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¿Corporativismo? ¿Y militar? No, gracias
Hay muchas cosas por las que me siento orgulloso de la educación que recibí de mis padres y no hay día en el que no piense en ello. Gracias a ellos, mi mente no ha parado de crecer, de aprender y de demandarme, día tras día, el que sea capaz de vencer mis miedos personales y me enfrente al reto de evolucionar en vez de permanecer estancado y sin mayores metas.
Entre todas esas cosas que me enseñaron, hay especialmente una que, al ser varón, agradezco sobremanera , más si tengo en cuenta mis experiencias siendo miembro del sexo masculino y lo poco que tolero -más bien nada- las expresiones cargadas de testosterona y humor zafio que las acompañan. Ésta tiene que ver con la repulsión hacia cualquier forma de corporativismo ?que no lealtad hacia una persona y/o colectivo- por muy justificado que dicho corporativismo pudiera estar.
En mi experiencia, y ya llevo unos cuantos años dando tumbos por el mundo, el corporativismo es el refugio ideal para justificar los desmanes, errores garrafales y salidas de tono de todo tipo de descerebrados/ as, incapaces de asumir su responsabilidad ante la gravedad de un hecho.
Como antaño, se recurre al corporativismo a imagen y semejanza de quienes apelaban al derecho de “santuario” cuando se encontraban inmersos en un estado de indefensión y/ o persecución.
Con el paso de los años, el derecho a santuario se transformó en el derecho a recurrir al corporativismo de un gremio, sexo, ideología o estamento, logrando el mismo efecto que se obtenía con el primero de los ejemplos citados, aunque las causas que lo propiciaban estaban lejos de ser tan respetables como aquellos que sólo podían apelar al socorro de la iglesia cuando eran perseguidos.
Tipos de corporativismos hay muchos, aunque si hay uno de aborrezco hasta mis mismas entrañas, ése es el corporativismo masculino. Puede que parte de mi fobia tenga que ver con mi estancia, durante siete años, en un colegio mayor universitario, lleno de “machitos guardapolvos” felices y contentos de pensar, y perdón por lo soez de la expresión, “con el miembro viril que colgaba de entre sus piernas de simios erectos”.
Sé que pensarán que estaban en edad de comportarse así, pero muchos de los modos y las maneras que vi durante aquellos años siendo, además, de los mayores del centro, me hacía reflexionar no sólo en lo mal educados que dichos colegiales estaban, sino los problemas que le acarrearía a quien se relacionara con ellos su obtusa forma de entender la vida. Tampoco creo que les sorprenda si les digo que, para muchos de aquellos botarates, las mujeres eran solamente un trapo en el que limpiarse y/ o con quien desahogar sus más bajos instintos, sin importarles los sentimientos de las susodichas.
De remate, estaba el hecho de que todos nos encontrábamos en una institución militar, dirigida por uno de los mandos más sensatos, cabales y coherentes que he conocido en todos mis años de vida, pero militar al fin y al cabo. Y se notaba quién se había mal educado en el ambiente castrense y quién sí se había educado para vivir fuera de dicho ambiente, no solo rodeado de personas con sus mismas carencias y querencias.
Recuerdo el lamentable y rastrero comportamiento de aquella panda de descerebrados ignorantes cuando el colegio dejó de ser solo un espacio para “machos” y se convirtió en una institución mixta, tal y como deberían ser TODOS los centros de estudios. Vergüenza les debía haber dado comportarse como seres primarios ?los que comen, cagan y duermen-, motivados por unos prejuicios que harían palidecer a sus ancestros, por lo manido, caduco, rancio y anormal del tema. Sin embargo, allí estaban ellos, enarbolando la bandera de la masculinidad, a imagen, pero NO a semejanza, del gran Giuseppe Garibaldi y sin la camisa roja, no fuera que alguien pensara que eran de mentalidad progresista.
Entenderán que si aquellos? tenían esa mentalidad y sólo eran vástagos de miembros de las Fuerzas Armadas españolas, qué otro tanto harían quienes, vistiendo un uniforme que prometieron respetar y honrar, tuvieran que soportar que un compañero suyo fuera condenado por el cargo “acoso sexual” hacia una oficial ?en femenino- del ejército español.
Cito textualmente: “La sentencia, ratificada por el Tribunal Supremo, concluyó que el coronel condenado actuó ”con grave menosprecio de la condición femenina de la víctima“ y que sus actos (tocamientos, insinuaciones, amenazas, vejaciones en público) eran ”claramente atentatorias de su libertad sexual“.
Una condena como ésta no sólo atenta contra el buen funcionamiento del estamento militar y su forma de hacer las cosas- siempre bajo su torticera lógica- por lo menos contra quienes poseen ese erróneo concepto de las cosas. Es, además, una alteración del status quo y del orden establecido por quienes piensan que el lugar de una mujer está en su casa, en una oficina, o de cajera en un supermercado y no vistiendo el uniforme militar (sentencia dicha por uno de aquellos cantamañanas con los que me tocó convivir.)
Ahora, por arte de? la osada militar ha sido expedientada y ve cómo su futuro en las Fuerzas Armadas se presenta como una suerte de pesadilla continúa, merced al reguero de problemas a los que ha tenido que hacer frente una vez se hiciera pública la sentencia. Fue justo ese día cuando la oficial se convirtió en una apestada por quienes, entendiendo el corporativismo como el refugio de mediocres antes descrito, se alinearon con el infractor y no con la víctima, lógico movimiento entre quienes son incapaces de pensar con las pocas neuronas que aún les funcionan en su cerebro.
¿Y qué hizo el superior de la oficial cuando ésta denunció el acoso al que estaba siendo sometida?...NADA, porque no había NADA que castigar. ¡Válgame Dios!... ¿Qué se cree esta niñata?... ¿Denunciar a un superior? ¡Esas cosas antes no pasaban cuando sólo estábamos los hombres en el ejército!... ¡Antes los galones se respetaban y las mujeres hacían lo que los hombres querían y sin abrir la boca!... ¡Mejor que se quedaran en casa y no mancillaran el uniforme!...
Podría seguir con ese diálogo kafkiano y esperpéntico, pero me imagino que serán capaces de finalizar el monólogo de quien prefiere recurrir al corporativismo en vez de ser consecuente con su cargo, con el uniforme que llevaba, y con los galones que colgaban de su guerrera. De haberlo sido, las cosas no hubieran acabado en un tribunal, un recurso al que se llega cuando las personas son incapaces de razonar y de asumir su responsabilidad dentro de nuestra sociedad.
Además, es bochornoso y lamentable que se haga gala de un corporativismo que mancilla el buen nombre de la institución castrense y protege a quienes no merecen llevar el uniforme que llevan puesto. Por encima de cualquier otra cosa, un soldado debe ser una persona de una ética y una integridad intachable, capaz de asumir su responsabilidad, por dura y peligrosa que ésta pueda llegar a ser, y quienes le rodean deben ser mecedores del mayor de sus respetos, independientemente del sexo. No creo que un varón sea mejor que una mujer, distinto, sí, pero no mejor, ni peor y, en el peor escenario posible, me gustaría tener gente a mi alrededor en la que poder confiar, sin reparar en su físico, sexo o color de la piel. Esas majaderías las dejo para quienes tienen su mente tan trufada de prejuicios que les nubla el poco, o mucho buen juicio que puedan llegar a tener.
Otra cosa es que el mundo sea un jardín de “machos” caprichosos y consentidos por sus respectivas madres y que, llegado el momento, levanten su dedo acusador contra quienes, como la capitana que ha dado pie a esta columna, han osado atacar el “buen” funcionamiento de las cosas.
Yo, por el contrario, seguiré pensando de otra forma, teniendo arcadas cuando pienso en el comportamiento de quienes han amparado, protegido y tolerado la situación de la oficial vejada y sintiéndome orgulloso por la educación que me hace pensar de esa manera.
Ojalá más personas piensen como yo y el caso de la OFICIAL del ejército español sea sólo un borrón en nuestra sociedad, pero sé que la historia se repetirá y, después de ella, vendrán otras, víctimas de los mismos mierdas de siempre, y tan orgullosos de serlo que están ellos.
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