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La complicidad del silencio

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La remisión de una carta del presidente del Cabildo de Gran Canaria al presidente de su partido y ministro del Gobierno de Mariano Rajoy, quejándose del maltrato del ministerio de Fomento a la isla, levantó ampollas. El envío de la misiva, que trasladaba el descontento de José Miguel Bravo de Laguna por el ninguneo a los vecinos de Ojos de Garza, a la carretera de La Aldea y a las renovables, puso en pie de guerra a una buena parte de PP contra el responsable del ente insular. Igualmente, hace apenas un par de meses, la presidenta del PP vasco declaraba que le llamaban la atención los silencios y la forma de actuar de Rajoy en el “caso Bárcenas”. Le acusaba de falta de transparencia y de incapacidad para reconocer errores y pedir disculpas? Lo que José María Izquierdo define como la descomunal indecencia del silencio: “Nunca, jamás, se debe permitir al gobernante el insulto del silencio. Que no dé la cara”

Pero se trata de hechos infrecuentes. Son cuestionamientos aislados. A pesar de la pérdida de militancia por parte del PP y de los malos resultados que le dan las encuestas, son muy pocos los que se atreven a alzar la voz para denunciar la corrupción, las prácticas de la trama Gürtel, la financiación ilegal del partido, el maltrato de los presupuestos a Canarias, la soberbia con la que muchos ministros ejercen el poder, las acciones de Gobierno empobrecedoras, privatizadoras y limitativas de derechos y la cesión de la soberanía del Estado a la Troika y los poderes económicos.

Se calla la militancia y se callan los cargos electos y de otro tipo, incapaces de plantar cara porque saben que la partitocracia no funciona precisamente con métodos democráticos. Son plenamente conscientes de que si se mueven no salen en la foto, ya sea en las instituciones o en los órganos del partido. Que da lo mismo el compromiso con sus electores, con la ética y con la honradez. Que por encima de todo está la obediencia ciega. Y el miedo a perder el cargo. Y es que se requiere como apunta Félix Ovejero “el coraje intelectual, entre otras cosas, para despegarse de los nuestros y decirles que por ahí no seguimos. Cesare Pavese lo decía de otra manera: Se necesitan cojones duros”.

Y se calla la ciudadanía. Incluso la que se ha quedado sin trabajo, o sin prestaciones sociales o sin futuro. Se tapa la nariz, los oídos y la boca ?frente a una minoría ruidosa- una mayoría silenciosa que el PP se arroga. Como afirmó Rajoy el año pasado, “no se ven, pero están ahí. Son los que no se manifiestan, que no abren los telediarios, que no salen en las portadas de los periódicos. Son la inmensa mayoría de los 47 millones de personas que viven en España”. Se prefiere la senda de la sociedad de la impunidad sin ofrecer una sola respuesta (Miguel Ángel Aguilar). Es la sociedad silente que, habiendo votado o no al Gobierno del PP, observa impertérrita, como se dilapidan los logros sociales conseguidos hasta ahora y que tal vez muy tarde o más nunca volveremos a alcanzar. Como asevera Raúl del Pozo, “a los españoles les gusta más despotricar en el café que participar en los motines, lo que Lope denominaba la cólera del español sentado; ahora repantigado ante la tele”. Y es que “la libertad es muy difícil. Porque es muy fácil dejarse llevar. El hombre es un animal perezoso” (Castoriadis). Lo ratifica José Antonio Marina: “la pasividad es cómoda, pero es un claro antecedente de la depresión. Creo que hemos inventado la ”depresión social confortable“. Cuidado: produce adicción”.

Aurelio Arteta, (Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente. Alianza Editorial), expone que sería oportuno indagar la cantidad e intensidad del daño ajeno que seremos capaces de contemplar hasta llegar a tomarlo como propio o como sus corresponsables. Nuestra rendición no hace sino reformar la conducta contraria. Y cita a Herman Broch que mantiene que “la indiferencia política ya es indiferencia ética y está impregnada, en definitiva, con la perversión ética”. Reyes Mate lo dice de otra manera: “que el público premie al corrupto o aplauda al mentiroso, no invita a la esperanza ni habla mucho de la salud moral de esta sociedad”.

Nos hemos acostumbrado a un indiferentismo militante que se sostiene en la omisión, en la perpetuación del ataque generalizado a todo lo que suene a política o en votar cada cuatro años, pero siempre renunciando a nuestro papel de ciudadanos. Parece que queremos dar la razón a la disidente rusa frente a Stalin Nadezhda Mandelstan: “el mal tiene gran ímpetu, mas las fuerzas del bien están inertes. Las masas no tiene espíritu de lucha y aceptarán lo que venga”. La desidia nos está robando la posibilidad de defender los logros alcanzados y la mejor democracia que anhelamos. La crisis no es un castigo divino, por eso necesariamente tenemos que saber qué está pasando, defender lo conseguido, luchar por la democracia, debatir lo que queremos, hacer partícipe al Gobierno y a las oposiciones del modelo de sociedad y de convivencia a los que aspiramos. Debemos informarnos, escuchar y hacernos oír, porque como dejó dicho Chejov, “la indiferencia equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura”.

La democracia se desmorona. Las instituciones del Estado atraviesan una peligrosa crisis. Las desigualdades son cada vez mayores y se rompe la cohesión social. La ciudadanía huye de las urnas. La plutocracia ha conseguido minar la confianza en la política. Lo resumen muy bien Baltasar Garzón: “Alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia. Vergüenza por el abandono de los principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante; mediocridad porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política y económica; y renuncia, porque todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esta situación”.

Dice el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo que “sin una crítica del conformismo general, el presente se extenderá indefinidamente y sin solución de continuidad hasta el futuro”. Sigamos entonces la consigna de Gramsci: “instrúyanse porque tendremos necesidad de toda vuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo vuestro entusiasmo: Organícense, porque tendremos necesidad de toda vuestra fuerza”. No es demasiado que nos propongamos exigir responsabilidades, transparencia, buen gobierno, separación de poderes, regeneración de la democracia y la política y tomar las riendas de nuestro futuro.

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