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Night Visions 2012: terroríficamente humanos

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Hay momentos en los que me pregunto sobre las razones que llevan a los seres humanos a crear personajes fantasmagóricos y terroríficos, dueños y señores del mundo de las pesadillas, en vez de pararse un poco y fijarse en los monstruos que nos rodean. La historia nos cuenta que cualesquiera de dichos personajes literarios, cinematográficos, televisivos y/ o pertenecientes al folklore local de cada lugar, nunca llegará a igualar en demencia, sadismo y perversión a quienes han teñido de sangre y destrucción demasiadas páginas en la historia de la humanidad.

En realidad, las hazañas de esos sátrapas acaban por convertirse, con el paso de los años, en mitos y leyendas ante la incapacidad del raciocinio humano para poder asimilar tremendos desmanes. Por dicha razón, se puede entender que en la programación de un festival de cine de terror como lo es Night Visions 2012: Maximun Halloween 3012, se incluyeran tres películas protagonizadas por seres humanos y no por los ya mencionados “monstruos de ultratumba”.

La primera de estas tres realizaciones es Killing them Softly, protagonizada por Brad Pitt, James Gandolfini, Ray Liotta, Sam Shepard y Scoot McNairy. El principal interlocutor de la película es Jackie Cogan (Brad Pitt), un frío y resolutivo asesino, amante de hacer las cosas bien y sin prisas. Su discurso es el de una persona que alquila su talento por dinero -“todo en este país es un maldito negocio” llegará a decir- y su dedicación va dejando un reguero de sangre allí por donde pasa.

En algunos momentos, el espectador puede llegar a sintonizar con Cogan, poco amante de los excesos, las mentiras y de aquellos que se quieren aprovechar de la situación para obtener un beneficio, olvidando la lealtad que le deben a alguien. Sin embargo, en la siguiente secuencia vemos cómo Cogan le descerraja dos tiros a una persona con la misma facilidad que uno se toma un vaso de agua o enciende la televisión después de sentarse en el sillón de su casa.

Y es en esa cotidianeidad donde su personaje es más monstruoso y terrorífico. Cogan ha instrumentalizado el asesinato como un negocio en el que lo que importan son los resultados y el resto es secundario. Poco importan las consideraciones éticas y morales, con tal de hacer bien lo que se le encarga. Visto bajo la óptica del liberalismo económico, el negocio de Jackie Cogan es tan respetable como el de quienes especulan y arruinan a los pequeños inversores en la bolsa, propagan bulos para luego declarar guerras o fomentan las desigualdades para así desequilibrar, más aun, a la sociedad actual.

Sin embargo, Cogan es un sádico y descarnado asesino a sueldo, incapaz de tener ningún dilema moral y que lo mismo acaba con un estafador que con una persona honrada la cual tuvo la mala idea de cuestionar los dictados de una determinada multinacional. Y no se me ocurre nada más terrorífico que convivir junto a personas como Cogan.

El caso de Hillary Van Wetter (John Cusak) es diferente. Van Wetter es un asesino que logra convencer a un idealista periodista, Ward Jansen (Matthew McConaughey) de haber sido condenado injustamente. Van Wetter se aprovecha no sólo de los principios de Jansen, sino de los encantos de su “novia”, Charlotte Bless (Nicole Kidman), una exuberante y descerebrada mujer que no dudará en utilizar sus encantos para lograr que Jansen logre exculpar a su amante de un crimen que, según ambos, no cometió.

Contada en los convulsos años sesenta -donde defender la ley de derechos civiles era casi un crimen mayor que el apalear a un ciudadano afroamericano- y mientras uno nota la camisa pagada por el sudor, merced al clima de Louisiana (New Orleans) the Paperboy es una película en donde las miserias de la raza humana quedan expuestas sin muchos problemas. Los personajes que la protagonizan esconden, TODOS, algún secreto que, en mayor o menor medida, acabará por condicionar su existencia o, en el peor de los casos, acabar con ella.

Ni siquiera el personaje de Jack Jansen (Zac Efron), el hermano pequeño de Ward, logrará escapar de dicha situación, aunque por su juventud aun mantiene algunos principios intactos, algo que no pueden decir el resto de personajes que le rodean. Al final, la demencia y el sadismo de Hillary Van Wetter, un asesino con mayúsculas, demostrarán que los seres humanos son más peligrosos y dañinos que cualquiera de las alimañas que abarrotan aquellas marismas, en especial porque los animales ni disfrutan, ni se enseñan con sus víctimas. Van Wetter, sí.

La tercera en discordia es End of Watch, una clásica película de policías, aunque bien pudiera ser considerada como una pesadilla cotidiana y sin final. Sus protagonistas principales, Brian Taylor (Jake Gyllenhaal) y Mike Zavala (Michael Peña) son dos jóvenes patrulleros de la ciudad de Los Ángeles, cargados de ideales, sentido del deber y corazón para darlo todo cuando la ocasión así lo requiere. De ahí que no eviten un tiroteo contra los miembros de una banda callejera o entrar en una casa en llamas con tal de salvar la vida de un niño. El problema es que su vida y su trabajo entran en conflicto con las ambiciones de cualquiera de las bandas que pululan por la ciudad, especialmente las latinas, al ser Zavala latino.

Los aguerridos y dementes pandilleros, ataviados con sus pañuelos, sus tatuajes de guerra y sus sobredimensionadas y llamativas armas se creen dueños y señores de las calles de sus barrios y no permiten que ninguna autoridad los cuestionen y, muchos menos, un chicano vestido de uniforme al que ven como un traidor.

Poco importa que estos cabestros asesinen a su propia gente y hayan popularizado la decapitación como sello de identidad. Poco importan que las calles, las plazas, los colegios y los centros comerciales se hayan convertido en campos de batalla, gracias al traqueteo de sus armas automáticas, algunas chapadas en metales preciosos. Poco importan que los ideales de quienes buscan el bien de la comunidad se estrellen contra la intransigencia de aquellos que gustan de emular a los tristemente recordados escuadrones de la muerte, los cuales asolaron El Salvador durante más de una década.

Al final, el afán de destrucción, venganza y sadismo marcará la narración de esta película, la cual termina con las ilusiones de quienes no repararon en el avispero en el que se estaban metiendo.

Quizás lo único que se le pueda achacar a la película sea la forma en la que el guión toma partido por los policías llegado el momento en el que se encuentran con el grupo de pandilleros. Darles el alto a un grupo de dementes armados, drogados y endiosados tras su hazaña suena del todo innecesario, dado que se sabía de antemano cuál sería su respuesta. No obstante, la secuencia sirve para demostrar que la situación que se vive en esas calles recuerda más a una guerra civil que a los conflictos y problemas que se suceden en cualquier otra ciudad.

Puede que estas palabras suenen exageradas, pero al terminar de ver End of Watch a uno le queda claro que los monstruos, los que asesinan, descuartizan y torturan por diversión no son esos seres inventados en una noche de delirio creativo, sino personajes como Jackie Cogan, Hillary Van Wetter o cualquier de los pandilleros de gatillo fácil y falta de sentido de los que ya hemos hablado.

Como queriéndome dar la razón, aunque hubiera estado encantado de que alguien me contradijera, Adam Lanza, un joven de veinte años, entró en un colegio de primaria situado en el estado norteamericano de Connecticut y acabó con la vida de veinte niños y seis adultos, entre ellos, su madre. Lanza, como otros tantos jóvenes antes que él, decidió acabar con una disputa familiar empuñando un fusil de asalto M4 ?de uso común en el ejército de su país- y disparando a cualquiera que se interpusiera en su camino, con la misma sangre fría de Jackie Cogan y la falta de sentido de los pandilleros de End of Watch.

Su macabro y sangriento legado a la ya larga lista de incidentes de este tipo acontecidos en los Estados Unidos de América y en otras partes del globo demuestran que los seres humanos no necesitan crear monstruos, sino controlar a los que ya hay y cuanto antes, mejor. De no ser así, Adam Lanza no será el último que haga lo que hizo hace tan sólo unos días.

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