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Dios mediante

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Los parroquianos son los clientes de las iglesias. Sin ellos no funcionan. El Corte Inglés cerraría si se quedara sin clientes y la Iglesia quebraría si los fieles decidieran no asistir a sus actos litúrgicos, a las bodas, bautizos, entierros y a las procesiones.

En Schamann los feligreses decidieron boicotear el itinerario propuesto por el párroco, Fermín Romero, que intentó modificar el recorrido de la tradicional procesión de los Dolores. Los vecinos, como una Fuenteovejuna a la inversa, se plantaron al grito de “¡la Virgen es nuestra!”. Su actitud unitaria ha obligado al Arciprestazgo de la Diócesis a rectificar, dejando al cura con el culo al aire.

La Iglesia ha avanzado tan poco en veinte siglos por culpa, entre otras cosas, de sus feligreses. La cúpula eclesial, que tiene aún más responsabilidad, ha tenido que adaptarse a las extravagancias de su clientela, por muy ignorante que ésta fuera y por mucho que quisiera simplificar el cristianismo a la adoración de una simple talla de madera, algo que entra en el terreno de lo esotérico.

Los fieles devotos (?) acusan al párroco de apropiarse de una imagen que ellos han donado. Es como el niño gordo del colegio, dueño del balón, que se lo llevaba a su casa si no jugaba de delantero centro. La virgen, para quien la trabaja. Al final el obispo ha cedido después del motín y las pintadas amenazadoras en la fachada de la iglesia. “El obispado rectificó gracias a dios”, dijo una vecina. Pues que dios nos coja confesados.

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