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El extraterrestre extrañado

José A. Alemán / José A. Alemán

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-¡Déjese de boberías! ¡Los extraterrestres no existen!- dije, y si no le di con la puerta en la ventosa de la nariz fue porque lo pensé mejor: no parecía de aquí y tampoco están los tiempos para ahuyentar turistas. Le franqueé, pues, la puerta y observé que al caminar no tocaba suelo. Tentado de preguntarle cómo se las arreglaba sin toma de tierra, opté por callarme, no fuera a resultar el extragaláctico con mala leche que era realmente; igual no le van las bromas a esta gente. Aunque, la verdad, lo que me contuvo fue la prudencia: nada más entrar se paró la nevera y pegó el congelador a perder frío, enmudeció la radio y el ordenador dio el respingo de hasta aquí hemos llegado. Preferí no enfadarlo y salvar al menos el artilugio de tomarme la presión, al que cuido a pesar de no darme sino disgustos y que escapó porque estaba dentro de un cajón.

Ya en la sala fue derecho a la ventana bordeando la pantalla del techo. No me atreví a pedirle que, ya puesto, cambiara un bombillo fundido en las Navidades del 75, que fue buen año. Echó una mirada por la cristalera y cuando se orientó sacó no sé de donde algo que llamaré brazo y que acababa, por extensión, en lo que creí un dedo. Pero no: era un láser parecido a los utilizados en los estadios para que los delanteros enemigos fallen penaltis y no le den a la pelota efectos malamañados en los faos (=vulgo “faltas”). El rayo, de un verde intenso, atravesó las nubes alisias, las que tanto indignan a don Pepito porque rebajan el calor a los canariones y que me impidieron ver adonde demonios iba. Adiviné que lo dirigió a su casa, allá en el quinto coño y le hice comprender que el láser, por muy veloz que fuera, apenas reduciría la distancia en unos pocos años luz y no disponía yo de tiempo suficiente para esperar a que cubriera los que le faltaban hasta su destino; ya habría otra ocasión de conocer a su señora y a los chicos. El lo comprendió y se avino a hablar de asuntos terrenales.

Entonces supe que fue un taxista del Monte quien lo encontró; no sabía qué hacer con él, lo trajo a casa y salió echando leches. Dijo que vino becado a hacer un master y sabía de cuanto ocurre en las islas; que lo entendió todo, incluso las columpiadas de Cardona, menos lo de Las Teresitas. Comencé a explicárselo y me detuvo con un gesto.

-Conozco el caso. Lo que no entiendo es cómo, después de un porrón de años de investigación, los defensores mediáticos de los encartados consideran los miles de folios acumulados una sarta de mentiras y exageraciones, pura ficción de literatura policial para acabar con individuos de honestidad reprobada; que es más que probada, entiéndeme. Y tampoco se me alcanza que atribuyan su dirección intelectual a Juan Fernando López Aguilar. Sé de su capacidad, pero no llega ni de lejos a extragaláctica, cosa en la que, comprenderás, estoy impuesto. Y si no es extragaláctivo, tampoco es extraterrestre. Su capacidad, créeme, es humana y no le da para movilizar, motivar y coordinar a policías, fiscales, jueces, funcionarios y testigos. Dicho sea sin demérito suyo, claro.

-Eso pienso yo.

-Pero admitamos que Aguilar es de otra galaxia. ¿Cómo, viniendo de tan lejos, se contenta con hundir Tenerife, que de eso lo acusan? Podía haber ido, qué sé yo, a por la Casa Blanca. Los defensores mediáticos de los presuntos indefendibles aseguran que aventó el asunto de Las Teresitas para eliminar la competencia de Las Canteras. Una pollabobada que determinó otras a cual más gorda; como la de que este señor sirve al Sanedrín grancanario, que es lo que buscaba yo cuando me encontró el taxista. Un Sanedrín que, en sus ratos libres, torpedea el puerto de Granadilla en beneficio de La Luz y que se gasta, Dios mío, lo que no está escrito en mantener la quinta columna de tinerfeños traidores a su isla metidos a políticos, ecologistas y profesores universitarios laguneros? -tanto se excitó en este punto que no midió la levitación y se dio tremendo cabezazo en el techo.

-Mi no entender nadita ?resumió el recuperarse del golpe.

-Pues se entiende todo, qué voy a decirte.

-Sí, ya sé que los presuntamente trincados en renuncios y trasteos se defienden haciendo creer que sus negocios privados son los intereses generales de Tenerife toda; les viene bien Gran Canaria de envidioso enemigo exterior y madre de las conspiraciones y la aprovechan? Pero son recursos más viejos que mear de pie, como dicen ustedes que aún no han superado fase tan molesta.

-Y pueblerinos a tope?

-¡Y mucho más! ?exclamó, impaciente por la interrupción-. Pero no es eso lo que me preocupa.

-¿Qué es, pues?

-Que haya quienes se lo crean sin preguntarse la razón de que los conspiranoicos mediáticos pasen de puntillas sin aclarar adonde fue a parar el dinero.

-A la Lotería, supongo.

-¡Pues dicen que de allí vino!

-Pura leyenda urbana.

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