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Este cuento se acabó

Cristóbal D. Peñate

Somos un pueblo de súbditos, no de ciudadanos. Lo compruebo cada vez que se acerca por estas islas un miembro de la Familia Real, como ayer lo hizo la reina Letizia en el colegio San Matías de La Laguna, en Tenerife.

Ella llegó en su espléndido coche de gama alta escoltada por los cuatro costados y pasó sin pararse ante la multitud hasta que el vehículo oficial se detuvo ante las autoridades locales, que la saludaron afectuosa y vasallamente.

Era la versión moderna de la película 'Bienvenido míster Marshall' de Luis García Berlanga, donde el alcalde de un pueblecito español, encarnado en el inolvidable José Isbert, engalanaba su municipio para recibir a un alto funcionario que les iba a comunicar la visita de los representantes norteamericanos encargados del Plan Marshall, donde se ponía mucho dinero para la reconstrucción europea tras la segunda guerra mundial.

La escena de un montón de laguneros esperando a la entrada del colegio a una reina que pasó corriendo en su coche y se refugió en el set de autoridades antes de saludar a la plebe recordaba aquella película de 1953. A la salida, después de una espera de tres horas, sí se compadeció de aquella pobre gente que solo había visto a la reina en el 'Hola' y por la tele.

Se da la paradójica circunstancia de que las mujeres son las primeras aficionadas fieles de dos instituciones milenarias que sobresalen en España por su acendrado machismo: la monarquía y la Iglesia. Las mujeres son las marginadas y relegadas en estas dos entidades, pero sin embargo conforman fundamentalmente su público principal y son las que sostienen a estas rancias sociedades.

La periodista de la tele preguntaba a las mujeres que llevaban en la calle un buen rato esperando por la reina y sus respuestas eran esperpénticas y surrealistas: “la reina es muy guapa”, “le estamos muy agradecidas por haber venido aquí”, “siento una emoción muy grande que no me deja hablar” o “estoy muy orgullosa por su visita”. Ninguna de ella había hablado con la reina en su vida.

El propio director del colegio dijo que lo habían pintado para recibir a la reina, por lo que al parecer los alumnos no pintan nada, y una docente explicó que habían aleccionado a los escolares para que se comportaran con naturalidad y espontaneidad ante la monarca, lo cual es una contradicción en términos.

Finalmente la reina saludó a todos los que pudo, cogió un niño en brazos al que le estampó dos besos y rápidamente la llevaron de vuelta al aeropuerto, donde cogió un real vuelo de regreso a Madrid. Y esa, amiguitos, es la vida tan estresada de los reyes, por la que todos les estamos eternamente agradecidos.

Este cuento se acabó.

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