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Duras realidades

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Se llamaban David Beriaín y Roberto Fraile. Eran dos excepcionales reporteros con una enorme experiencia en las llamadas coberturas de alto riesgo. Profesionales curtidos, que arriesgaban su vida sabiendo que si ellos no contaban esas historias, tan difíciles de conseguir, nadie más lo haría. El pasado martes supimos de su muerte, tras ser asesinados por una organización yihadista en Burkina Faso, en el Sahel. 

Beriaín y Fraile fueron emboscados por un grupo de terroristas (el acto ha sido reivindicado por el llamado JNIM, grupo que surgió de la fusión de Al Qaeda con otros grupos yihadistas en la región), que atacaron por sorpresa a la numerosa escolta que acompañaba a los periodistas y a un activista irlandés contra la caza furtiva, precisamente cuando trabajaban en un reportaje para mostrarnos la tensa lucha para evitar esas prácticas en la región.  

Vaya por delante, pues, el mayor de los abrazos para familia, amigos y compañeros de ambos periodistas y el máximo de los respetos y reconocimiento para todos los profesionales de la comunicación que, como Beriaín y Fraile, se ponen en situaciones arriesgadas para poder hacer periodismo, para contarnos historias que, cuando salen a la luz, despiertan conciencias.  

Con la muerte de estos dos periodistas, el Sahel vuelve a dar un aviso a navegantes. La región, de la que hemos hablado en otras ocasiones en artículos anteriores, no hace más que complicarse. Burkina Faso es un país que hace años presumía de ser un oasis de estabilidad (‘el país de los hombres íntegros’, un nombre que le hacía justicia a su situación) es un foco de inestabilidad que no para de dar noticias desalentadoras. La reciente muerte del presidente del Chad, Idriss Deby, ha añadido un nuevo foco de incertidumbre precisamente desde el país que mayor fortaleza militar aportaba al conjunto de países del G-5 (Mauritania, Mali, Chad, Niger y Burkina Faso).  

El Alto Representante de la Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, acaba de regresar de una gira que le ha llevado por Mauritania, Chad y Mali, con un claro mensaje que, en parte, da respuesta al ‘terremoto’ que ha causado la muerte de Deby: la implicación de Europa será total para el desarrollo (siempre esa óptica debe ser la principal, no la exclusivamente securitaria) y, junto a ella, la estabilización y pacificación del Sahel, pero los gobiernos deben dar pasos firmes en la senda de la buena gobernanza y la eliminación de la corrupción. 

No es casualidad que desde Casa África prestemos especial atención a la seguridad del Sahel. Lo hacemos a diario, a través del Dosier África, un seguimiento de la actualidad en forma de newsletter que desde esta institución se sube a nuestra web y se envía a más de 800 contactos, entre ellos nuestras Embajadas en África, periodistas especializados y africanistas, entre otros.   

Y lo haremos también en las próximas semanas, específicamente durante todo este mes de mayo, con la celebración, en el marco de nuestras jornadas de Seguridad #ÁfricaEsNoticia de cuatro webinars que, los cuatro jueves del mes, abordarán aspectos clave para la seguridad de la región del Sahel y del conjunto de África occidental: empezaremos por la piratería marítima en el Golfo de Guinea (6 de mayo), seguiremos con el terrorismo en el Sahel (13 de mayo), veremos qué está pasando en el norte de Nigeria con Boko Haram y una crisis humanitaria de grandes dimensiones (20 de mayo) y terminaremos con un evento para hablar de cambio climático y sus consecuencias en la seguridad, la seguridad alimentaria y las migraciones (27 de mayo).  

La trágica casualidad ha querido que el asesinato de estos dos excepcionales periodistas haya coincidido de nuevo con una enorme tragedia en la ruta que tantos jóvenes africanos emprenden para alcanzar las Islas Canarias en búsqueda de una vida mejor. En la tarde de este miércoles llegaba al sur de Tenerife un cayuco con los 24 cadáveres, entre ellos dos niños, de una embarcación rescatada en medio del océano, a más de 400 millas de distancia de la isla de El Hierro. Solo tres de sus ocupantes lograron resistir hasta ser rescatados... de milagro, porque nadie sabía que estaban ahí.  

No consigo ni imaginar el sufrimiento por el que pasaron las 24 personas que murieron en el cayuco... y tal y como apuntan desde la ONG Caminando Fronteras, 32 más que se consideran desaparecidas. En total, señalan que en ese cayuco partieron 57 personas. Un equipo del Servicio Aéreo de Rescate del Ejército del Aire encontró la embarcación casi de puro milagro. Llevaba más de tres semanas a la deriva.  

Vaya también por delante mi homenaje a los fallecidos y mi agradecimiento y reconocimiento a los rescatadores, que sin duda han tenido que pasar uno de los momentos más duros de su vida profesional. A ellos, y a todo el conjunto de profesionales, hombres y mujeres, que en nuestra tierra trabajan para rescatar y evitar muertes, o atender a su llegada a los seres humanos que se juegan la vida a diario, les queremos expresar nuestra valoración y respeto.  

Ante un fenómeno así, no debemos callar. Es razonable exigir que esto pare, que se articulen las medidas para que no tengamos que ser testigos de nuevas tragedias que conllevan un sufrimiento tan terrible. Una respuesta europea puede realmente aportar soluciones a corto plazo hacia la reducción de las muertes en el mar.  

No podemos demorar más la firma de un Pacto Europeo sobre el fenómeno migratorio que realmente empatice con las víctimas de todo esto, los migrantes. En Europa nos hemos dotado de un instrumento que se llama Frontex, la Agencia de Control de Fronteras, con una importante dotación económica, y que debería estar actuando ya frente a las costas africanas, estableciendo acuerdos con los países africanos para evitar la salida de cayucos y, con ello, reducir las posibilidades de que, como está ocurriendo, un porcentaje infalible de ellos acaban en tragedias como la vivida esta semana.  

Aunque no me gusta el término, hay que recordar que la ruta que persigue llegar a Canarias desde los países africanos es tremendamente mortal y peligrosa. Y debemos todos y todas tener muy claro que, lamentablemente, este no es un fenómeno puntual. La crisis que ha causado el coronavirus en los países de África Occidental está siendo de muy baja intensidad en lo sanitario pero de enorme impacto en lo económico, así que no estoy siendo alarmista si advierto que va a seguir habiendo cayucos y pateras zarpando del litoral continental en los próximos meses y, me atrevo a decir, años.  

Es necesario, pues, reforzar los medios de los que dispone la Unión Europea para evitar en origen que tantos jóvenes acaben perdiendo la vida en la travesía. No solo se trata de medidas de control y vigilancia de las costas. Es fundamental la sensibilización en origen, explicar en las escuelas, en la sociedad, con los medios de comunicación, que el riesgo de subirse al cayuco es siempre enorme. Eso sin embargo, también nos exige respuestas desde nuestro lado: debemos convertir en realidad lo que hasta hoy solo han sido palabras vacías: la creación de una verdadera política para el fomento de una migración regulada. Se acabó el tiempo de las declaraciones bonitas que oímos permanentemente: “somos partidarios de una migración legal y ordenada”. Se acabó el tiempo de la solidaridad viral, de los aspavientos y la consternación teatralizada desde las instituciones con un minuto de silencio ante cada nueva tragedia. Pasemos a la acción.  

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