserción y destinando recursos humanos y económicos a la educación y prevención. El machismo se vence revisando la prisión permanente que supone para muchas mujeres y menores los hogares en donde viven y el miedo a no ser creídas. Esa prisión sí ha de ser nuestra responsabilidad como Gobierno, así como la #CoeducaciónPermanenteNoRevisable como política de prevención.

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