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La maldición de Casandra

Federico Utrera / Federico Utrera

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Leyendo a Graciano Palomo, convertido en Casandra, me refuerza la idea de Juan Goytisolo. Desde el episodio en que Aznar, de veraneo en Canarias, se resiste a volver a la Península porque ha estallado el caso Naseiro, aquella oscura trama de financiación ilegal del PP donde emergieron los “pinchazos” telefónicos ?luego invalidados judicialmente- en los que el hoy portavoz en el Congreso, Eduardo Zaplana, le confesaba al tesorero Borito Palop aquello de “en la política hay que estar para forrarse”. O hasta otros aquellos capítulos, más recientes, en los que se describe con todo lujo de detalles, nombres, apellidos, lugares y fechas la operación Telefónica Media, en la que Pedro Jota aspiraba a dirigir un emporio multimedia del PP para competir con Prisa y se encuentra con que un conglomerado de intereses políticos y empresariales le hace frente, le pone una habilidosa zancadilla y al final se lleva el gato al agua. O los desencuentros entre Aznar y el Rey, con aquel indiscreto comentario realizado en una recepción en Zarzuela donde el entonces presidente del Gobierno y del PP, que planeaba un viaje a la Rusia de Putin, hace ver a un corrillo de periodistas que ese periplo no le corresponde al Jefe del Estado sino al del Ejecutivo. “A este lo mando yo a Polonia”, confesó Aznar mirando de lejos y de reojo a Juan Carlos I. Dicho y hecho: los monarcas emprendieron viaje oficial a Varsovia en la misma semana en que Aznar y el presidente ruso se hacían su histórica foto en Moscú. Y allí estaba Graciano Palomo -o sus privilegiadas fuentes- para contarlo.

Que el periodismo político se tenga que ejercer desde los libros o la crítica desde las revistas satíricas dice bien poco de nuestro maleado oficio. Las idas y venidas de los periodistas a los partidos y de los políticos a los periódicos como columnistas, analistas o influyentes poderes fácticos sobre las líneas informativas y editoriales, han provocado el panorama de hoy: sólo la literatura política para las élites o Internet para las audiencias más masivas, se han adueñado de las noticias de calado, de la información relevante, anticipativa o confidencial. Pero aún así, por encima de los soportes, siempre quedarán periodistas de buena cepa como el burgalés Palomo, que tuvo los arrestos de entrevistarse con Aznar para explicarle el contenido de su libro y ofrecerle dar su versión sobre la guerra de Irak, la Telefónica de Villalonga, la sucesión en Rajoy, el apartheid de Rodrigo Rato... Palomo no se la cree, pero la plasma fielmente, como describe con pelos y señales todos los golpes que ha tenido que sortear, sufrir, esquivar y contrastar durante estos últimos años para que su maldición de Casandra vea por fin la luz.

Son 460 páginas plagadas de personajes protagonistas, secundarios y de atrezzo, en el panorama político, financiero y mediático de la Villa y Corte. Y algunos de los episodios que él cuenta los he vivido en primera persona y puedo atestiguar su veracidad, aunque nunca hubieran sido publicados. Porque mas allá de sus adjetivos implacables y sus filias o sus fobias, el análisis que hace Graciano Palomo es muy independiente, muy franco, emancipado y autónomo y sobre todo muy perspicaz. Recuerda, en su tradición, la de aquellos libros sobre Adolfo Suárez que escribiera Gregorio Morán en la Transición, con muy aguda información y afilada pluma, pero también con un fondo ético y moral de denuncia de toda entretela irregular, todo amiguismo y “trepismo” (nuestro verdadero deporte nacional) en el ámbito político, periodístico y económico. O como los que también sufriera Felipe González por parte de Víctor Márquez Reviriego o José García Abad. No les cuento el final porque Palomo, como Casandra, también lanza un vaticinio. Los medios de comunicación de la derecha lo han silenciado porque no se lo quieren creer y los de la izquierda, con sus habituales dogmatismos, también lo han ninguneado porque no es “uno de los nuestros”. Pero así las cosas, aquellos que sientan curiosidad por conocer cómo se mueve el PP por dentro, quien pinta más o menos, quien influye de verdad o quien es simple figurante o figurón, no tienen más que embarcarse en la deliciosa lectura de La maldición de Casandra. Y dentro de cinco meses, como ya ocurriera con El vuelo del halcón o El túnel, sabremos que hay de cierto o de impostado en todos sus presagios. Federico Utrera

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