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Coronavirus:  ¿El 'caminar' de la 'ciudadanía cadáver'?

Sanjo Fuentes Luis

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Hace tiempo leí:

Si nada colisiona en nuestra alma, ningún templo se derrumba.

Si no hay ruinas, no hay material para edificar algo nuevo“.

Seguramente, un impacto de esta naturaleza nos dejará una profunda huella en nuestra frágil realidad construida sobre cimientos de cristal. Seguramente, cuando sintamos que este mal sueño nos ha golpeado con toda su crudeza, preferiríamos que fuera solamente eso, un sueño y nada más. Seguramente, al mirar la nostalgia de ayer, lo que estaba y se fue, lo que iba a ser y no llegó, nos deje un sabor amargo y hasta es posible que un sentimiento de culpabilidad nos invada. Entonces, el vacío se hará presente: ¿qué estábamos (estamos) haciendo?

Muchas son las heridas de este tsunami vírico. La más profunda y dolorosa: la pérdida de vidas humanas y no poder despedirnos de quienes han formado parte de las nuestras. Tan cruel que ni siquiera eso: tiempo y reposo para decirles adiós. Adiós merecido sobre todo para aquellos que vivieron tiempos de escasez y silencio obligado, para aquellas que haciendo de las penurias virtud se masajeaban el vientre para que el ruido del hambre no las delatara tras darles el pan a sus hijos.

Otra vez, la grieta se abre por la misma extremidad de este cuerpo social ya dañado. Sí, otra vez tocará repartirse las migajas que cantaba Evaristo en la Polla Records. ¡Total qué más da, ya están acostumbrados a hacerlo!, dirán algunos. Otra vez, sobre los bordes del precipicio, los buitres de la ultra gestión sobrevuelan agarrados a los fríos datos para hacernos creer que esta plaga bíblica es el castigo divino tras el festín de los pueblos del sur. Y, por esa justicia liberal, se justifican la producción de esmaltes para uñas o ceniceros para sus opulentas mesas. Claro está, son “bienes de primera necesidad”: necesidad de quienes necesitan seguir engordando sus absurdas necesidades.

Mientras la ola de la pandemia social nos inunda, una vez más la Vieja Europa se disfraza para asistir al carnaval de los intereses, aparentando joven y solidaria, justa y generosa frente al espejo de la adversidad. La máscara de la hipocresía trata de ocultar que las profundas arrugas de su envejecido rostro -egoísta y enfermo- no se deben a los rigurosos inviernos, no, sino a la verdadera edad y razón de su nacimiento: BERLÍN 1885, sobre el mantel de la geopolítica y con escuadra y cartabón, los Bárbaros del Norte discuten cómo repartirse el futuro de los pueblos del sur, mostrando su apetito más carroñero. Y ahora que las epidemias del sur cruzan el Limes romano, los tecnócratas del plasma vociferan que sus “ajustes de cuentas” son la única y profética salvación: MEDE, Rapid Financing Instrument o ESM son las “esperadas vacunas” que nos sanaran después de muertos.

Y sentados frente a la orilla de la catástrofe (o sumergidos ya en ella), se escucha cómo el lenguaje bélico se abre paso para combatir esta tormenta devastadora, atrincherando nuestra capacidad de acción como ciudadanos, como si quisieran hacernos sentir ajenos a su posible solución, más allá de nuestro cívico confinamiento. La dialéctica belicista y su puesta en escena, empuja a la ciudadanía hacia el pelotón de reclutas sin capacidad decisoria alguna. Ordenándole CUERPO a TIERRA, desechando su solidaridad y trayectoria histórica en las adversidades vividas. ¡No, ahora no!, esos andamiajes no son suficientes para ganar esta guerra, nos gritan. A la voz de mando, resucitan verdes símbolos ocultos tras los altos muros.

Entonces, frente al Apocalipsis que se avecina, ¿dejaremos que el vacío se vuelva hacer presente? Tras la pandemia vírica, ¿llegará la amnesia digital que todo lo cura?, ¿será una vez más la ciudadanía cadáver los daños colaterales de esta contienda?

Cada noche, los aplausos de los balcones rompen el silencio para homenajear a nuestr@s héroes de blanco. Cada día, y con el miedo aún tatuado en sus miradas, los manteros del Raval convierten sus tiendas en talleres para fabricar batas y mascarillas que entregan a hospitales de Barcelona. Desde sus pupitres digitales, universitarios contra la pandemia ofrecen cursos online gratuitos para alumn@s. Con la Alhambra al fondo, la asociación de patinetes de Granada recorre las calles llevando a mayores y enfermos las medicinas que tanto necesitan. En la esquina de un barrio marginal de Arrecife, una empresa familiar de tapicería reparte 300 mascarillas para que sean usadas por grupos de riesgo. Mientras, el movimiento ciudadano yo te cocino llena los fogones de sabores solidarios para los que están en la primera línea de la atención sanitaria...

Es cierto, el coronavirus corre muy rápido, pero la ciudadanía cadáver se ha puesto a caminar. Ya lo dijo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.

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