El fracaso colectivo

José Miguel González Hernández

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Queda poco para que 2020 acabe. Se puede decir que hay tímidos síntomas de recuperación, tanto como rebote como de breves avances en determinadas ratios económicas que intentan dejan atrás un periodo de tiempo para olvidar, aunque el precio que se ha pagado es el de la consolidación de la penuria de una parte importante de la sociedad. Ahora bien, no se tiene tan claro si es mejora o que simplemente nos hemos acostumbrado a estar mal. El ejercicio que recién vamos a estrenar, más allá de los compromisos presupuestarios que no deben adicionar incertidumbre alguna, debe servir para consolidar la mejora, de forma que se disminuya la dependencia y la vulnerabilidad de nuestra economía frente al resto, porque en este mundo multipolar hay riesgos de salida de la actual crisis con forma de bajo crecimiento sostenido y amenaza de deflación, así como de una creciente descompensación territorial.

Si se crece, pero se hace de forma mediocre, o no se reparte eficazmente lo generado o bien a través de las relaciones laborales o bien a través del sistema fiscal, el desempleo no disminuirá de forma contundente y las deudas no se saldarán, lo que hará que proliferen las situaciones de economía sumergida. De hecho, la crisis económica ha dejado un perfil de crecimiento potencial de las economías menos profuso, de forma que las ganancias en productividad no han venido de la mano de la excelencia, sino de la necesidad.

El haber apostado por un continuo desapalancamiento del endeudamiento, el incremento del denominado ahorro precaucional, la falta objetiva de inversión en certidumbre y el temor ante apostar por consumos de medio y largo plazo, actúan como un freno a cualquier plano de ostensible mejora. Además, cada nivel de actuación ofrece una sensación que plantea acciones sin coordinarse con el resto, de forma que se pierde el concepto de sinergia, apostando más por el “sálvese quien pueda”. Así y todo, en 2021 se asistirá a un entorno de crecimiento en forma de rebote, con la inestimable colaboración de una política monetaria expansiva junto con un plan potente de inversión que se nos tiene prometido desde el seno de la Unión Europea.

Desde el punto de vista interior, la captación de nuevos mercados modificaría la dimensión de la demanda de las empresas, por lo que hay que seguir profundizando en la internacionalización del negocio, así como por la innovación y la diferenciación, para lograr un mayor valor añadido y para insertarse de forma estratégica en las cadenas globales. Desde el punto de vista del consumo, se debe aprovechar el respiro que están dando los precios a la hora de incrementar la renta disponible. Ese es uno de los caminos más pausible para que la tendencia macroeconómica positiva pueda notarse en el aspecto microeconómico de las personas y empresas.

En definitiva, siendo optimistas, hay oportunidades de mejora lo suficientemente importante como para explotarlas, aunque, siendo realistas, nadie puede asegurar, que saldremos del agujero en la que ese maldito virus nos ha metido y, sobre todo, menos a la velocidad necesaria, porque aquellas personas insertadas en un intervalo de edad superior a los cincuenta años combinado con un déficit de formación acumulada con relaciones contractuales temporales, les queda un largo trecho para poder sacar la cabeza del ahogo, por lo que no hay que desdeñar la habilitación de todas aquellas políticas pasivas que contrarrestan lo que las relaciones privadas no pueden deshacer. Así que, es cierto que todas las partes han perdido, pero en alguna de ellas la devastación será completa. Y si una parte cae, el fracaso es colectivo.

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