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Las discutibles evaluaciones estudiantiles de PISA

Teo Mesa

Con esta denominación de PISA, que ninguna concordancia tiene con la bonita ciudad toscana de la famosa torre inclinada y otras arquitecturas góticas del tan visitado lugar turístico. Sólo responde a las siglas en inglés –¡cómo no…¡– de las iniciales de Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos. Pruebas que se realizan trianualmente a los alumnos de quince años (Bachiller y Eso en España). Y es de matiz voluntario en la decisión de cada país de someter a dichas pruebas a los jóvenes discentes.

En el reciente informe ofrecido públicamente, se actualiza la relativa mejora de los jóvenes estudiantes en la nota media global de toda España, si se compara con las anteriores pruebas y en parangón con los restantes países internaciones que acceden servicialmente a dichos exámenes. Varios de estos estados han bajado en el cómputo general y lo ha subido ligeramente España. Por esta alza en la estadística, están exultantes los responsables de Educación del Gobierno central y el propio ministro, de alharacas y tiran voladores, por los éxitos de la Lomce. A sabiendas que esta relativa valoración está realizada por el aún vigente programa de la LOE, habiendo sido los alumnos evaluados en 2015.

Para bien o para mal, estas evaluaciones son ficticias. En primer lugar porque no se puede globalizar jamás los datos estadísticos estudiantiles de ningún país con otro a nivel internacional. Cada pueblo o nación del globo tiene su idiosincrasia y su particular y muy definida cultura; y rasgos socioeconómicos, que tanto redundan en la calidad educativa. Y hay que sopesar que cada tres años los alumnos evaluados cambian, por lo que asimismo, varían estos informes, pudiendo dichos pupilos ser más inteligentes o menos diestros o más incapaces, durante esas pruebas en cada nación. Por lo que estas pruebas no aseguran la evolución o buen rendimiento de los programas aplicados en cada país. Aún siendo lo más granados de los colegios elegidos para evaluar esos datos. Los centros educativos elegidos, no todos son de las élites pedagógicas.

En las pruebas sistemáticas trianuales ¡oh paradoja¡, solo se valoran las materias de ciencias, matemáticas y lectura comprensiva. Insólito. ¿Es que la evolución o intelectualidad o preparación educacional del alumnado solo se remite a esas asignaturas? Dónde quedan los restantes méritos y dones innatos que tienen los alumnos-personas que llevan marcados en sus genes o en su nata intelectualidad, para las aptitudes en otras materias, que serán éstas las que determinarán el devenir de sus vidas. Sólo es, prácticamente ciencia, lo que se valora, no todo el programa integral educativo en todos sus temas y contenidos específicos de cada materia, ni las importantes humanidades que conforman la integridad formativa en la vida de los discentes y en su porvenir.

En los exámenes de Pisa, no se valora la destreza intelectual para otras asignaturas; ni su creatividad o talento para las artes en general; tampoco la memoria como don preciado en muchas personas; ni el carácter extrovertido o de timidez para el desarrollo de otras capacidades en sus futuras vidas laborales; ni sus aptitudes para las lenguas extrajeras. No se juzgan los imprescindibles contenidos de los programas educacionales que se deben cumplir y ser muy eficientes en la formación de los jóvenes, según el currículo de cada país; ni varios etc. Continuamos valorando aún, como antaño, las ciencias y demás derivados, como únicas materias para medir las capacidades intelectuales y desarrollos de la comunidad educativa. Los demás conocimientos no cuentan, como educar en valores éticos, de tolerancia y democráticos. ¡Qué hubiera sido de Beethoven, Picasso o cualquier otro talentoso!, por no haber sabido ciencias. Todo un esperpento.

Bien es cierto, que en todos los países las evoluciones educativas de los niños y jóvenes dependen, en gran medida, de las condiciones socioculturales y socioeconómicas. Nada tienen en símil una nación depauperada económicamente y sin arraigos culturales y académicos, que un país solvente en esos cánones sociales, tan imprescindibles para la ecuánime formación de los discípulos. Las naciones norteñas europeas han sido las de más altos datos académicos. Igualmente lo es en nuestro país. Y mucho tiene de causa-efecto el seno familiar que sea cultural y económicamente fuerte para hacer posible una eficaz y protegida educación en los niños/as y adolescentes de ese entorno. No se valora los negativos estados emocionales de los alumnos por sus condiciones económicas durante esta larga crisis, ocasionando una reiterada pobreza y miseria, las cuales inciden en su carácter y estímulos educacionales. En diferencia está la competitividad de los pudientes de los ambientes desahogados para estar al día bien atendidos en su obligatoria educación y en las últimas tendencias de tecnologías electrónicas; además, de llevar ropa de marcas.

Ese ápice de mejora anunciado, no puede ser jamás real en nuestro país, debido a los fratricidas disminuciones económicas que don Recortajoy y su gobierno pepista ha hecho en la enseñanza pública (favoreciendo descaradamente a la concertada en materia económica, para que negocie con el dinero de todos los contribuyentes). La continuada reducción de la plantilla de docentes (desde la universidad a la primaria); ni la sustitución de las vacantes por jubilación o por enfermedad de los profesores, por otros docentes que les cubran sus ausencias; el drástico receso en las becas estudiantiles; el vergonzante aumento de las ratios en las aulas para disminuir gastos; ni tampoco el incremento –todo lo contrario– en la disminución del presupuesto para la primordial enseñanza de calidad. Como asimismo, la desatención decreciente a la diversidad escolar, lo que conlleva a la alta repetición de cursos o abandono de la enseñanza. Son muchos esfuerzos los que realizan los castigados profesores, con tantos cambios y menos atenciones a su titánica docencia. Estos y muchos datos más, no son de regocijos para la prosperidad de un país. La sublime riqueza de una nación está en la formación y educación de sus habitantes. Sin más.

Los últimos datos sobre el rendimiento académico de nuestros jóvenes desde que se toman estas evaluaciones ficticias, repito, apenas han cambiado. Máxime cuando en los desastrados planes de estudios, con las disparatadas reformas, desde que llegan al poder los distintos partidos. Y lo hacen con la panacea de sus mágicas pócimas para cambiar los planes de estudios cada ocho años, aproximadamente. Craso error por parte del empecinamiento de las facciones políticas, las cuales originan un lamentable detrimento en los estudiantes y en los profesores. Los planes de estudios deben ser consensuados mediante un pacto de la enseñanza entre todos los partidos del arco parlamentario, que perdure en el tiempo, equilibrando en progresivo formulario todos los valores educativos para las niñas/os y adolescentes. Y estos planes de estudios solo deben ser revisados cada cierto tiempo para mejorar en las demandas sociales y evoluciones educativas que lo requieran. Lo demás es enredar el conocimiento razonado y de eficiencia intelectual de nuestros jóvenes.

No es noticia para la educación canaria el bajo rendimiento académico datado. Este es el pan nuestro de los que hemos pisado la docencia en las aulas. Este malogro se viene generando desde hace muchas décadas en nuestra región atlántica, por el desinterés y pésima gestión de los organismos oficiales centrales y autonómicos. Hechos que genera una apatía y abulia en los dicentes canarios. El abandono escolar o los repetidores de cursos están a la orden del día en el Archipiélago, ocupando las primeras estadísticas estatales año tras año. Este informe Pisa, demuestra que penosamente estamos al final de los réditos educacionales positivos y de aprovechamiento en el Estado español. Y la gran diferencia existente entre las comunidades norteñas y las sureñas, estriba en los entornos socioculturales y económicos que coexisten, especialmente en Canarias, en la que los estímulos y apoyos hacia los estudiantes son escasos o nulos.

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