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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Poco hecha

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Bastó que el ministro de Consumo recomendara comer menos carne por insalubre y media España se le tiró a la yugular por decir una obviedad. 

Alberto Garzón se limitó a hacer una recomendación y logró una reacción visceral de los ganaderos y de la oposición política, aunque también algunos socialistas le afearon su consejo. 

Lo más curioso es que lo que dijo Garzón es lo que mantienen incluso de forma más contundente los nutricionistas y los especialistas en la materia. Sin embargo una masa informe encabezada por Pablo Casado, unida a los intereses crematisticos del sector, hizo que las columnas del país temblaran por unas horas. 

Por si no tuviese ya suficiente oposición con los ganaderos, los carnívoros y los omnívoros del Partido Popular, al ministro también le salió respondón su homólogo de Ganadería, algo que resulta fácil de entender ya que Luis Planas representa de alguna manera al sector primario al que está obligado a defender.

Pero los ganaderos son una ínfima parte de la población española y Garzón no solo tiene que defender a los vaqueros sino también a los indios, en este caso representados por la inmensa mayoría de los españoles. 

A un ministro de Ganadería hay que exigirle que defienda el tomate y la carne roja aunque le importe un pimiento pero a un ministro de Consumo hay que exigirle que defienda los intereses de todos los consumidores y no solo de un sector productivo. 

En este caso solo ha dicho una obviedad: los españoles comemos demasiada carne y debemos reducir su consumo no solo por el bien del planeta, ya que sabemos que el negocio de la carne consume mucha agua y el ganado produce gases insanos, sino por nuestra propia salud.

El presidente de Castilla-La Mancha, dentro de su habitual campaña de oponerse continuamente al Gobierno central de su correligionario Pedro Sánchez, largó un par de patujadas al uso al que ya nos tiene acostumbrados pero sin escuchar detalladamente las palabras de Garzón, que están llenas de sentido común porque se apoya en informes científicos de profesionales prestigiosos. 

Es normal que los españoles carnívoros se cabreen porque el ministro de Consumo aconseje dosificar la ingesta de carne pero eso es igual que lo que pasó con la ministra de Sanidad de Zapatero cuando elaboró la controvertida ley contra el tabaco. 

Aquella ministra no pensaba clientelarmente en los fabricantes y consumidores de tabaco sino en lo mejor para la salud de todos los españoles, incluyendo a los fumadores.

Aquella ley fue muy contestada por la oposición, que exhibió el lema preferido de Ayuso y la libertad, pero finalmente el pueblo español, que es más sabio de lo que algunos creen, aunque a veces no lo parezca, no solo asumió esa ley antitabaco sino que la aplaudió efusivamente. 

La ministra de Sanidad no prohibía fumar pero siempre que se hiciese en ámbitos restringidos o a la intemperie. Hoy nadie podría entender que se fumara en la guagua, en un avión o en un recinto cerrado, como se hacía antiguamente.

El presidente del Partido Popular, imitando a su mentor Aznar, dijo algo parecido a este cuando criticó una campaña de la Dirección General de Tráfico para disminuir los accidentes mortales de coche. 

“Nadie me va a decir a mí lo que yo quiera beber”, dijo aquel tontorrón presidente refiriéndose a la ingesta de vino y otra bebidas alcohólicas antes de coger el volante. Casado vino a repetir lo mismo que Aznar, cambiando vino por carne, aunque en el mismo grado de estulticia. 

Comiendo demasiada carne puede enfermar uno pero las bebidas alcohólicas son más peligrosas porque no solo perjudican al dipsómano sino también al resto de los ciudadanos.

 Aznar tiene todo el derecho a matarse poco a poco o de golpe aunque no apruebe la eutanasia, pero a lo que no tiene derecho es a perjudicar a sus compatriotas ni a saturar las urgencias de los hospitales.

“Viva el vino”, exclamaba Rajoy con una copa en la mano. “Viva la carne”, piensa el ministro de Ganadería para contentar a los suyos.

 La única diferencia que hay entre el socialista Pedro Sánchez y el comunista Alberto Garzón es que al primero le gusta la carne en su punto y al segundo poco hecha. Lo de Pablo Casado y Lage es otra cosa: a ambos les falta un hervor. 

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