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Educación vs escrache

Eduardo Serradilla

Hace unos días visité EDUCA, la feria de la educación que se celebra, anualmente, en el centro de convenciones y exposiciones de Helsinki, también conocido como Messukeskus. EDUCA reúne al quién es quién en el mundo de la formación y la educación, tanto a nivel académico –en ella se encontraban presentes las principales universidades finlandesas- así como editoriales, académicos y colectivos directamente implicados en la formación de los habitantes de este país, incluyendo la magnífica red de bibliotecas estatal, Helmet, parte esencial de la vida cotidiana de Finlandia.

EDUCA simboliza de una manera muy clara el papel que la educación ocupa en un país que tiene sus luces y sus sombras, como cualquier otro lugar del mundo, pero que, al revés de lo que ocurre en otros sitios -pongamos por caso, nuestro país- ni juega, ni comercia con la formación y el futuro de sus habitantes como sí se hace en España.

Por estas latitudes, los gobiernos no juegan al peligroso juego de cambiar los planes de estudio y/o la ley de educación completa, argumentando motivos partidistas, ideológicos o, simplemente, caprichosos, nada más llegar al poder.

En estas latitudes, los responsables del sistema educativo no pierden el tiempo en alterar la historia de una comunidad autónoma con tal de vender el mensaje político del partido gobernante en ese momento. La historia es la que es y está ahí para que aprendamos de ella, no para que la alteremos si no nos gusta.

Los sucesivos gobiernos que han manejado las riendas de este país, desde el momento en el que me vine a vivir aquí, no cambian bibliotecas por chalets o ponen en peligro cualquiera de dichas instalaciones por la chulería, la prepotencia y la majadería de quienes piensan que una “mayoría absoluta” les da patente de corso para hacer lo que les viene en gana.

La realidad es que, por mucho que los voceros y los botarates fanáticos que pululan por los medios de comunicación se empeñen en negar, este gobierno que tenemos en España ha cercenado el derecho de toda persona por tener una educación digna, amparando lo privado frente a lo público, como si con ello se lograra solucionar alguna cosa.

Me gustaría saber la cantidad de cargos electos, actualmente implicados en casos de corrupción, estudiaron en colegios privados y/o universidades privadas. Seguro que las cifras dejarían claro que el postulado de todos esos botarates engominados es, como ellos mismo argumentan, “falso de toda falsedad”.

Con la educación no se juega, o no se debería jugar, aunque, tal y como están las cosas, queda claro que las prioridades de las personas están un tanto desnortadas, al igual que sus comportamientos. De otra forma no se entiende que los ciudadanos de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, así como las fuerzas vivas de la fiesta de Don Carnal, le hayan hecho el trabajo sucio a un ayuntamiento incapaz de afrontar sus propios problemas y que, además, debe soportar las cargas heredadas de anteriores consistorios.

Me parece bien que alguien se quiera divertir, pero no a costa del descanso ajeno. Ése es un derecho que todo tenemos, por extraño que esto pueda sonar en un país que hace gala de dormir poco, tener unos horarios de trabajo que consideran marcianos en Europa y que, encima, tiene una productividad muy por debajo de la media, consecuencia lógica de un sistema caduco, nada adecuado con el siglo en el que vivimos.

Ese derecho, que tampoco se respeta en otras fiestas nacionales -las cuales pasan sobre todo aquel que no esté dispuesto a tener que soportarlas por “decreto de la mayoría”- debería estar claro en la mente de cualquier persona con algo en la cabeza, pero está claro que no es así.

De ahí que los insultos de determinados cargos electos –tan zafios, ignorantes y oportunistas como suele ser habitual en ellos- y el escrache, diríamos que teledirigido por el consistorio capitalino, detalle que seguro que rebatirán con toda la fuerza de sus cuerdas vocales, sean una consecuencia lógica ante lo desnortadas que se pueden tener las prioridades.

¿O sea que no hay que organizar ningún tipo de manifestación y/o concentración para quienes construyeron una biblioteca donde no iba, más cuando se tiene a uno de sus responsables bien cerca, pero sí para reclamar que se celebren unas fiestas que han ido perdiendo predicamento y tirón turístico por culpa de los cafres e indocumentados que se han ido apropiando de ellas?

¿Y tampoco hubo que organizar ninguna manifestación cuando otra biblioteca desapareció del proyecto original de ese adefesio, inútil e innecesario edificio Woermann, construido a la mayor gloria de la incompetencia política insular, pero sí para reclamar que se les quite la razón a unos vecinos que están cansados de no poder descansar durante cerca de un mes por culpa de la tiranía de la mayoría?

Si quienes se apuntaron al escrache tuvieran alguna perspectiva histórica se hubieran dado cuenta de que la mayoría no siempre tienen la razón y más cuando dicha “mayoría” está manipulada por intereses partidistas, ideológicos y económicos. Además, hubiese estado bien que se pensaran en hacerle el caldo a gordo a quien vende, como mayores logros, haber pintado una calle de verde yorganizar eventos varios y carreras urbanas con un presupuesto disparatado a todas luces -y sé de lo que hablo, después de más dos décadas organizando eventos de todo tipo-.

Yo puedo entender que alguien quiera divertirse y disfrutar, pero, para empezar, las fiestas de Don Carnal en Las Palmas de Gran Canaria son mucho más largas que cualquiera de las otras fiestas que se están poniendo como ejemplo. Las Fallas de Valencia duran cuatro días, aunque haya personas que se tomen la semana entera, y los Sanfermines, nueve, en pleno mes de julio. Para rematar la faena, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria no tiene ningún espacio que pueda albergar este tipo de eventos, muestra inequívoca de la incapacidad de sus mandarines para dar respuesta a las necesidades reales de la ciudad.

Sea como fuere, siento vergüenza de una ciudadanía que antepone su divertimento personal al futuro de las generaciones que tratan de labrarse un camino y de aquéllas que dentro de poco deberán tomar el relevo. Siento vergüenza de quienes les hacen el caldo gordo a una manada de mamarrachos por consideraciones políticas y/ o ideológicas, anteponiendo su interés personal frente a las necesidades del resto de la población.

Y siento vergüenza, aunque lleve años residiendo fuera de mi ciudad natal, ante la actitud desnortada de una población que no se da cuenta de hasta dónde la están manipulando los mismos que la ahogan cada día con peores sueldos, menos ayudas, más trabas administrativas y burocráticas, y que les hipotecan el futuro a sus hijos con recortes sobre recortes.

Aún así, no seré yo quien les prive de manifestarse o divertirse todo lo que les plazca, pero cuando Don Carnal y la sardina nos abandonen los problemas seguirán donde están, de eso puedan estar bien seguros.

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